martes, julio 17, 2007


Pues bien hija de mi alma, no es fácil relatar aquella historia de rapto, violación y ultraje, antes de partir tras suya convertida en una ninfa sideral del bosque, una golondrina azul cerúlea metálica surcando los cielos hasta Panamá. Yo no sabía de todos aquellos sentimientos tumultuosos de su ser virgen de quinceañera. Ese idealismo trágico de la Iliada, esa telenovela reestructurada para con su vida. No hija mía, después del relato del día 2 todo me queda más claro. Ahora logro deshilvanar toda la odisea vivida por usted, sólo ahora con mi corazón de dama de hierro logro entrever sus anhelos y entenderlos. Sé que no es fácil olvidar y si esto (escribirlo) le hace bien, entonces siga no ma, como puta enrrabiá, con espuma en la boca y los ojos inyectados en sangre de rabia, pues tarde o temprano el relato adornado barrocamente pasará a uno más terso y real. Por ahora está bien que sea de aquellos cuentos de Hadas, ya que al final de toda fantasía autoinventada está una realidad más dulce, aquella que nos muestra lo “MA-RA-VI-LLO-SAS que somos nosotras las mujeres con pícloris.
Bueno en cuanto a la historia de cómo me convertí en nereida para ir tras suyo; sé que no es justo que deje este apasionante pasaje de nuestra vida a medias, sin embargo, hoy he tenido una revelación divina y necesito con urgencia de mujer menstruando contársela. Resulta que me encontraba fumando un “Narguiles”, en una de esas tabernitas que se encuentran en la judería de Córdoba. Quizás no sepa lo que es, y se lo explicaré así: es como una pipa hermosa creada por los musulmanes (moros), hace cientos de años, donde puedes colocar tabaco o marihuana aromatizada con esencias y aceites (de esos que nosotras usamos para dejar nuestra piel con la textura de leche y marfil, bueno las bellas como nosotras, porque las hay feas como su malograda tía jajaja) y que a través de un sistema muy enrevesado pasa por carbón y agua y al final uno aspira literalmente el Nirvana con sabor a menta o frutos exóticos. Bueno ahí estaba en medio de musulmanas tapadas, alfombras persas y muchos cojines. Mágicamente empezaron a tocar música árabe. Y sabe hija de mi esencia, dentro de mí una mujer morisca despertó. Creo que tengo sangre de mujer musulmana, ya que esa danza candente hizo que mis caderas se soltaran vívidamente, explotando mi sensualidad y belleza. La marihuana llegó junto al cardamomo y la canela al punto máximo de mis neuronas y la danza del vientre nació sin tapujos desde mis entrañas, desde mi aniutero de doncella peinada. Siempre supe que había sido una mujer real, no obstante, jamás pensé que esas antepasadas de hace miles de años poseerían mi cuerpo de cabo a rabo. O sea si soy mujer frenética, como usted sabe, ahora esta pipa del mundo mágico hizo de mí la reencarnación de afrodita y eros al mismo tiempo, era sensualidad pura. Fue así como me levanté y dancé tal mujer poseída por esos dioses ya descritos. Me movía como loca orate, sugerente y candente. Mi temperatura subía a decibeles peligrosos, y yo continuaba girando endemoniada, mi estómago blanco níveo en movimiento encandilaba a los hombres que me observaban. Sentía que todos querían poseerme y yo risueña permitía que se elevara mi sari rosado para dejar que la luz tenue de las farolas iluminaran mi anivagina depilada, pequeña y fruncida, como avergonzada de mostrar mis labios mayores inflamados. Fue excitante y el único detalle fue que mis amigos ultraheteros franceses descubrieron, que dentro del macho que habían cocido se escondía una mujer potencialmente mortífera y de extraña belleza. Aún así no me dio vergüenza y seguí saltando como odalisca del Olimpo, regordeta y con mis rollitos de chantilly al aire. Me fue simplemente imposible controlar el moño, y mi traba españolá de diamantes y encaje voló por los cielos, mis cabellos caoba-ambarino-palo rosa del cenit cayeron, como en los comerciales de L’Oreal Paris, para cubrir mis ínfimos hombros castellanos. Yo despavorida trataba de controlar a la hembra siempre presta para coquetear, que yace dentro de mí, mas sus fuerzas fueron superiores y finalmente terminé mi baile doblada como una flor de Lis mustia en la alfombra y pestañando lánguidamente a todos los comensales que ahí se encontraban. Mis amigos me miraron como diciendo: ¿Y qué le pasó a este? Yo mujer inteligente, les dije que nosotros los chilenos somos muy femeninos y que es normal loquear en Chile. No sé si me creyeron, pero ninguno de los dos se desnudó delante de mí como el día anterior, por lo que no pude contemplar sus maravillosos cuerpos de adonis. Yo, en cambio, mujer osada retiré mis escasas prendas de mi frágil cuerpo y me tiré a la cama como Dios me mando al mundo. Mujer hecha de de muchas culturas: un poco de española y morisca, otro tanto de india salvaje de belleza exuberante, una pisca de matrona italiana; no se por qué, mas creo que en mí están contenidas o reencarnadas muchas mujeres, todas revueltas y revoltosas, pero eso no más, ya que la mujer imperante está enamorada, sólo de un hombre y nada más.

PD: de ahí le cuento los otros entretelones que estoy viviendo en esta hermosa ciudad de España. Lo único malo es que me cocino y mi piel blanca como la “leche” se perjudica un tantito, tendré que usar el velo de musulmana, ya que desde hoy seré una mujer entregada a mi hombre (y un poquito a Alá)….
PD2: cuando tengamos dinero vendremos juntas para vestirnos como española, con esos vestidos largos multicolores, moños estrambóticos agarrados con trabas hermosísimas, un abanico y taconearemos hasta decir basta, ¿ya?…
 
posted by Vicente Moran at 4:37 p. m. 0 comments
Ese despertar fue increíble, apenas tomé conciencia matutina vi a mi lado a un animal humano, sudado y con olor a hombre real, con un miembro agradable y semi-enhiesto, similar a una serpiente que reacciona lentamente a las melodías de algún flautista entrenado, que con su bigote viril en mis suaves hombres delicados me besaba como buenos días para luego ofrecer atento "¿quieres que nos quedemos un poco más de tiempo acá?" a lo cual respondí mañoso y consentida – sería rico estar junto a ti otro momento durmiendo - con lo cual seguí durmiendo raja y a pata suelta, con el ano circunspecto y revirginizado por la nueva experiencia no penetradora.
Su cuerpo era un receptáculo perfecto para el mío, cándido y femenino a su lado. Sus pelos en el pecho me dilataban con sólo mirarlos y su musculatura definida me embelezaba, junto con entregarme la utópica sensación de plenitud ad portas.
Continuó un romance con un hasta luego y con su servicial acto de preocupación por su parte – toma para que tengas para el taxi- me dijo mientras salíamos del escondite amoroso que habíamos encontrado una vez terminado el fugaz e intenso encuentro.
Cuando miré "la luca pa'l taxi" que ya al tacto me parecía extraña, me di cuenta que en realidad nada es gratis y que poco a poco comenzaba a convertirme en prostituta cinco estrellas de hoteles internacionales, de aquellas que entregan cariño a bajo costo y sexo fortuito a un precio más alto.
Eran veinte malditos dólares, una suma que no compensaba en absoluto todo lo entregado, ni lo sentido, mucho menos lo que yo esperaba obtener.
En realidad no esperaba nada, antiguas vivencias me habían enseñado a ponerle cabeza a este tipo de experiencias y a disfrutarlas plenamente por el tiempo que duraran. Muy fríamente yo pensaba que la despedida de ese mismo día en la tarde sería quizás, la última vez que nos veríamos, pero sentía el enorme deseo de concretarla, dentro de lo posible con algún acto penetrativo, candente y sabrosón.
La cita consistía en llamarlo por teléfono a las 16:00 horas aproximadamente, luego de realizar la clase, cumplidos y mis demás compromisos universitarios, almorzara y acordáramos por fono el lugar y el horario de nuestro encuentro – nuestro último encuentro -.
Por supuesto yo seguí prendida, anideseosa y dispuesta a entregarme a ese Adonis de color, a ese guardián de la bahía caribeña, a aquella alma que había tocado de algún modo la mía.
Nada sucedió según lo acordado, cuando me di cuenta que tenía un par de pesos chilenos y los considerables veinte dólares me sentí pobremente dueña de la galaxia y de mi vida. Yo estaba influenciada en gran parte por la conquista humana obtenida hacía tan poco tiempo atrás.
Llamé a mi mami por fono para excusarme de no haber llegado a casa la noche anterior y para advertirle que, de todos modos, cumpliría con mis obligaciones de cabrona docta, que docentemente imparte conocimientos brujildos a las nuevas generaciones con sahumerios intelectuales que hacen evaporar algunas ideas retorcidas y crean otras un poco más útil, aunque no menos perversas, como una buena niña –anoche me quedé en la casa de un amigo, pero no se preocupe que terminando lo que tengo que hacer en la U me voy pa' la casa a almorzar (mientras en mi mente se paseaban las imágenes del huachón que había degustado pacíficamente en la noche y que había sido un galanazo conmigo) - le dije a mami. Usted, ingenuamente zorra, me creyó, o hizo como que me creía, pero no me puso ningún problema, yo creo que porque intuyó por mi voz, que ese supuesto amigo me había tratado como a una dama se le debe tratar, como puta, pero tierna y delicadamente.
Hice la mejor clase que he hecho en mi vida, puse puros sietes hormonales y floreados, hice observaciones de lo más positivo que había registrado en ese semestre con esos mocosos infernales de primer año de filosofía.
Cuando terminé, me acordé que tenía hora con mi gurú, tenía sesión psicológica y mi repentina felicidad me había hecho olvidarlo, así que apliqué tacos veloces y de prisa llegué al centro médico claqueando y meneando mi cabellera abultada al ritmo de la melodía que producía el viento en su incesante menester. Al llegar, ella mi miró de soslayo cubierta con su par de gafas intelectuales depositadas en la punta de la nariz, me escuchó atenta y finalmente me dijo que la historia que recién me había ocurrido, se parecía mucho a lo ocurrido con el español hace dos meses atrás, cuando éste me usó (bien usá) y luego me desechó, cual envase de papas fritas Lays después de que Chayanne se las come todas y se chupa los dedos. Argumenté que esta vez todo era distinto, que muy probablemente la despedida de un rato más, sería definitiva, pero que algo de lo que había pasado me había dejado marcando ocupado, como se dice en buen chileno.
Una vez saliendo de sesión, salí doblemente contenta por ser responsable y deseada internacionalmente, me puse tacos veloces y propulsión a chorro emanada de mis pantis eléctricas y mis aros granada, pues se me había pasado la hora y debía realizar un importante llamado telefónico. Me encontré con gente en el camino, que me detenía para conversar como diva y admiraban la estela que dejaba con mi olor a mujer y mi cabellera abultada que flameaba como una bandera japonesa en plenitud, la micro (que aún no era trans-antiago) se demoró más de lo habitual, llegué a mi casa claqueando apurada y poco glamorosa, extenuada y algo sudada debo reconocer, así que desesperada y jadeante subí la escalera hacia mi cuarto, para encerrarme ahí, junto a mis adornos de princesita y mis peluches perfumados y llamar al hombre, mientras, retiraba de mis pies los tacos polvorientos por haber cruzado tanto camino entierrado para llegar a tiempo.
Lo llamé, mi estómago totalmente revuelto me reclamaba tranquilidad, las mariposas se habían transformado en luciérnagas y libélulas histéricas que habitaban en él junto a murciélagos demoníacos, me sentía ruborizada y deseosa, anideseosa, mujer chilena, sumisa – hola ¿cómo estai? - ¿Ah? - ¿Cómo estás? – bien, bien – pensé que no llamarías así que programé una cita con una amiga, esa que te comenté que había conocido días antes – Ah, pucha – dije comprensiva y rabiosa por dentro, con voz cándida y cínica, muy cínica. Luego de explicar los motivos de mi retraso le propuse despedirnos por la noche, después que terminara de pasear con su esférica amiga floridana, que tenía varios kilos de más, y la ventaja de pasear toda la tarde con el hombre que tanto me gustaba y antes de que partiera al aeropuerto en un carruaje mítico de olvido y lejanía; lloré interiormente, él aceptó y efectiva y melodramáticamente nos encontramos tipo 22:00 horas en el hall del hotel del centro de Santiago en el que estaba hospedado.
Después de reír, mirarnos lánguidamente y con ganas de que esto no fuera tan real como era, salimos al exterior, pues yo necesitaba llenar de nicotina mi cuerpo y mi mente, pues me sentía nerviosa como travesti guatón sin clientela y con hormonas en las tetas.
Mientras estuvimos fuera, le pedimos a un transeúnte que nos fotografiara parta plasmar nuestro cúmulo de sensaciones y emociones surgidas a raíz de todo eso tan especial que estaba pasando y que comenzó a tomar forma una vez que habiendo examinado distintos temas y comenzar a querernos ya un poco él me dice galán: "Me tendrás de vuelta por acá mucho antes de lo que te imaginas".
Yo no lo podía creer, sin embargo, le creía y lo miraba, ya no como un sándwich del Big-Pan, sino que cada vez más como "eres tú, el príncipe azul que yo soñé" (obviando, por supuesto, el color). Efectivamente, a esa altura ya no era sólo una calentura de la noche, sino que de varias; ambos soñamos por un instante que del resto de nuestras noches.
Con abrazos apretadísimos y un quédate acá conmigo en el entredicho, nos despedimos con lágrimas transparentes, me di media vuelta para mirarlo varias veces al alejarme, me apreté bien el corsé y me subí claqueando a la micro pobre que me llevaría de vuelta a mi hogar...
 
posted by Vicente Moran at 4:35 p. m. 0 comments
martes, julio 10, 2007

Como le iba diciendo, los andares de la vida tienen tantos recovecos y tantas vueltas que es fácil arremolinarse y no darse cuenta que aveces uno se pierde. Yo creo que como hiji oceánica usted cometió los mismos errores, que todas las mujeres solemos cometer. Así fue como al momento de su viaje, ya hace unos meses atrás, yo de inmediato me fui al sur donde su tía bisabuela, la tota. Aquella matrona tetona y guatona, de risa estruendosa y asustadiza. Ahí en su ruca al borde el lago Caburga hicimos el machitún inicial para su felicidad. Yo, sin que te dieras cuenta, había cortado un mechón de tu bella cabellera, además de esconder un calzón con tu primera caquimestruación. El viaje lo hice en tren. Y aunque le hayan inyectado tantos miles de dólares al sistema ferroviario, parece que muchos millones quedaron en los bolsillos de estos chilenos burgueses, y muy pocos sirvieron para refaccionar al maltrecho tren. De hecho me fui en uno viejo, con gallinas y corderos dentro. El baño hediondo y muy desaseado. Yo iba con mi vestimenta típica de machi. Mis joyas de plata estaban relucientes y los hombres en la calle me miraban y exclamaban: mira que bella india esa, debe ser de la clase real de los araucanos. Yo enigmática caminaba apresurada pero con paso cortito para verme más vulnerable y hermosa. Grité para que pararan el tren y uno de los "loco"-motorista quedó perplejo con mi magnánima lindura. Yo aproveché de tomarme la trenza de india latina y la enrollé en un tomate en mi nuca. Una vez arriba del tren, partí con el corazón triste. Atrás quedaba mi marido en la capital y tus hermanos. Sin embargo, sabía que debía ir al encuentro regional de machis. Ahí en conjunto con las más respetadas machis, desde las Picunches de la región central, pasando por las mapuches y también representantes de la huilliches de Chiloé. Como invitadas teníamos a machis de los Pehuenches y los Tehuelches. La reunión terminaría con una danza de mujeres desnudas, para rendir homenaje al Lonquimay. Yo tenía preparados todos los ritos que llevaría a cabo el principal era viajar en el cuerpo de un Ada hasta aquel país caliente del norte, donde mi hiji predilecta se encontraba. El viaje sería toda una aventura; aunque es mejor esperar para relatar como las pléyade de Adas poseyeron nuestro cuerpo... Desde el principio algo me dijo que sufrirías, mas cerré mi intuición y prefería sonreír ante tu cara de anhelo y esperanza. A la llegada me estaba esperando la Tota, como te contaba, estaba más gorda que ante. Ya no le quedaba cintura y su marido, un alfeñico, siempre tan simpático, trataba de coquetearme. Me reía imaginando como estos dos harían el amor, me figuraba ese cuerpo de mamut sobre ese esqueleto de faquir de tu tío. Una vez en la casa, la tota y yo preparamos todos los cachivaches de mujeres machis y nos fuimos en la carreta hasta el lago; no obstante, unos vandidos salieron al acecho y nos.... Ay no puedo contar esto ahora, cada vez que me acuerdo las lagrimas hinundan mis ojos de perlas... Mejor cuénteme el segundo día de su historia, mientras yo me tomo un agua de matico para tranquilizarme y relatarle el horror que vivimos la tota y yo...

continuará....
 
posted by Vicente Moran at 1:17 a. m. 0 comments
jueves, julio 05, 2007

Madre hay una sola...reza el dicho, yo pienso críticamente en que tuvo que tocarme la más travestoide y hormonal de todas, por cierto la más mujer del desierto florido.
Ahora que comienzo a convertirme poco a poco en Franca "La mujer del valle" me siento capaz de revelar lo que a continuación plasmaré en un seguidilla de confesiones que tienen como fin tranquilizarme y aclararle a usted y a papi, el por qué de mi ánimo chiriloqui momentáneo y mi andar de estropajo usado, bien usado (con un suspiro nostálgico y exclamativo). Cabe mencionar que va dirigida a usted, principalmente, como muestra de agradecimiento por cuanto esfuerzo casquivano, que implementó en mi duro crecer retorcido. (sinceramente la compadezco como madre mujer desértica que fue, es y seguirá siendo por la eternidad)

CONFESIONES

Bitácora de un viaje frustrado.

Día 1
Por supuesto que no tenía idea alguna de lo que el siniestro y macabro destino tenía preparado para que mi dulce ser andrógeno diera pasos agigantados hacia la madurez, el desarrollo en pos del crecimiento y mi adultez de mujer hecha y derecha venidera.
La historia la conté mil veces, pero acá va una vez más. Después de todo, hoy comienzo a ordenarla para por enésima vez darla por concluida, reelaborarla y comprender hasta el más mínimo de los detalles que me han devanado los sesos y retorcido el pescuezo por largos meses.
Como usted bien sabe, me levanté aquel día sin siquiera la leve sospecha de que aquella noche sería re-desflorada (o casi desvirgada por quincuagésima vez) realicé mis deberes habituales de psicóloga casi titulada (de esas que creen que se las saben todas y hasta arman los miles de discursos que argumentan tal errónea creencia), que a pesar de estar un poco "tocada" por decir lo menos, ama su profesión y va en busca de su vocación y el cumplimiento de los deberes impuestos por ella.
Atendí pacientes todo el día, almorcé con mis colegas y una sensación de felicidad me inundaba, pues todo lo que me sucedía era demasiado fantástico. Mis relaciones laborales eran estupendas, mis intervenciones como psicoterapeuta novata eran notables y casi excitantes, los almuerzos eran exquisitos y el trabajo me daba la posibilidad de ser realizado amenamente con interrupciones de minutos en los cuales fumaba más que travesti pastero, mientras analizaba paso a paso todo lo que psicológicamente ocurría con las personas que solicitaban ayuda, esa tan sufrida ayuda que claman y que necesita ser contenida como se encargaban de hacerlo las machis guatonas antaño.
Cuando finalizó mi glamorosa jornada laboral de aquel día martes 8 de noviembre de 2005 me puse de acuerdo con mi colega preferida para ir a intoxicar nuestros estómagos a algún lugar apropiado y beber cervezas a destajo como acostumbrábamos a hacer, ignorando los quehaceres del día siguiente, excusándonos con la idea de que necesitábamos ventilar lo que nos ocurría profesionalmente para no volvernos mas loquis de lo que las dos, mujeres chilenas, teníamos claro que estábamos. así, contentas y sonrientes nos fuimos en su auto pelando a medio mundo y riendo por tal motivo y dando nuevos nombres a las extrañas ocurrencias que teníamos, los que mientras más rebuscados y distorsionados eran, más risa nos daban.
En esa dinámica llegamos casi por descarte al burger king de avenida Irarrázaval, entre Manuel Montt y Pedro de Valdivia. Ella es una mujer ñuñoina por lo que preferimos frecuentar esos sectores para no ver en desmedro nuestra piel caucásica (un poco tostada eso si) y continuar a nuestra altura (o bajura en realidad, ella no pasa el metro y medio de estatura, jeje).
Compramos las asquerosidades grasientas más apetitóxicas que encontramos, algo así como un burger - chiriloqui - chess - mc nifi - lengua de ratón - palta con papas fritas y bebida mediana (no pedimos grande no por falta de dinero sino porque tramábamos beber cerveza a destajo, como dije anteriormente) sin bajarnos de su histérico automóvil color verde limón fosforescente.
Llegamos al departamento como acostumbrábamos a hacerlo, riendo y pelando a su pololo-novio-marido-futuro padre de sus hijos y en esos momentos padre putativo de sus hijos también putativos, al cual también le compramos el burger combo de interior de ratones peruanos.
Preparamos la mesa, reímos, comimos, bebimos, hicimos chiste las situaciones más tragicómicas del día y finalmente nos fuimos en la profunda y terminé por confesar que en realidad ya me sentía sola y necesitaba un alma gemela con quien compartir mi perturbado andar en esta vida. Acto seguido, interrumpí la ingesta de la bebida alcohólica que imperaba en el ambiente como virgen de culto. Como acto reflejo di las gracias e inventé mil y una excusas creíbles para retirarme ipso facto de aquel departamento que tanto gozo me proporcionaba.
Cuando salí de ahí, reflexiva, me acomodé los tacos imaginarios y revolví mi cabello para confesarme a mi misma una vez que era una mujer, una mujer en libertad sedienta de rollos de carne masculina que exploraran entre mis aberturas femeninas en búsqueda del tan ansiado placer mutuo, acompañado de laceraciones lujuriosas acompañadas de gemidos histriónicos y ardides previamente aprendidos para el logro de una atmósfera completa y sessual (sin equis).
Una vez enredado mi cabello largo entre mis dedos, ondulado y perfecto como el de Gloria Trevi en "El recuento de los daños" pensé ¿y si me voy volá mejor?, total nadie va a decirme nada y el camino es tan largo hasta el antro, además no pienso tomar taxi. Sin más cuestionamientos metí mis dedos largos y delgados, con mis uñas bien carmesí y brillosas a la cartera pelúa que usaba pa' trabajar (no piense que pelúa ordinaria, sino que con aplicaciones de animal exótico en forma de flecos maravillosos) saqué el paquete marihuanesco y los papelillos bob marley que manejaba en aquel sitio por si acaso.
Después de armar y enrollar fumé contenta y despreocupada, como solía hacerlo por aquellas calles de barrio semi putifrunci, de clase media alta acomodada, o de profesionales jóvenes ascendentes y arribistas que buscan desesperados y neuróticos el éxito profesional y financiero para mostrarlo en lujosas fachadas con interiores podridos, muchas veces.
Pensaba, caminaba, claqueaba y miraba, tanto el entorno como hacia mi misma. Qué hacía yo tan sola ahí, bella, deseada, culta, glamorosa, fogosa, apasionada por no decir calenturienta, con un pitillo de marihuana de mala calidad comprado en los suburbios más aterradoras de nuestra contaminada capital; me preguntaba mientras me respondía sola, por supuesto, puras autojustificaciones respuestas autodefendidas maníacamente, como acostumbraba a hacerlo por aquellos tiempos.
No me di ni cuenta cuando llegué achinada a la puerta del antro, un infierno de dos pisos y medio que albergaba miles de larvas astrales que merodeaban entre cuerpos sudorosos y extenuados. Sin ningún tipo de reparo bajé la escalera introduciéndome en el lupanar maricueca a la vez que sentí aun calor envolvente y espeso que me atraía magnéticamente y me impulsaba a dar cada paso más aceleradamente. Cuidando no doblar mis tacos, casi sin claquear estupenda y con la vista al frente, cual miss USA 2007 cuando se sacó la mierda, con la sonrisa impreganda en tufo marihuano miré de soslayo con cierto desprecio e ironía para llegar a la pista de baile sin siquiera hacer ademanes para guardar mi abrigo de leopardo en aquella sucia guardarropía hedionda. No dejaba a la vista ni joyas ni perlas, pero si era evidente mi atractivo de mujer y lo especialmente radiante que me encontraba esa noche.
Un poco resignada por encontrarme una vez más en aquel infierno adictivo, aún teniendo que dictar clases a la mañana siguiente, es decir, en algunas horas más, mi mirada encontró un destino sin igual, un paradero indescriptible, una belleza extraordinaria, algo jamás visto por mis ojos, una piel negra en medio de pieles mestizas y pasivas. Puta el negro pa' rico pensé, guachito rico y la conchesumadre (pensé bien chilena y posesa por el espíritu libidinoso que desorienta y enloquece) no quité la vista de aquel hombre que me parecía un monumento, una escultura renacentista con el plus de la piel morena y los labios carnosos y prometedores, hasta que en el preciso momento en que el me mostró su dentadura perfecta y su sonrisa amplia y a - cogedora, morí por dentro y sólo atine a mostrarle la sonrisa que usté mami me había enseñado tiempo atrás pa' posar en las fotos y no salir con cara de guailona mofletuda y parecer diva de los '60.
Lo logré, triunfé aquella noche y una vez más mi ser mujeril se unía momentáneamente al de un hombre viril y corpulento, tal y cual lo había deseado por mucho tiempo.
Casi sin darme cuenta aquella sonrisa había marcado el inicio de una conversación llena de muchas más sonrisas e interjecciones coquetonas, toqueteos e insinuaciones, hasta que me invitó a un trago que yo, curá, acepté sin saber el precio que iba a tener el contenido de aquel tarro pobre de cerveza escudo, conocida popularmente como escupo.
Siguió una danza desinhibida, apretujada y paquetuda, a juzgar por el roce que su bulto generoso hacía en mi pierna, pedigüeña. Miradas, sonrisas, baile, bebidas alcohólicas, la música, los micrófonos...
El primer beso fue inolvidable, en un momento de descuido le robé un patito que dejó a la vista mi evidente calentura de hembra seductora que se aproxima al macho, reticente, examinador, coqueto, práctico. Me miró sin recriminación alguna para luego de pasados algunos compases de la música maricona que sonaba, tomarme firmemente del talle y de la nuca como un hombre lo hace con su mujer para besarla apasionadamente y sin tregua. mi lengua exploró ganosa y mi alma sintió apresurada; los latidos taquicárdicos, la erección del picloris, su bulto impetuoso, los abrazos desaforados y la unión citoplasmática había comenzado. Aquello que algunos autores definen como dependencia-codependencia había comenzado. No nos separamos tan sólo un instante en TODA la noche, dejamos de besarnos solo para bailar, beber y conversar, de nosotros, de él y de mi, de lo nuestro.
Lo cierto era que él tomaba un avión la noche siguiente, hacia su país natal, una tierra cálida y húmeda, capaz de humectar hasta el más florido de los desiertos áridos del mundo. Yo por mi parte, dictaba clases en un par de horas más y la verdad es que había invertido el tiempo de preparación de dicha actividad, en mover mis nalgas al compás de la juerga y la nueva conquista, la fatal conquista.
Después de respirar hasta el más profundo de nuestros alientos mutuamente, de jurarnos amor eterno, no querer separarnos NUNCA más y según sus palabras darle envidia a TODO el mundo, por lo menos a los que nos rodeaban en aquel momento, nos fuimos caminando sin soltarnos las manos hasta el lugar más cercano, que ofrecía piezas de amor a bajo costo. Cumming con Huérfanos fue el destino de aquella noche y lo que pasó después es fácilmente imaginable por cualquier mente ávida o recorrida; eso si no consumamos el acto porque preferimos dormir tiernos y abrazados no sin antes lamer cada centímetro de nuestros cuerpos ardientes y comprometidos. Comenzaba a transformarme lentamente en una mujer casada.
Continuará
 
posted by Vicente Moran at 3:33 p. m. 0 comments