lunes, marzo 27, 2006
Todo comienza en una sinapsis. Dos malvadas neuronas confabulan para hilar una guerra interna. Te encuentras en la psicosis de andar luchando con un otro inexistente y generando toda una trama de teleserie barata. Luego viene esa rabia contenida, con ganas de destruir cada parte de la personita que eres. Recuerdas que hay otros peores que tú. Lloras a mares por los desgraciados dejados de la mano de Dios y para remediar tan sólo un poco el pavor del existencialismo compras, cual vil consumista, un helado – cuando ni siquiera tenías hambre – de chocolate picante, que es una manera sadomaso de hinchar tu boca abúlica de contexto.
Tomás la decisión incorrecta y vuelves atrás como una oruguita arrepentida, que necesita convertirse en mariposa, aunque sea nocturna y sin bellos colores, que tan sólo desea, con toda tu energía, volar lejos, quizás emigrar y jamás volver.
El mundo petrificado sigue, como máquina sin aceite, su curso pavoroso y un tanto hostil para las tantas mentes jóvenes llenas de ganas de fructificar. Es así como muchos de mis conocidos, gente brillante e inteligente, se encuentran así mismos con las manos en el aire diciendo: aquí estoy pésquenme un momento. Cada uno con lo suyo, un talento, un genio, un inteligente subexplotado. Y es que hay que ser bien ciego para no percatarse de que muchos de ellos se están muriendo. No desde el punto de vista biológico, sino en su interior. Aquellos sueños amasados en la rebeldía de la juventud, esos caprichos obsesivos, que de cuando en cuando dieron a sus vidas un vuelco en 360 grados. Es entonces, que mis queridos intelectuales rebeldes se deshojan prematuros, antes de terminar el otoño.
Si fuese un genio (de botella) los tomaría a todos y fundaría utopía, claro que no a lo Marx, sino un estado vegetal de sueño eterno. En cápsulas refrigeradas mantendría sus anhelos. Algunos de ellos vivirían sus aventuras, sus amores y hasta sus creatividades sin límites. Mientras los sonámbulos de los despiertos, con sus ojos inflados pedalearían sin parar las bicicletas ecológicas energéticas. Los turnos cambiarían y los soñadores volverían a la inercia de la realidad, al vacío de la existencia y a la música frenética y eléctrica que emanaría de las fábricas de sueños. Al menos así cada uno viviría un momento de plenitud.
Cada mañana debo recargar. No gasolina, sino aquella energía etérea tan poderosa, pero a la vez tan esquiva. Cada mañana en la soledad debo respirar y recordarme, que no es el fin. Cada mañana miro mi cara y la adorno sin parar, simplemente con la esperanza, que debajo de la sonrisa hipócrita alguien se detenga a ver que estoy desecho. Triste, aunque feliz. Feliz aunque cabizbajo. Cabizbajo, pero con jolgorio. Festivo, pero deprimido. Tanta dicotomía que termino exangüe tendido en el lecho del río humano. Flesh in my mind. Inercia en la acción y soledad en la jauría de la humanidad.

Un día de estrés.
 
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lunes, marzo 13, 2006

Precavido y silencioso caminaba por las lindes de la vida. Buscaba el amor escurridizo, que se sofocaba en las peleas estertórea, ya sea en la cama o en la lingüística poco apabullante, que cantaba. Se dormía soñando en el despertar perfecto. Junto al cuerpo marmóreo de un efebo único. Sin embargo, no existía tal acuerdo. Su mente no atisbaba comunión con el espíritu alicaído de un viejo en el final de sus días.
El alzheimer en el viejo gay carcomía. Los amantes de tierras tropicales se confundían con los rostros de los verdaderos enamorados. Sin recordar si Julio había sido el primero o si Mario el último a quien desfloró con su sexo lánguido y cansado.
Los pasillos de su casa se hicieron eternos laberintos y sus libros escritos de jeroglíficos, de los cuales nada entendía. Su nombre comenzó a borrarse, cabe decir, que de manera lítica, como si la piedra de su identidad se desintegrara por las olas del olvido. Todo ipso facto, como si una ráfaga despiadada dejará sin esencia la vida de tal personalidad.
Los recuerdos corroídos. Las memorias desvanecidas en imágenes etéreas. Y su obsesión intrínseca del secreto, con las pinceladas perfectas del corrector.
Una pregunta se me soltó en su aire: ¿te acuerdas de mí, amante privilegiado?, ¿Sabes quien es, tú que tienes el derecho a la tragedia? Y ¿cómo se te ocurre acallar tu locura por los hombres bellos que pasaron por tu polla?.
El lenguaje burdo nunca le quedó. Simplemente era su directriz borbona y teutona que no lo dejaba escapar. Aquella camaradería de cárcel burguesa. Atrapado entre los sentidos auto-explicativos y el apetito carnívoro, por los muchachos persas.
En esa tarde de enfermeras, ya no lograba ver en mis ojos a uno de sus amigos. La cenicienta mucama lo acurrucaba, sin saber ella, que este viejo loco aborrecía el olor menstrual de las hembras. Mientras yo lo miraba, recordaba las palabras salidas con parsimonia de sus labios finos: ¡me quiero morir de un ataque cardiaco y no quedar sin saber quien soy o postrado como abeja sin alas!....
Aquella tarde paseamos junto por el parque. Él en su silla de ruedas, mamándose las manos, como reflejo póstumo de su invalidez. Le conté que los Coihues estaban en peligro de extinción. Que los Robles se encontraban en franca retirada. Que los Castaños ahora eran enanos y que además me había acomedido traerle un poco de raíz de Tejo. Le pregunté si recordaba aquella historia, en donde los jefes de los celtas irlandeses se habían aplicado la eutanasia, con la raíz de este noble y bello árbol, que ellos llamaban cariñosamente “Yew Tree”, cuando los malvados romanos los asediaban. Por su puesto no vino ninguna respuesta. Sus ojos estúpidos, ya no eran aquellas perlas vivaces que a tantos y a tantas habían hipnotizado.

Luego nos sentamos frente a una bella fuente. Al parecer eran Alejandro magno y su amado Hefaistos (paradoja de la vida, ya que era su dios). La contemplamos juntos, mientras yo maceraba sereno el preparado: Unas trufas blancas de Italia, cacao seleccionado y una exquisita manteca de avellanas, que mezclaba respetuoso y feliz. Ya dejarás este planeta lúgubre y tus neuronas se reactivaran, pensaba silencioso. Finalmente agregué el raspado de Raíz de Tejo. Formé con las palmas de mis manos, los mejores bombones que jamás he hecho. Y los cubrí con cacao en polvo, a modo de golosinas de trufa exótica. Y te los dí a comer uno a uno. Tú abrías tu boca como guagua gigantona y yo te sonreía con melancolía, que dicho sea de paso, es la sonrisa más compleja.
En un momento creí ver en tu semblante el recuerdo de guerras amorosas. También me figuré algunos de tus encuentros. Por ti rememoré los amantes importantes y de los nombres que me acordé, los fui vociferando al aire, para que se los llevara y los hiciera agua.
De vuelta te mostré al viejo alcornoque (ese Quercus suber) tan enigmático, tan arrugado como tu cara, tan añoso pero eterno. No creerías lo que observé y analicé en las puntas de sus ramas. Precisamente eso, la arquitectura enmarañada y sin sentido de sus brazos leñosos. No obstante, tu no me entendiste. Te había dado sueño y la enfermera te acostó, sin antes lavar prolijamente, tu culo y las bolas secas, que habían cedido a la gravedad.
Al día siguiente te encontré sobre el Cedro del Líbano, ese que es el más viejo de Santiago, ¿no?. Bueno ahí estabas presenciando tu funeral póstumo. Yo venía del interrogatorio, en donde dije sin sonrojarme, que habías comido aquellas ramas de Tejo, que se encontraba frente a la fuente de Alexander. Yo, por supuesto, no sabía de su poderoso veneno. Mal de mí, ¿no cree? te pude haber salvado. Aunque creo, por tu sonrisa vivaz y audaz, que me das las gracias. Y cosa rara, porque te vi joven y eras, guardando el recato de un maricón viejo como yo, bastante guapo.
Aquella tarde, quedé sin amigo centenario. Aquella noche, me recosté junto al hombre de mis sueños y le conté sobre el Tejo. Estaba medio dormido, así que tendré que llevarlo a tu asilo y mostrarle el árbol. Aunque para ser románticos quisiera que ambos degustásemos los bombones. Al menos así me iría junto él. Con un sabor a chocolate dulce en los labios, con un beso eterno en mi cenit, con su esencia siendo mía a nivel molecular. Simplemente un Mousse del amor, en el suicidio digno de dos amantes.


Dedicado a los viejitos Gay con Alzheimer.
 
posted by Vicente Moran at 11:48 a. m. 10 comments
viernes, marzo 03, 2006
El personaje sin cuerpo: El lugar puede ser donde sea, ya que el tiempo no es más que nada de nada. Así que el juego de estos personajes está a punto de empezar.
El perro levanta la pata y mea, justo cuando el dueño de la casa sale al trabajo. Feliz y contento se va por la calle (mientras la música es parlanchina y jocosa). Entonces el pillín del bandido sale desde su escondite, ya con el pantalón a medio bajar. Ingresa a la vivienda, con la cara maliciosa y llena de chiste y en el marco espera la mujer chascona y coqueta.
La sala queda en silencio, ¡silencio digo!, escuchen: los jadeos estertoreos, en la cama lujuriosos y en un acto acelerado, más rápido, que las escapadas de presidente francés Jack Chirac con su secretaria, que duraban 5 minutos exactos, con ducha incluida.
Ohhhh nooooo. Al dueño de la casa se le ha olvidado algo y se devuelve cantando y silbando. ¡Qué felicidad la vida con una mujer bella y fiel, a la antigua que no trabaja y lee poco, para que no se entere de aquellas “sex and the city”, que han invadido este mundo!. Pero justo entonces sale el perro y se para con las patas embarradas en su traje ajetreado. Llega el niño jugando en su patineta choca con el caballero y el rostro simétrico de alegría cambia a un enojo sin precedentes. Zamarrea al niño y lo deja llorando. El niño grita y grita, la vieja guatona sale y le pega con la sartén.
Se congela la escena y se pone a llover, caen hojas, y un viento fuertísimo bota al señor sobre la gordita. Ella grita que la violan, y el perro llega y muerde el pantalón de este médico veterinario, que es profesor de una prestigiosa universidad Chilena.
Todos los actores salgan, que entren en escena la mujer infiel y el balandrón del “patas negras”. Enrollados en las sabanas, ella grita: ¡Sí si sí dame pasión!. Pero ohhhh nooooo de nuevo, oooohhh noooooo, el patas negra resulta ser un mozuelo alumno del temible y viril esposo académico.
Y ahí se escucha la llave en la cerradura en cámara lenta. Todo muy despacio, se abre la puerta pausadamente (todo pronunciándolo en cámara lenta y los actores también). El marido llega a la habitación y queda estático. Paro la escena y el esposo pone cara de enajenado – maquillador a la escena, píntele la cara roja muy roja, rápido ya fuera - sigue la escena y el esposo encuentra a su mujer encima de su propio alumno. Un grito estruendoso - ayudante entregar un parlante para que el profesor grite lo más fuerte - el actor se da una vuelta por todo el teatro gritando.
Maquillador y ayudante ha disfrazarse de la señora guatona y el niño llorón. Ambos ingresen a la casa para pegarle al profesor, mientras lo encuentran buscando un cuchillo. Sabe que hay uno por algún lugar. Grita que se detenga la escena. La paro y le digo que quiere. ¡quiero un cuchillo! Me arguye. Le digo que debajo del asiento de la primera fila hay uno. Lo saca y éste es casi un sable. Se devuelve y me dice que no quiere un cuchillo que quiere una pistola, le digo que no tengo una, que tiene que inventársela, y entonces le pide a alguien del público, que le pinte la mano negra con una pintura, que el profesor veterinario le da. Le dice que está desquiciado, que no puede creer que su esposa se encuentra poniéndole el gorro con uno de sus alumnos. Se excusa diciendo que eso le pasa porque se casó con una mujer joven. Le pregunta al espectador que qué piensa él. Los otros actores se aburren y reclaman que se apure. El profesor retoma su cara de enojo y va gritando por el pasillo a matar al estudiante. Yo digo que empiece un terremoto. Todo se remece y un ruido de terremoto se escucha por todos lados. Todos gritan y el profesor va tambaleándose hasta su casa. No puede mantenerse en pie. El maquillador, que ahora es el perro, le agarra el brazo, mientras se mece de un lado para otro por el movimiento telúrico. Se caen las cosas, se quiebran los platos y todos gritan más, hasta que el profesor jala el gatillo y le dispara al perro que cae herido de una pata. La mano del docente está ensangrentada. La señora sale con un cartel de cómo un veterinario puede ser tan vil con un perro.
La señora del docente se despide efusivamente de su amante, la casa está destrozada, pero igual le prepara la mochila con el libro de anatomía y fisiología y lo manda a la universidad post-terremoto.
El marido está aún herido haciéndose el muerto y exánime. Ella va toda compungida a verlo para acogerlo en su ceno, la cínica y malvada joven trepadora, que sólo quiere lucrar y llegar a un puesto de trabajo en la misma universidad de su marido. Trae agua y alcohol del 100%, que deja caer en la herida con cizaña mientras se ríe de su maléfico plan y yo también me río. Sin embargo, el docente viejo y todo despierta de su agonía con la rabia transmitida por el perro, que ha viajado hasta su sistema nervioso, lleno de espuma. Ahí paro todo. Que venga el maquillador y que coloque espuma de esa de afeitar, simulando la baba de la rabia. Todo comienza de nuevo, el viejo la agarra de la garganta y la ahorca, chasconeándola, mientras ella grita. Logra zafarse y arranca. Se esconde detrás de uno de los espectadores y grita despavorida. Les ordeno a todos que paren. Salgo disfrazado con una sábana que cubre todo mi cuerpo. Agarro al ayudante, que es el niño llorón, hijo de la señora guatona y coloco su pierna delante de la del docente para que se saque la cresta. Les digo acción, se cae el docente, la mujer logra arrancar y se pierde de su verdugo. La malvada infiel va donde su amigo el científico. Pido pausa, la señora gorda tiene 10 segundos para convertirse en el científico. Apurarse todos, para seguir con la siguiente escena.
Acción. La mujer desesperada le pide un fármaco para provocar una amnesia en su esposo el profesor. El científico con grandilocuencia saca de una bolsa de mago un frasco, y le dice que tiene que rociarlo sobre la cara del desdichado profesor. La mujer se va, pero antes el científico la para y le pide una recompensa. Ella se levanta la falda y el la huele justo ahí, porque para fetiches hay para rato. La mujer corre hasta donde está el público, su esposo la busca desesperado, para aniquilarla, la vuelve a ver y comienza la carrera, pero ella lanza el frasco (que amarrado por un hilo invisible, cruza al público de un lado a otro), el hombre lo agarra y lo bebe (absurdamente, no hay que entender nada de eso). Música bailable, todos bailan, el amor prevalece y el doctor es ahora paz y dulzura. Se encuentran ambos en medio del escenario, se abrazan lentamente. Él la toma en los brazos y la lleva a la cama. Paro la escena. Coloquen la alarma del reloj a las 7 de la mañana. Todos fuera. Canta un gallo, el profesor despierta desorientado, no sabe que ha pasado. Mira a su mujer, la besa en la frente y se baña, toma desayuno todo en cámara rápida (música electrónica para apurar la escena), sale de la casa y encuentra a su pupilo que saluda con un sabor amargo en la boca. Y antes de doblar y salir del escenario, se devuelve y pregunta al público: parece que se me olvido algo en la casa, ¿no creen?.

FIN.
 
posted by Vicente Moran at 12:37 a. m. 4 comments