Un “Atrón” es un hombre que camina como pavo, como dando zancadas en vez de pasos armónicos. Es un misántropo a rompe y raja, y uno lo ve en la calle caminando entre la multitud con su cabeza siempre lejos en otro lugar. Por lo general en un problema de corte filosófico o científico. Tienen peinados raídos, o mejor dicho no tienen nada definido en sus cabellos y menos en sus cerebros. Su barba es descuidada y siempre andan vestidos hasta el cogote, aún cuando afuera la temperatura te invite a desvestirte.
Así fue como camino a mi trabajo, donde me esperaba mi amado novio con desayuno, me topé con este espécimen en el “metro de Santiago”. Mi vagina imaginaria involuntariamente comenzó a humedecerse. Corrí escalera abajo para comprar el boleto rápido y darle alcance, y así escudriñar en sus gestos y movimientos. Puede que muchos digan que fui infiel, y claro que lo fui (mentalmente): ¿acaso ustedes nunca lo han sido?. Quizás la diferencia es que con mi novio lo hablamos y nos permitimos tener fantasías sólo en los pensamientos, como esta historia, que les contaré...
Al subir al vagón, “Atrón” abrió el libro que traía bajo el brazo y comenzó a mover la boca como leyendo en voz alta, pero sin emitir ningún sonido. Yo lo observaba ensimismada y poco a poco me forme la historia: me imaginé en otro país, al cual llegaba a seguir mis eternos perfeccionamientos en el saber. La casa que me recibía estaba habitada por varios jóvenes investigadores y uno de ellos era este ser varonil con olor a ajiaco en las axilas y un aroma de almizcle y sudor en la entrepierna.
Por supuesto “el Atrón” era un heterosexual “open mind” y yo ahí quedaba negra de rabia al percatarme que jamás me daría una oportunidad para amarlo debido a mi condición de hombre. En eso llegamos a la estación “Plaza de Armas” y tuve que poner “stop” en mi propia película, porque un hombre que estaba detrás de mí tubo una erección matutina. Me incomodé, entonces me moví un poco para dejar de sentir ese pene falto de sexo. Y retomé la historia en mi mente.
Como estaba estudiando en otro país y como el amor de mi vida ahora era este desconocido, yo debía de alguna forma generar un plan, para que me deseara y así quedar eclipsada de amor, felicidad y pasión. Así que dentro de todo este rollo mental, yo decidía operarme. “Atrón se enteraba de mi decisión y me acompañaba como amigo en todo el proceso: desde el psicológico, en donde tenía que convencer a los siquiatras de que era una mujer encerrada en un cuerpo de hombre, pasando por el tratamiento hormonal previo, que me ayudaría en la eliminación de aquellos vellos indeseable, en la activación de mis atrofiadas glándulas mamarias y en transformar mi voz ronca en una tal dulce como las sílabas melosas de una princesa.
La operación me la imaginé dolorosa. Nunca he sabido fehacientemente como la llevan a cabo. Sin embargo, en la mía ocurría que con mi glande modelaban un bello clítoris y con mi escroto formaban los labios de mi futura vagina. Además como mantendría la próstata podría acabar un líquido seminal, para sentir así un clímax único de mujer metamorfoseada. También tendría que comprar un lubricante bueno y como había visto uno nuevo que te produce un calorcito por dentro, me dije: ¡Tate vicentico! Adquieres ese lubricante para sentir más rico y listo san se acabo.
En eso llegué a la estación donde debía bajar y tuve que despedirme de mi “Atrón” platónico. Entonces fijé mi mirada en su nuca y con la mente repetí: mírame, mírame. Y como soy media telépata levantó el rostro suavemente y yo con un cerrar de ojos cadencioso y en cámara lenta me despedí. No obstante, mientras subía las escaleras seguí mi cuento mental, tenía que terminarlo y con final feliz.
Entonces: mi amigo el “Atron” llegaba a verme a la clínica. Venía con un ramo de orquídeas rojas y yo reventaba en llanto como mujer marítima, porque ahora tenía todo el derecho de ser la mujer más exacerbada de la tierra. El “Atrón” me abrazaba suavemente y me decía que me quedara tranquila, que todo saldría bien y mágicamente pronunciaba las palabras que tanto había esperado: ¡ahora eres una mujer real y única y deseo con toda la energía del mundo, que seas mi mujer!. Entonces agarraba mi cara y con un dulce beso sellaba el pacto de unión.
Mientras caminaba las últimas cuadras antes de llegar a la clínica, me reía solo y me decía mentalmente: Vicente estás loco de remate. Aunque más tarde pensándolo con la cabeza fría me reproché: quizás algún día termine como mi vecina del condominio, que pasa medio año en Chile y el resto en Paris, donde su difunto esposo le tiene de todo. Lo particular es que ella no siempre fue esa dama tan distinguida querendona de sus mascotas. Nació con un penecito igual que yo, sólo que la maravilla de la ciencia la convirtió en lo que siempre fue, una mujer de verdad.
...Estoy confundido, ¿qué seré yo?, tengo que averiguarlo...