sábado, mayo 31, 2008

Dícese de aquellos que caen en las redes de la pasión; jamás conocen la esencia del amor. Esos que llevados por la locura visceral dejan que sus bajos instintos comanden la carne de la lujuria. Entonces sucumben antes las debilidades ominosas propias de la naturaleza humana y pecan pavimentándose la entrada al eterno y recalcitrante infierno.
Todo lo anterior sería el preludio de un discurso férreo y gélido de un párroco ante sus feligreses, que temerosos escucharían aquellas palabras dilapidarías. Todos tratando de sacar de sus mentes aquellas veces en que yacieron en pecado. Lo anterior me trae a colación la antítesis de aquella parafernalia pecaminosa, que los creyentes escuchan a diario en sus templos. Yo les entregaré algo así como un bálsamo para expiarlos de culpa y para que descubran, que quizás en algunas de esas veces, en que la lujuria los guió, el amor se les presentó en concreto y en la forma más nítida posible; aún así fueron incapaces de agarrarlo en el acto y poseerlo.
Es bien conocido el tema: “amor después de la pasión”. Ese que surge una vez que, pasada la hora del cachondeo, viene a empotrarse en una majadera pesadumbre del acostumbramiento. Maldito invitado que sólo bloquea la libertad ventral, aquella que yace debajo del ombligo, o más exacto, a nivel de la pelvis. Ésta se va y en su lugar se ubica un amor de composición más bien monótona. Y no se me malinterprete, que no le quito su validez y belleza. No obstante, al parecer todos los seres humanos están empecinados en encontrar ese amor tan calmo y seguro, que sin querer acortan aquel que es más importante: el amor loco o el loco amor. Mas terrible aún es la situación que acaece a aquellos, que no habiendo encontrado esa emoción desbordante de amar, se conforman con la compañía fiel de alguien en la misma situación. Lo que no saben estos esperpentos, es que quizás, sólo con mirarse a los ojos más de 3 minutos talvez vean ahí adentro la lumbre pequeñita del deseo, la llamita aún superviviente de aquel que se sabe vivo y con vigor. La mayoría pasa de un par de encamadas más bien vergonzosas, a una letanía agobiante, que los termina por enjaular en sus propios cuerpos. Así surgen esos remilgos de: hoy no, porque me duele la cabeza o no puedo porque ando indispuesta, o mañana tengo que trabajar temprano para traer el pan a la casa y hasta el más emocional de todos, como cuando uno todo morboso quiere montarse y salen con la escusa de que tienes que decir bellas palabras y ser un poeta del amor a lo Shakespeare y llegar a encular con una sarta de cariños y melosas palabras rebuscadas. Luego vienen esas quejumbrosas falacias del físico: estoy gordo, me siento cochino, no me depilé. Y las más bizarras como cuando lo estás metiendo por el ano y obviamente sale un poco de caca y a tu pareja se le corta la inspiración, como si esperase que por el culo le saliera chocolate u otro extraño manjar exótico. Más simple sería parar por un momento, limpiarse y proseguir el devenir de tan exquisita experiencia como es follar como los dioses. Y uno dice como los Dioses, porque griegamente pensando, estos de pudor nada sabían. Todos con todos y el revoltijo engendró más y más dioses.
Muchos piensan que este amor, que pertenece 100% a Eros es un tanto infantil. Le quitamos su importancia, ya que cuando se está bajo los efectos del enamoramiento, el ser espiritual logra adentrarse un poco en el conocimiento de sus falacias y virtudes. Poco a poco hemos ido dejando de preocuparnos de escuchar las soluciones de muchos enigmas que rondan nuestros pensamientos. Algunos científicos dirían que el enamoramiento es un estado febril de las hormonas. Como si anduviéramos lleno de testosterona y estrógenos, fluyendo en un río de deseo, del cual no se puede escapar. Así se racionaliza y se le quita todo su valor. A veces bajo los efectos de esa locura se encuentran muchas respuestas, no por nada se dice que los “locos son más lúcidos en ocasiones”. ¿Cómo saber lo que deseamos en la vida si nunca nos adentramos en aquella enfermedad llamada enamoramiento?.
El enamorado de manera pasional siempre sonríe, se le olvida alimentarse y anda con un pies en la tierra y otro allá lejos en el cielo. Cree en la felicidad y desborda una energía tal, que contagia hasta al más apesadumbrado. El otro amor, el que digo yo que hay que dejar para el final de los días, no será distinto a este. Y es posible que si se le retrase nunca llegue y se viva hasta el final de los días carnales, bajo el hechizo de este amor pasional.
Y así volviendo al tema de origen, he aquí una pequeña reflexión: El amor, ése tan escurridizo, que cuesta atraparlo y gozarlo. Ese amor es efímero, como una mecha embebida en parafina ultrafina, que al más mínimo calor prende y se consume con una velocidad demencial, como si una punta buscara con ansias llegar a la otra y ver que hay más allá. Ese amor, por mucho que algunos digan que es netamente sexual, aquellos eruditos en el tema se equivocan. Tiene por supuesto un ingrediente erótico y sexual, que aquellos que logran gozarlo bendito sean. Mientras que otros simplemente lo viven como un rayo súbito que les quita el aliento. Una mirada profunda de un extraño, que al pasar la calle queda prendado a tus ojos, como si te conociera, como si supiera que sientes y que necesitas. Un roce de brazos y una sonrisa en la piscina de una sauna gay, que te transmite que dentro de ese cuerpo desnudo hay bondad y cariño a punto de desbordarse. Ambos cómplices del anhelo de palpar más allá. Otros con una conversación convencional en la banquilla de una pequeña plaza de un pequeño pueblo, de un pequeño país. O hasta las más increíbles situaciones: un alpinista que sube el Aconcagua por el lado argentino y el otro por el lado chileno. En la cima se sientan juntos a contemplar la inmensidad cordillerana y ahí ambos se toma la mano para percibir ante esa vasta soledad, que al fin de al cabo nadie está sólo en el mundo. Es un amor tan seductor, que quizás muchos dirán que aquellas cosas no sucedes. Otras veces este amor caza bajo el influjo de la música, cuando uno va a la sinfónica y escucha el zumbar de ultratumba del violonchelo. Y el músico que toca tan precisa las notas, aún sabiendo que no siendo el instrumento preferido, acaricia las cuerdas con tal pasión, que imaginas aquellos dedos endurecidos en tu piel. Al final del concierto te levantas y aplaudes con energía, te quedas en la puerta de salida esperando que la lluvia aminore y ves salir al violonchelista cargando su más preciado tesoro. Y él antes de bajar las escaleras, muy caballero te invita a tomar el taxi y te enseña el paraguas, como pretexto para que lo invites a tu departamento. Lo que uno no sabe, es que el Violonchelista estuvo tocando con más pasión ese día, ya que sabía que tú lo atisbabas.
Basta de tanta incredulidad. Toda ella lleva a los nefastos síntomas modernistas de la depresión. Enfermedad 100% curable con este antídoto del amor de verdad.
La buena noticia es que muchas almas se conocen a través de este tipo de amor tal vilipendiado por los ortodoxos del vaticano. La tarea ardua es hacerlo durar hasta el infinito y no caer en ese otro amor que les he relatado al principio.
Como no sería agradable saber que al mirar a tu pareja, esta te desnudase con las pupilas negras de erotismo y te dijera con ella, que le gustaría morderte entero, desearte hasta el último ápice de imperfección que tiene tu silueta humana enchapada en carne.
Y para este relato existen sus ejemplos literarios, aún cuando son realismo-mágico, al fin y al cabo son de verdad. Ahí esta la historia del “Amor en los Tiempos de Cólera” de García Márquez. Ella, Fermina Daza, aprendiendo amar al hombre que fue su pareja, Juvenal Urbino. Sintiéndolo tan de ella que su muerte fue casi el ocaso de su vida. No se demoro nada, en arribar ese primer amor (Florentino Ariza), del que les hablo yo, a rescatar de la oscuridad senil ha esta señora más bien anciana. Y él gallardo a cobrar lo que había sido siempre de él: el amor que un día mutuamente sintieron, ya que fue su trabajo guardarlo atesorarlo y nunca dejarlo morir. Esperó pacientemente a que su competidor muriera y él invitó con modestia a su amada para aquel paseo por el río amazonas. Ahí en ese barco la temperatura subió aún más que lo imaginable, para aquellos parajes de bochornoso aire. Ahí entremedio de sábanas almidonadas se desnudaron, y sus cuerpos marchitos – más bellos jamás – se amaron con irrefrenables ansias, con la energía que sólo el tiempo sabe acumular. Y se amaron por días, semanas y a mí me gusta pensar que por años, aunque no debieron haber sido muchos. Ahí entremedio de yacarés, buganvilias y los monos, el barco naufragó con su bandera anunciando que abordo el temido cólera habitaba. Si supiesen los incrédulos que en aquel barco el que moraba no era otro que el amor en su más sublime representación.
Así que en mi prédica dominical en la parroquia de mi barrio y vestido con los atuendos correspondientes a mi orden, mi sermón para con los parroquianos diría: Dios os llama con vehemencia a que os améis con fervor y locura. Pecadores aquellos que no gocen con el sexo oral, y más aún esos que asqueados no quieren tocar las vaginas húmedas y sedientas de vuestras esposas. El infierno espera aquellos impíos puritanos, que quieran escapar de la masturbación y el sexo anal. A ellos caerá el castigo del omnipresente. Porque él, al igual que vosotros, goza cuando ustedes llegan al clímax y aman desbordando los límites de sus pudores, arrancándose las cadenas tortuosas del pecado, y dejando que vuestro espíritu se expanda. Así queridos hermanos encontrarán al Dios que andáis buscando.
Id con la paz del señor y abrid vuestros corazones y piernas para con vuestros hermanos y hermanas.
En el nombre del padre, del hijo, de la madre y del espíritu “santo”
Amén.

PD: Dedicado a todos aquellos que encuentran el amor en las situaciones más inesperadas.
 
posted by Vicente Moran at 5:35 p. m. 1 comments