martes, julio 17, 2007
Ese despertar fue increíble, apenas tomé conciencia matutina vi a mi lado a un animal humano, sudado y con olor a hombre real, con un miembro agradable y semi-enhiesto, similar a una serpiente que reacciona lentamente a las melodías de algún flautista entrenado, que con su bigote viril en mis suaves hombres delicados me besaba como buenos días para luego ofrecer atento "¿quieres que nos quedemos un poco más de tiempo acá?" a lo cual respondí mañoso y consentida – sería rico estar junto a ti otro momento durmiendo - con lo cual seguí durmiendo raja y a pata suelta, con el ano circunspecto y revirginizado por la nueva experiencia no penetradora.
Su cuerpo era un receptáculo perfecto para el mío, cándido y femenino a su lado. Sus pelos en el pecho me dilataban con sólo mirarlos y su musculatura definida me embelezaba, junto con entregarme la utópica sensación de plenitud ad portas.
Continuó un romance con un hasta luego y con su servicial acto de preocupación por su parte – toma para que tengas para el taxi- me dijo mientras salíamos del escondite amoroso que habíamos encontrado una vez terminado el fugaz e intenso encuentro.
Cuando miré "la luca pa'l taxi" que ya al tacto me parecía extraña, me di cuenta que en realidad nada es gratis y que poco a poco comenzaba a convertirme en prostituta cinco estrellas de hoteles internacionales, de aquellas que entregan cariño a bajo costo y sexo fortuito a un precio más alto.
Eran veinte malditos dólares, una suma que no compensaba en absoluto todo lo entregado, ni lo sentido, mucho menos lo que yo esperaba obtener.
En realidad no esperaba nada, antiguas vivencias me habían enseñado a ponerle cabeza a este tipo de experiencias y a disfrutarlas plenamente por el tiempo que duraran. Muy fríamente yo pensaba que la despedida de ese mismo día en la tarde sería quizás, la última vez que nos veríamos, pero sentía el enorme deseo de concretarla, dentro de lo posible con algún acto penetrativo, candente y sabrosón.
La cita consistía en llamarlo por teléfono a las 16:00 horas aproximadamente, luego de realizar la clase, cumplidos y mis demás compromisos universitarios, almorzara y acordáramos por fono el lugar y el horario de nuestro encuentro – nuestro último encuentro -.
Por supuesto yo seguí prendida, anideseosa y dispuesta a entregarme a ese Adonis de color, a ese guardián de la bahía caribeña, a aquella alma que había tocado de algún modo la mía.
Nada sucedió según lo acordado, cuando me di cuenta que tenía un par de pesos chilenos y los considerables veinte dólares me sentí pobremente dueña de la galaxia y de mi vida. Yo estaba influenciada en gran parte por la conquista humana obtenida hacía tan poco tiempo atrás.
Llamé a mi mami por fono para excusarme de no haber llegado a casa la noche anterior y para advertirle que, de todos modos, cumpliría con mis obligaciones de cabrona docta, que docentemente imparte conocimientos brujildos a las nuevas generaciones con sahumerios intelectuales que hacen evaporar algunas ideas retorcidas y crean otras un poco más útil, aunque no menos perversas, como una buena niña –anoche me quedé en la casa de un amigo, pero no se preocupe que terminando lo que tengo que hacer en la U me voy pa' la casa a almorzar (mientras en mi mente se paseaban las imágenes del huachón que había degustado pacíficamente en la noche y que había sido un galanazo conmigo) - le dije a mami. Usted, ingenuamente zorra, me creyó, o hizo como que me creía, pero no me puso ningún problema, yo creo que porque intuyó por mi voz, que ese supuesto amigo me había tratado como a una dama se le debe tratar, como puta, pero tierna y delicadamente.
Hice la mejor clase que he hecho en mi vida, puse puros sietes hormonales y floreados, hice observaciones de lo más positivo que había registrado en ese semestre con esos mocosos infernales de primer año de filosofía.
Cuando terminé, me acordé que tenía hora con mi gurú, tenía sesión psicológica y mi repentina felicidad me había hecho olvidarlo, así que apliqué tacos veloces y de prisa llegué al centro médico claqueando y meneando mi cabellera abultada al ritmo de la melodía que producía el viento en su incesante menester. Al llegar, ella mi miró de soslayo cubierta con su par de gafas intelectuales depositadas en la punta de la nariz, me escuchó atenta y finalmente me dijo que la historia que recién me había ocurrido, se parecía mucho a lo ocurrido con el español hace dos meses atrás, cuando éste me usó (bien usá) y luego me desechó, cual envase de papas fritas Lays después de que Chayanne se las come todas y se chupa los dedos. Argumenté que esta vez todo era distinto, que muy probablemente la despedida de un rato más, sería definitiva, pero que algo de lo que había pasado me había dejado marcando ocupado, como se dice en buen chileno.
Una vez saliendo de sesión, salí doblemente contenta por ser responsable y deseada internacionalmente, me puse tacos veloces y propulsión a chorro emanada de mis pantis eléctricas y mis aros granada, pues se me había pasado la hora y debía realizar un importante llamado telefónico. Me encontré con gente en el camino, que me detenía para conversar como diva y admiraban la estela que dejaba con mi olor a mujer y mi cabellera abultada que flameaba como una bandera japonesa en plenitud, la micro (que aún no era trans-antiago) se demoró más de lo habitual, llegué a mi casa claqueando apurada y poco glamorosa, extenuada y algo sudada debo reconocer, así que desesperada y jadeante subí la escalera hacia mi cuarto, para encerrarme ahí, junto a mis adornos de princesita y mis peluches perfumados y llamar al hombre, mientras, retiraba de mis pies los tacos polvorientos por haber cruzado tanto camino entierrado para llegar a tiempo.
Lo llamé, mi estómago totalmente revuelto me reclamaba tranquilidad, las mariposas se habían transformado en luciérnagas y libélulas histéricas que habitaban en él junto a murciélagos demoníacos, me sentía ruborizada y deseosa, anideseosa, mujer chilena, sumisa – hola ¿cómo estai? - ¿Ah? - ¿Cómo estás? – bien, bien – pensé que no llamarías así que programé una cita con una amiga, esa que te comenté que había conocido días antes – Ah, pucha – dije comprensiva y rabiosa por dentro, con voz cándida y cínica, muy cínica. Luego de explicar los motivos de mi retraso le propuse despedirnos por la noche, después que terminara de pasear con su esférica amiga floridana, que tenía varios kilos de más, y la ventaja de pasear toda la tarde con el hombre que tanto me gustaba y antes de que partiera al aeropuerto en un carruaje mítico de olvido y lejanía; lloré interiormente, él aceptó y efectiva y melodramáticamente nos encontramos tipo 22:00 horas en el hall del hotel del centro de Santiago en el que estaba hospedado.
Después de reír, mirarnos lánguidamente y con ganas de que esto no fuera tan real como era, salimos al exterior, pues yo necesitaba llenar de nicotina mi cuerpo y mi mente, pues me sentía nerviosa como travesti guatón sin clientela y con hormonas en las tetas.
Mientras estuvimos fuera, le pedimos a un transeúnte que nos fotografiara parta plasmar nuestro cúmulo de sensaciones y emociones surgidas a raíz de todo eso tan especial que estaba pasando y que comenzó a tomar forma una vez que habiendo examinado distintos temas y comenzar a querernos ya un poco él me dice galán: "Me tendrás de vuelta por acá mucho antes de lo que te imaginas".
Yo no lo podía creer, sin embargo, le creía y lo miraba, ya no como un sándwich del Big-Pan, sino que cada vez más como "eres tú, el príncipe azul que yo soñé" (obviando, por supuesto, el color). Efectivamente, a esa altura ya no era sólo una calentura de la noche, sino que de varias; ambos soñamos por un instante que del resto de nuestras noches.
Con abrazos apretadísimos y un quédate acá conmigo en el entredicho, nos despedimos con lágrimas transparentes, me di media vuelta para mirarlo varias veces al alejarme, me apreté bien el corsé y me subí claqueando a la micro pobre que me llevaría de vuelta a mi hogar...
 
posted by Vicente Moran at 4:35 p. m.
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