martes, noviembre 18, 2008

Dicen que no hay que aflojar, que se debe lucha contra los tecnócratas de cocos rancios, que dialogan en una coa mercantil, que escasamente entendería el proletariado, que barre sus oficinas hediondas a ideas añejas.
Mientras todos gritan por la igualdad, los remilgos de los altos ejecutivos ministeriales suenan a risas burlescas ante sus propuestas mezquinas, sin saber que ese mísero reajuste apenas alcanzará para comprar los regalos de navidad. No, con eso no nos alcanzará para regalarle a nuestros hijos autos nuevos, ni viajes al extranjero, ni menos un MBA en Harvard. Sólo ellos pueden en su afán herético de perpetuar esa burguesía rancia de la cual chile se enorgullece.
Y mientras los diputados y senadores se niegan al reajuste escalonado, sabiendo que a ellos no les tocará nada, prefieren en vez, seguir manteniendo ese “statu quo” de mierda, de las clases obreras ganando una porquería y ellos un dineral por sobarse la entrepierna mientras calientan la poltrona del congreso. Ni siquiera, los travestis que se enculan llegan a recibir sus pesos, ya que regatean hasta el mamón sicodélico en “San Camilo”.
Aunque harta culpa tenemos nosotros, que nos quedamos contentos y flojos dentro del sistema público. Ese que da trabajo estable, aunque estresante. Ahora todos se rascan las bolas un poco más de tiempo, ya que cuando están supuestamente trabajando se las tiran un tantito menos. Quizás sea la idiosincrasia, ésa de la cual los “Edwards”, los “Bulnes”, los “Piñera” y un cuanto hay de apellidos aristocráticos y putifrunci tanto se quejan.
Al final todos mal atendidos, todos reclamando por la modorra monótona del servicio público. Todos tirándose la pelota de quien o cual está más mal. Si aquel que recoge la basura y no le han dado un reajuste en años, o los abuelitos pedófilos de las plazas que se masturban con las colegialas, que apokemonadas pasan por los parques ponseando la tarde estival entre amigas. Al menos les queda ese elixir visual de ver las “ricas” escenas lésbicas en vivo y en directo, como un buen voyerista medieval. Total saben que el gobierno ruega para que las micros del transantiago los quiebre y los aniquile de un paraguazo.
14,5 deseamos para ir a comprar como viejas de población al mal “alto las condes”, para salir de shopping en patota hasta allá mismo donde viven los millonarios, en casas enrejadas y enmarcadas en jardines del porte de una cancha de futbol. Queremos rasguñar un tantito de ese mundo sideral, de esa atmósfera cuica, de esa otra especie de chileno, que europeizado se ríe de las patas cortas araucanas de resto de nosotros. Sólo deseamos tener los ojos azules y el pelo rubio, para tener ese trabajo pacato, con el que te pagan hasta un año de tu actual sueldo.
Todo lo anterior lo queremos, mas no levantamos ni el más mínimo impulso de grito. Fue a finales del 60 en que la “pobla chabacana” soñó por última vez con la utopía; esas que son necesarias para evolucionar, para plantearse la antítesis de las actuales existencias. Ahora no, las revoluciones son transadas en bolsas, en acciones, que desangran a continentes raquíticos, para que algunos gocen con caviar o langostas de Juan Fernández.
Por ahora el resto tendrá que conformarse eternamente con la mano de guagua, que le cuesta soltar unas lucas, que llora miserias por las crisis mundiales, que le pega donde más le duele al proleta calentón, ahí en la pinga del hambre, en la punta de pico del fiao eterno, de la llegada a fin de mes con la guata vacía y las manos en los bolsillos rascándose los pendejos en busca de una ladilla para degustar.
Un día mi padre me dijo que los trabajadores luchan para que sus hijos no suden bajo el sol de Atacama, para que el caliche no se les metiera en los pulmones y para que fueran como sus jefes de poto rosado. Y he ahí una de las contradicciones más aberrantes del humano: “para que vivan, sean y figuren como sus jefes”. O sea luchaban para convertir a sus hijos en la mierda que más odiaban ellos. Ahora que está muerto le grito a mi padre: prefiero ser pobre por el resto de mi vida, pero que tú me ames, ya que viejos como tú no se encuentran todos los días. Y aunque sé que el 14,5 no vendrá, al menos cago la rabia por la boca, de hacer de este país un lugar mejor para los hijos pinganillas que vendrán a la palestra, hasta que un día se les despierte de nuevo el sueño de la utopía, para que luchen por los salarios dignos, para que trabajen con orgullo y vocación, y no como los actuales empleados fiscales, que frustrados piden el reajuste ilusorio, que supuestamente los hará laborar con más ahínco.
Así que mejor me hago la idea de otro año más de malos tratos entre pueblerinos pobres, las filas eternas y las caras de culo de las viejas de los consultorios; a que los ricos del gobierno se echen más plata al bolsillo. Y cuidado que nosotros los jóvenes nos aburriremos de mascar caca, explotaremos y aniquilaremos a todos esos güeones ladrones insensibles, ya que la maldad de la avaricia, es peor que el lumpezco aquel, que lancea joyitas, rasgando el cielo de un solo ulular. Así dejando con lágrimas perladas a la “Julita Astaburuaga”, con su mano momificada en alto esperando que de un gallardo corcel baje un conde a defenderla con su espada de la justicia. Petrificada de miedo enfundada cual cavernícola en pieles exóticas, aunque ahora sin su collar de perlas rosadas de medio oriente, sino sólo con el cogote pelao y arrugao y el anhelo de que chile sea un país más refinado (Léase bien “más refinado”, como más igualitario para todos sus habitantes).
Jajajajajajajajajaja.
 
posted by Vicente Moran at 10:20 p. m. 2 comments
lunes, noviembre 17, 2008



No es que esté sólo en el mundo tratando de buscar una escapatoria al martillante andar de este mundillo, que lo trae endeudado y un tanto aproblemado. Ni siquiera es la esperanza de sacarse la lotería y solucionar todo de un paraguazo; como quién dice que el dinero todo lo puede, desde mover montañas, hasta cirugías reconstructivas que te dejan con dos tetas portentosas que te darán más de un trabajo.
Es simplemente la soledad, esa compañía silenciosa y cadavérica que urge por un cariño carnal y no sólo figurativo. Sino más bien alguien de carne y hueso que recorra tus debilidades y saque de ti un: ¡Te amo tanto!. Quizás fue ese atisbo de posibilidad de compañía que urgió la maquinaria asesina, ya que son tan enrevesadas las razones, que las posibilidades se multiplican hasta el confín de nuestro intelecto.
Me lo imagino imaginando ese querer. La cabellera rubia apoyada en su regazo, mientras él desenreda los nudos de la perversión, con los dedos adoloridos del trabajo mal pagado. Lo veo recrear su vida junto a ella, en una casita del gobierno: pequeña y acogedora, donde quizás hasta un hijo alcanzaría para alegrar los días de su apresurada senilidad. Ahí está embobado por las palabras acarameladas de esa novia bella y risueña. Ella contándoles sus pormenores familiares. Que el cuñado que la había hecho tonta. Ella pobre no había sabido que hacer ante tales injusticias. Y él comiendo de ese lío patriarcal, de herencias malogradas e injusticias sexistas. Él creyendo que ella, la blanca paloma había sido extorsionada e injustamente engañada hasta despojarla de sus bienes. Y para coronar la mala suerte, su ex-marido marica que la había botado y cambiado por un pervertido que se lo enculaba cuando ella creía que estaba trabajando arduamente para alimentarla y cuidarla hasta que la menopausia y tal vez un cáncer viniera a cobrar su vida devota de los santos yesosos de todas las iglesias católicas.
Fue durante esa historia de novela mexicana, que ella desdibujó el ingenuo plan, lo puso sobre el tapete para él, para que cuál antihéroe postmodernista cobrara revancha por la desdicha y la honra de esta mujer ultrajada, no sólo por su propia familia, sino también por ese infame esposo gay. Y los ojos de la mujer se achinaron, se ennegrecieron a lo Lucifer elucubrando la treta de revancha. Él con las neuronas acabadas y marchitas aceptó las líneas fatídicas, a cambio de una noche de ternura, con la condición que él tomara el arma homicida y la manchara con el elixir tibio de la vida, sí de la vida del cuñado.
Todo tan fácil y perfecto. Se irían lejos con el dinero y lo follarían en una bacanal de dos cuerpos entrelazados por la codicia. Sin embargo, la bala erró. Salió disparada como loca arrancada de manicomio y fue a parar al prístino corazón de un muchachín aristocrático. Hasta ahí no más llegó el plan. Todo se vino abajo, ya nunca más podría anhelar el tacto de sus dedos corrugados en esa piel fina de su Quintrala moderna. Se prometió nunca jamás delatar sus sentimientos ni menos compartirla. Así inculpándola pasarían ambos decenios marchitándose en la cárcel, hasta que un día las puertas férricas de sus calabozos se abrirían y los dejarían libres para reencontrase con el cenit de sus vidas, con la antesala del fin de sus días, para morir acompañados dentro del mismo sarcófago, bajo el mismo pedazo de mármol que gritara glorioso, que allí yacen dos maquiavélicos amantes perpetuos: La Quintrala y el Sicario.
 
posted by Vicente Moran at 10:12 p. m. 0 comments
martes, noviembre 11, 2008

Solía aguardar en las callejuelas estrechas del mercado central, con su pelo raído en un moño portentoso, que a duras penas se equilibraba con la jardinería de flores que lo decoraban. Cada noche, cuando mi relajo veraniego se restringía a pasear por el casco antiguo de Santiago, ella esperaba silenciosa que me le acercara lo suficiente para lazarme la oferta de una bisabuela puta, que sólo deseaba jubilar. Yo me dignaba con una negativa respetuosa, del tipo: “esta noche no mi bella señora” y seguía mis pasos taciturnos con los brazos enroscados por detrás y la cabeza gacha de quien quiere encontrar alhajas perdidas y monedas caídas.
Una noche, de aquellas de parranda en la piojera, me pilló con la copas de más. El terremoto se había enquistado en el bajo vientre, y mi sexo atosigado reclamaba por los tiempos pasados. Fue el despertar de un ente casi exangüe, que se había dormido rezando plegarias de monje para esperar la guadaña, que lo llevaría de regreso a los brazos de su amada esposa.
Los años eternos de mi vida, ya me habían mostrado todo, y los tiempos postmodernos, no me dejaban vislumbrar las razones de tanta trifulca actual. No podía entender los piercing, ni los mechones coloreados, ni menos aquellas caras andróginas de una mezcla entre macho y hembra. Mis caminatas por el forestal me dejaban en una encrucijada entre el amor monótono de un hombre y una mujer, y aquellos que habían surgido o inventado las nueves huestes de humanos jóvenes. Dos hombres besándose, dos mujeres abrazadas y un borracho enamorado de su perro. Aunque no podía entrever las razones, al menos me quedaba la moraleja aquella, de que en el amor no hay nada escrito. No obstante, para mis neuronas arrugadas, los límites actuales eran un asalto incomprensible y el intento de ligar entendimientos las dejaba apagadas, una a una todos los días.
Mis tertulias en la piojera eran la única escapada al pasado. Ahí podía encontrar aquellos congéneres anacrónicos. Se jugaba al cacho con un buen arrollado huaso y pebre ardiente, que despertaba hasta al más anciano de todos. Aquello se habían convertido en mi entretención, mientras esperaba paciente la sentencia, el purgatorio y quizás el pasaje a ese cielo, del cual no estaba seguro, si iba o no a ser admitido.
Aquella noche mis pasos torpes le dieron a Guadalupe el valor final para acorralarme con sus sensuales curva ajadas. De un tirón me encuadró entre la pared y sus dos tetas portentosas. Su olor a pachulí invadió mi rústico, pero no muerto órgano vómero nasal y por arte de magia el hombre joven de antaño se poseyó de mis huesos ahuecados, de mis músculos atrofiados y mi verga marchita.
Me indicó su departamento, en el sexto piso de un antiguo edificio, que daba de frente a la iglesia de los sacramentinos, donde por centurias se decía que las guaguas de monjas descansaban en sus calabozos. Y la seguí más por curiosidad, que por gusto. Ella tomada de mi brazo como una esposa feliz de haber llegado a tan avanzada edad junto al hombre que amó toda su vida.
Su departamento presentaba aquellas decoraciones, que de tan antiguas estaban de nuevo dentro de lo más sofisticado de los mercados capitalistas actuales. Su sillón de terciopelo rosado emanaba el aroma a alcanfor, que usábamos en antaño para espantar a las polillas y las cortinas burdeos pesadas y andrajosas semejaban el telón del teatro municipal durante el régimen militar. Los cuadros mostraban a una mujer guapísima, una doncella de cabellos azabaches y ojos de andaluza, que hubieran vuelto loco a cualquier transeúnte bobalicón. Al mirar de nuevo la cara de Guadalupe, me percaté que sus ojos aún mantenían ese aire moro, esa altivez de musulmana botada en tierras equivocadas.
Me contó que había nacido en Córdoba y que a los cuatro años su padre un marino marroquí se la había traído a Chile, ya que su madre había muerto y sus únicos parientes se encontraban perdidos en el culo del mundo, ya que como bien se explicó, los Chilenos estamos donde ya nadie cree que hay nada, sólo rocas y un mar encabritado, que lo quiere romper todo.
Mis años de abogacía, me habían adiestrado en el arte de escuchar, así que no tuve el más mínimo problema en ponerme cómodo junto a una copa de Carménère, que Guadalupe escanció con un ritual de japonesa.
Su barco había encallado en Valparaíso. Un puerto maravilloso donde las casas literalmente se aferraban a los cerros temiendo ser devoradas y arrastradas por la corriente de Humboldt. Y ella aún con su velo musulmán que sólo dejaba a la vista sus ojos juguetones y misteriosos.
Por treinta años el puerto más bello del Pacífico se transformó en su casa. Allá entre las calles enmarañadas del cerro alegre su morada incrustada tenía la vista perdida en el pacífico, atisbando el devenir de tanto trasatlántico y marino, los cuales viles sembraban sus orígenes en una población hermosa y alegre.
De sus labios brotaban los recuerdos de regenta en un burdel donde se pasaba de cueca brava a bolero, para rematar en tangos lánguidos y fogosos, que animaba a arrimarse y acariciarse por unos escudos nacionales.
La noche fue larga y juguetona. De las historias pasamos a las caricias epopéyicas de dos viejos tecles, que hacen malabares para amarse en una pantomima de los que fueron sus años mozos. Sus senos fecundos y mi culo inexistente proferían desde las entrañas una energía retardada que no lograba prender. Nos reíamos al tratar de hacer aquellas piruetas sadomaso, que algún día quizás ensayamos con real maestría. Los entremeses del placer eran aún más divinos, y nuestras manos arrugadas surcaban los cuerpos cartografiados de los años. Nos buscábamos los secretos, las cicatrices de los malos tiempos, mas sólo atisbábamos esa mirada de quién se sabe acompañado.
Hicimos el amor por largas horas, hasta que el trinar de los pájaros descorrió el maquillaje de Guadalupe y mi eyaculación que se daba por vencida retozando en algún lugar del epidídimo. Nos arrimamos en el sofá frente a la terraza y desnudos contemplamos el despertar del mercado y su olor a selva marina. El hambre nos invadió e invité a la Guadalupe a servirnos un mariscal revividor, quizás así lograríamos terminar nuestra tertulia de amores seniles.
Desde aquella noche nuestros encuentros se sumaron a mi quehacer de jubilado estatal. La Lupe me acompaña al cementerio y juntos del gancho recorremos a nuestros seres queridos, con la única certeza de que algún día estaremos ahí. Por eso la Lupe siempre me pregunta todos los días antes de acostarnos: ¿Quieres que ver el baile del vientre? Y yo riendo acceso contemplando como aún ese cuerpo ajado se contorsiona y despierta en mí los deseos más desenfrenados, que un anciano como yo pudiese imaginar.


 
posted by Vicente Moran at 10:32 p. m. 0 comments