Mi agnosticismo puede resultar contradictorio con esta fecha tan importante para el mundo cristiano. No obstante, lo más relevante de la noche del 24 de Diciembre, para alguien como yo, es el nacimiento de uno de los “hombres” más revolucionarios de la historia de la humanidad. Claro está que existieron otros tantos, a los cuales respeto con todo mi humilde conocimiento sobre sus vidas y virtudes. Pero fue un Judío el que influyó más en mis apreciaciones sobre como ser más virtuoso, como encontrar la verdad y luz, que cuando chico no podía imaginar.
En mi caso no le doy un contexto religioso, sino más bien me amparo literalmente en sus dichos y prosas, que fueron clamadas en un tiempo donde ser diferente era condenado a veces con la muerte.
Jesús se ha transformado, o quizás lo he moldeado en un ente imposible de existir dentro de la actualidad. Para los fervientes creyentes, es un Dios en su cabalidad, un ser perfecto que existió entre nosotros. Por otro lado en mi alma se alberga la imagen de un hombre común y corriente, que cuando chico le sacaba la chucha a sus compañeros, que le mintió a su mamá para que no le pegara cuando hacía una maldad, que en el momento de la pubertad despertaba con ganas de amar a alguien sin control. ¿Y cómo iba a estar vedado ese amor carnal para un hombre tan perfecto cómo él?. Claro que sí, él amó tanto como cualquiera de nosotros...
Jesús el hombre, a mi parecer, ha sido utilizado y desvirtuado por muchos. En esta época es simplemente un “Dios desvencijado”, que ha perdido todo su brillo y utilidad.
Yo no soy cristiano, porque serlo me violentaría de sobremanera, simplemente comulgo con sus principios, aún cuando como todo ser humano, la imperfección inherente a nosotros nos hace el camino a esa perfección espiritual un poco pedregoso.
A veces no comprendo las actitudes de los Cristianos, algunas de ellas tan retrógradas como en la época de la inquicisión. Entonces me vuelvo loco viendo como la contradicción está inserta en la cúspide de esta gran iglesia: El papa comiendo bien, los obispos rechonchos y obesos movilizándose en automóviles de último modelo, cada uno con un gran anillo macizo de oro puro. Todos usurpando el diezmo, que con mucha dificultad familias humildes entregan para hacer el bien, sin percatarse que termina convertido en grasa acumulada en esos cuerpos vejados y despojados del placer éticamente normal.
La semana pasada lloré tres veces. La noticia era la misma: niños muertos y desperdigados en trozos en las tierras de medio oriente. Las tropas invasoras, en un anuncio de la prensa, reportaron sólo bajas de insurrectos maliciosos, que andaban por ahí tratando de aniquilar a sus soldados. Esos rebeldes que ellos ametrallan sin dolor son esos chicuelos que jugando entre las minas han quedado con medio cuerpo menos. Algunos son mal llamado terroristas. ¿Terroristas de qué? – de la guerra y la desidia. Así que lloré compulsivamente, sin detenerme en una iglesia. Un cura se me acercó para consolarme – mala hora que eligió el cura para apoyarme – aconsejándome que me confesara por mis pecados. Lo mandé a la mierda y por eso me lanzaron a la calle como un pordiosero de la FE.
Lástima que no había una mezquita cerca, quizás me haga creyente de Alá, aunque no estoy seguro si desea un homosexual entre sus filas. Yo sé que no se arrepentiría, puedo llegar a tener una determinación gallarda al momento de mover los hilos de esta humanidad.
Así que pienso, que nosotros los agnóstico (a = sin; gnosticismo = conocimiento de la naturaleza de Dios), que es bien distinto a no creer en Dios (ateismo), poseemos todo el derecho a estar contentos con la celebración más trascendental de Occidente: el nacimiento del hombre – y no el Dios -, que para mí ha estado más cerca de entender la naturaleza de la fuerza que mueve este universo.
Y aunque las apariencias engañen y parezca ir contra todo lo establecido, al menos tengo a mi haber al mejor ejemplo y ese fue mi estimado Jesús.
Yo por lo menos aportaré con mi granito de arena y éste sería respetando toda la diversidad de la tierra, aún cuando me cueste entender la lentitud con la que evolucionamos...
Finalmente queda aceptar que realmente resucitó. No como lo creen la mayoría, sino en la esencia de su sentir. En aquellas leyes sensatas (aunque no todas por supuesto), que nos proveen de un buen convivir. Lamentablemente no sabe – por culpa de nosotros – que hemos olvidado lo que significó su nacimiento, ya que aunque miles de pesebres se erijan en el mundo y cientos de ritos recuerden su llegada, su primer grito en la tierra ha sido silenciado.
Hay que despojarse de nuestra piel sintética: la del cinismo. Sin aquella careta somos todos iguales, con taras desperdigadas en nuestros genes y con la evolución pisando nuestro desarrollo espiritual. ¿Hasta cuando esperaremos para dar el gran salto al desarrollo?. Al parecer la humanidad biológicamente no está hecha para la filantropía, y sólo algunos que nacen de cuando en vez, nos muestran un trocito de ese paraíso, en donde todos somos más tolerantes y sobrehumanos. Así que les regalo esa energía llamada Dios que yace ahí atrofiada en vuestros corazones. Un poquito de energía universal no hace mal en estos tiempos tormentosos y maquiavélicos. No tengan miedo de clamar por justicia y comunión, ya que sólo en la pasión de trascender en la memoria de los demás, está la razón de nuestro existir...
PD: dedicada a todos mis amigos, enemigos y niños de la guerra...