Sin embargo, a medida que vamos conviviendo, nuestra personalidad va mutando. Sin darnos cuenta dejamos atrás el idealismo casi surrealista del amor y nos transmutamos en unos entes carentes del carácter necesario para conquistar y reconquistar. Puede que precisamente aquella falta de fantasía, de cuento de hadas y de idealismo imposible es lo que nos petrifica ante la capacidad de entregar el último horizonte de virginidad. Aquel que es un tesoro vulnerable y único. La marca férrea de nuestra “alma” personal, la huella indeleble de nuestra identidad y por último nuestro yo más íntimo. Para ser más claro es simplemente desdoblarse en esencia, en completa paz ante lo desconocido y el desconocido. Una aventura extrema, donde literalmente soltamos nuestro ego y lo extrapolamos – o lo dejamos a la deriva – en otro ser.
La virginidad como tal en este contexto es un flujo de emociones incontenibles, donde lo visceral y lo racional se trenzan en una disputa sobre lo que es correcto. Es aquí donde nuestro yo deja de ser. Donde finalmente alcanzamos el punto culmine de nuestra inocencia, ya que la relegamos a la confianza, que ese otro ser nos puede entregar.
Si la fluidez de la relación y la comunicación logran un grado prístino, que difiera de los egos y necesidades contemporáneas, que nuestra sociedad nos somete es cuando finalmente esa virginidad perdura y es defendida, ante aquellos que ya la han perdido.
Hoy por hoy mi virginidad está depositada en la historia de los años de mi relación. Es ahí en el lecho amoroso donde sigo siendo un inocente a merced del amor incondicional. Un humor caliente, que se cuece pues, dentro de un fuego apaciguado y eterno. Donde los vientos endemoniados no transitan. Un amor bombardeado por las influencias post-modernistas, que no obstante, se mantiene bajo el hechizo de esta virginidad.
Guardar un poco de esta inocencia o de esta “decencia” mental es casi de Perogrullo nombrarla, ya que finalmente nadie la pierde en su totalidad. Ésta sólo se atrofia a su mínima expresión, y no deja en conclusión, nada que nos haga sentirnos un poco vulnerables.
Entonces: ¿no crees que es tiempo de reencontrar aquella virginidad?, ¿de redescubrir la inocencia ante el conocimiento?, ¿de sentirse volátil y débil ante la necesidad de amar?.
Pues al final la única virginidad que nos queda, es aquella que fluye en nuestra mente. Eres tú, el que debe cultivar para así poder cosechar el amor tan anhelado. Tan sólo si lo que buscas es la necesidad de ser querido y contenido.
¡¡¡¡VIVA LA VIRGINIDAD!!!!
Pd: sé que este es el más FOME de los escritos, sin embargo, para mí es el más significativo.