jueves, julio 05, 2007

Madre hay una sola...reza el dicho, yo pienso críticamente en que tuvo que tocarme la más travestoide y hormonal de todas, por cierto la más mujer del desierto florido.
Ahora que comienzo a convertirme poco a poco en Franca "La mujer del valle" me siento capaz de revelar lo que a continuación plasmaré en un seguidilla de confesiones que tienen como fin tranquilizarme y aclararle a usted y a papi, el por qué de mi ánimo chiriloqui momentáneo y mi andar de estropajo usado, bien usado (con un suspiro nostálgico y exclamativo). Cabe mencionar que va dirigida a usted, principalmente, como muestra de agradecimiento por cuanto esfuerzo casquivano, que implementó en mi duro crecer retorcido. (sinceramente la compadezco como madre mujer desértica que fue, es y seguirá siendo por la eternidad)

CONFESIONES

Bitácora de un viaje frustrado.

Día 1
Por supuesto que no tenía idea alguna de lo que el siniestro y macabro destino tenía preparado para que mi dulce ser andrógeno diera pasos agigantados hacia la madurez, el desarrollo en pos del crecimiento y mi adultez de mujer hecha y derecha venidera.
La historia la conté mil veces, pero acá va una vez más. Después de todo, hoy comienzo a ordenarla para por enésima vez darla por concluida, reelaborarla y comprender hasta el más mínimo de los detalles que me han devanado los sesos y retorcido el pescuezo por largos meses.
Como usted bien sabe, me levanté aquel día sin siquiera la leve sospecha de que aquella noche sería re-desflorada (o casi desvirgada por quincuagésima vez) realicé mis deberes habituales de psicóloga casi titulada (de esas que creen que se las saben todas y hasta arman los miles de discursos que argumentan tal errónea creencia), que a pesar de estar un poco "tocada" por decir lo menos, ama su profesión y va en busca de su vocación y el cumplimiento de los deberes impuestos por ella.
Atendí pacientes todo el día, almorcé con mis colegas y una sensación de felicidad me inundaba, pues todo lo que me sucedía era demasiado fantástico. Mis relaciones laborales eran estupendas, mis intervenciones como psicoterapeuta novata eran notables y casi excitantes, los almuerzos eran exquisitos y el trabajo me daba la posibilidad de ser realizado amenamente con interrupciones de minutos en los cuales fumaba más que travesti pastero, mientras analizaba paso a paso todo lo que psicológicamente ocurría con las personas que solicitaban ayuda, esa tan sufrida ayuda que claman y que necesita ser contenida como se encargaban de hacerlo las machis guatonas antaño.
Cuando finalizó mi glamorosa jornada laboral de aquel día martes 8 de noviembre de 2005 me puse de acuerdo con mi colega preferida para ir a intoxicar nuestros estómagos a algún lugar apropiado y beber cervezas a destajo como acostumbrábamos a hacer, ignorando los quehaceres del día siguiente, excusándonos con la idea de que necesitábamos ventilar lo que nos ocurría profesionalmente para no volvernos mas loquis de lo que las dos, mujeres chilenas, teníamos claro que estábamos. así, contentas y sonrientes nos fuimos en su auto pelando a medio mundo y riendo por tal motivo y dando nuevos nombres a las extrañas ocurrencias que teníamos, los que mientras más rebuscados y distorsionados eran, más risa nos daban.
En esa dinámica llegamos casi por descarte al burger king de avenida Irarrázaval, entre Manuel Montt y Pedro de Valdivia. Ella es una mujer ñuñoina por lo que preferimos frecuentar esos sectores para no ver en desmedro nuestra piel caucásica (un poco tostada eso si) y continuar a nuestra altura (o bajura en realidad, ella no pasa el metro y medio de estatura, jeje).
Compramos las asquerosidades grasientas más apetitóxicas que encontramos, algo así como un burger - chiriloqui - chess - mc nifi - lengua de ratón - palta con papas fritas y bebida mediana (no pedimos grande no por falta de dinero sino porque tramábamos beber cerveza a destajo, como dije anteriormente) sin bajarnos de su histérico automóvil color verde limón fosforescente.
Llegamos al departamento como acostumbrábamos a hacerlo, riendo y pelando a su pololo-novio-marido-futuro padre de sus hijos y en esos momentos padre putativo de sus hijos también putativos, al cual también le compramos el burger combo de interior de ratones peruanos.
Preparamos la mesa, reímos, comimos, bebimos, hicimos chiste las situaciones más tragicómicas del día y finalmente nos fuimos en la profunda y terminé por confesar que en realidad ya me sentía sola y necesitaba un alma gemela con quien compartir mi perturbado andar en esta vida. Acto seguido, interrumpí la ingesta de la bebida alcohólica que imperaba en el ambiente como virgen de culto. Como acto reflejo di las gracias e inventé mil y una excusas creíbles para retirarme ipso facto de aquel departamento que tanto gozo me proporcionaba.
Cuando salí de ahí, reflexiva, me acomodé los tacos imaginarios y revolví mi cabello para confesarme a mi misma una vez que era una mujer, una mujer en libertad sedienta de rollos de carne masculina que exploraran entre mis aberturas femeninas en búsqueda del tan ansiado placer mutuo, acompañado de laceraciones lujuriosas acompañadas de gemidos histriónicos y ardides previamente aprendidos para el logro de una atmósfera completa y sessual (sin equis).
Una vez enredado mi cabello largo entre mis dedos, ondulado y perfecto como el de Gloria Trevi en "El recuento de los daños" pensé ¿y si me voy volá mejor?, total nadie va a decirme nada y el camino es tan largo hasta el antro, además no pienso tomar taxi. Sin más cuestionamientos metí mis dedos largos y delgados, con mis uñas bien carmesí y brillosas a la cartera pelúa que usaba pa' trabajar (no piense que pelúa ordinaria, sino que con aplicaciones de animal exótico en forma de flecos maravillosos) saqué el paquete marihuanesco y los papelillos bob marley que manejaba en aquel sitio por si acaso.
Después de armar y enrollar fumé contenta y despreocupada, como solía hacerlo por aquellas calles de barrio semi putifrunci, de clase media alta acomodada, o de profesionales jóvenes ascendentes y arribistas que buscan desesperados y neuróticos el éxito profesional y financiero para mostrarlo en lujosas fachadas con interiores podridos, muchas veces.
Pensaba, caminaba, claqueaba y miraba, tanto el entorno como hacia mi misma. Qué hacía yo tan sola ahí, bella, deseada, culta, glamorosa, fogosa, apasionada por no decir calenturienta, con un pitillo de marihuana de mala calidad comprado en los suburbios más aterradoras de nuestra contaminada capital; me preguntaba mientras me respondía sola, por supuesto, puras autojustificaciones respuestas autodefendidas maníacamente, como acostumbraba a hacerlo por aquellos tiempos.
No me di ni cuenta cuando llegué achinada a la puerta del antro, un infierno de dos pisos y medio que albergaba miles de larvas astrales que merodeaban entre cuerpos sudorosos y extenuados. Sin ningún tipo de reparo bajé la escalera introduciéndome en el lupanar maricueca a la vez que sentí aun calor envolvente y espeso que me atraía magnéticamente y me impulsaba a dar cada paso más aceleradamente. Cuidando no doblar mis tacos, casi sin claquear estupenda y con la vista al frente, cual miss USA 2007 cuando se sacó la mierda, con la sonrisa impreganda en tufo marihuano miré de soslayo con cierto desprecio e ironía para llegar a la pista de baile sin siquiera hacer ademanes para guardar mi abrigo de leopardo en aquella sucia guardarropía hedionda. No dejaba a la vista ni joyas ni perlas, pero si era evidente mi atractivo de mujer y lo especialmente radiante que me encontraba esa noche.
Un poco resignada por encontrarme una vez más en aquel infierno adictivo, aún teniendo que dictar clases a la mañana siguiente, es decir, en algunas horas más, mi mirada encontró un destino sin igual, un paradero indescriptible, una belleza extraordinaria, algo jamás visto por mis ojos, una piel negra en medio de pieles mestizas y pasivas. Puta el negro pa' rico pensé, guachito rico y la conchesumadre (pensé bien chilena y posesa por el espíritu libidinoso que desorienta y enloquece) no quité la vista de aquel hombre que me parecía un monumento, una escultura renacentista con el plus de la piel morena y los labios carnosos y prometedores, hasta que en el preciso momento en que el me mostró su dentadura perfecta y su sonrisa amplia y a - cogedora, morí por dentro y sólo atine a mostrarle la sonrisa que usté mami me había enseñado tiempo atrás pa' posar en las fotos y no salir con cara de guailona mofletuda y parecer diva de los '60.
Lo logré, triunfé aquella noche y una vez más mi ser mujeril se unía momentáneamente al de un hombre viril y corpulento, tal y cual lo había deseado por mucho tiempo.
Casi sin darme cuenta aquella sonrisa había marcado el inicio de una conversación llena de muchas más sonrisas e interjecciones coquetonas, toqueteos e insinuaciones, hasta que me invitó a un trago que yo, curá, acepté sin saber el precio que iba a tener el contenido de aquel tarro pobre de cerveza escudo, conocida popularmente como escupo.
Siguió una danza desinhibida, apretujada y paquetuda, a juzgar por el roce que su bulto generoso hacía en mi pierna, pedigüeña. Miradas, sonrisas, baile, bebidas alcohólicas, la música, los micrófonos...
El primer beso fue inolvidable, en un momento de descuido le robé un patito que dejó a la vista mi evidente calentura de hembra seductora que se aproxima al macho, reticente, examinador, coqueto, práctico. Me miró sin recriminación alguna para luego de pasados algunos compases de la música maricona que sonaba, tomarme firmemente del talle y de la nuca como un hombre lo hace con su mujer para besarla apasionadamente y sin tregua. mi lengua exploró ganosa y mi alma sintió apresurada; los latidos taquicárdicos, la erección del picloris, su bulto impetuoso, los abrazos desaforados y la unión citoplasmática había comenzado. Aquello que algunos autores definen como dependencia-codependencia había comenzado. No nos separamos tan sólo un instante en TODA la noche, dejamos de besarnos solo para bailar, beber y conversar, de nosotros, de él y de mi, de lo nuestro.
Lo cierto era que él tomaba un avión la noche siguiente, hacia su país natal, una tierra cálida y húmeda, capaz de humectar hasta el más florido de los desiertos áridos del mundo. Yo por mi parte, dictaba clases en un par de horas más y la verdad es que había invertido el tiempo de preparación de dicha actividad, en mover mis nalgas al compás de la juerga y la nueva conquista, la fatal conquista.
Después de respirar hasta el más profundo de nuestros alientos mutuamente, de jurarnos amor eterno, no querer separarnos NUNCA más y según sus palabras darle envidia a TODO el mundo, por lo menos a los que nos rodeaban en aquel momento, nos fuimos caminando sin soltarnos las manos hasta el lugar más cercano, que ofrecía piezas de amor a bajo costo. Cumming con Huérfanos fue el destino de aquella noche y lo que pasó después es fácilmente imaginable por cualquier mente ávida o recorrida; eso si no consumamos el acto porque preferimos dormir tiernos y abrazados no sin antes lamer cada centímetro de nuestros cuerpos ardientes y comprometidos. Comenzaba a transformarme lentamente en una mujer casada.
Continuará
 
posted by Vicente Moran at 3:33 p. m.
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