lunes, marzo 03, 2008

12:00 del día. Es medio día y mi madre está revolviendo la cacerola con la carbonada que prepara. Le pregunto si se encuentra bien. La he visto fumar demasiado y se queda durante la noche en la sala de estar pensando, hasta que me da sueño y me voy a dormir. También está más flaquita. Con mi padre han peleado duro y parejo. A veces pienso que ya no se quieren y aunque con mis 12 años no soy del todo un joven aún, sé que mi papá anda en malos pasos. Creo que mi padre tiene otra mujer del boliche llamado “la flor del barrio”. Ahí debe estar la chimbirioca que desea quitarle el marido a mi mamá. Me da rabia y tengo pena. Me gustaría que se reconciliaran y se volvieran amar. Escuche a mi madre decir, que fue hablar con mi abuela y ésta le espetó, que luchara sólo una vez por su marido. Si éste no cambiaba, entonces que lo mandara a la mierda.
Lo que vino después se puso escabroso: yo estaba en el auto. Me dejaron esperando mientras ellas; mi madre y mi hermana, ingresaban como dos bandidas al cahuín donde mi papá estaba tomando cerveza. Para rematar toda la situación, mi viejo estaba con la puta sentada en su regazo. Abrazándola y susurrándole algo al oído. Mi madre ingreso furiosa y empezó a golpear a mi papá. A todo esto yo había salido no más del vehículo y veía aterrorizado, como mi hermana enojada como una fiera agarraba a la puta del pelo y la sacaba arrastrándola por un ventanal inmenso. Fue ahí donde se hizo una herida. Llegó la policía y pensé que se iban a llevar a la cárcel a toda familia; sin embargo, los policías retaron a la puta por estar destruyendo familias. Mi papá estaba calladito como una rana asustado y mi mamá lo trajo a la casa a puros tirones. Yo entre que me reía y me daba pena. Al llegar mi mamá colocó toda la ropa de él en una maleta grande y la tiró dentro del auto. Le dijo que se fuera, que no deseaba verlo nunca más, que era el maricón más grande del mundo, más una gran variedad de garabatos, que los omitiré en este relato. Yo angustiado le agarré la mano a mi papá, este me dijo que cuidara a mi mamá y me soltó. Yo corrí por la calle y vi como el auto se alejaba para siempre. Dentro de mí una pena gigante se apoderó de mis pensamientos. Lloré desconsolado hasta que mi mamá me retó y me mando a la pieza donde seguí bañado por las lágrimas. No pude dormir, ya que era incapaz de sacarme la cara de mi papá de la mente. Ahí estaba mi viejo con semblante de lagartija descuartizada, como cachorro recién destetado. Un niño travieso como yo, sólo que su juego involucró sentimientos de otros seres tan queridos como mi madre.
Al día siguiente al levantarme mi madre y padre tomaban desayuno. Yo casi salté a los brazos de mi papá, aunque me hice el enojado. Al fin y al cabo se había mandado una embarrada del porte de un buque y no era justo felicitarlo por el acto. Mi mamá me sirvió una taza de té Ceylán bien cargado y unas tostadas con aceite. Nada más, bien pobre el desayuno dirán ustedes, mas para mí fue el desayuno más hermoso de todos, el más sabroso, el más contundente. Tenía a mi padre devuelta y habían hecho las paces con mi madre. Trato hecho, se dijeron. No más infidelidades. Un perdón de verdad, aunque con mucho dolor. La puta perdió y mi madre ganó. Eso ejemplifica que la edad no es nada al momento de valorar al otro. Mi padre aún siendo 14 años menor que mi madre la prefirió, por una simple razón: a ella la amaba, mientras que lo otro eran revolcones sin sentimiento alguno. Una calentura al paso como diría mi abuela Maggy.
 
posted by Vicente Moran at 12:13 a. m. 1 comments