Rocío ingresa al siguiente box de atención sexual. Dentro se encuentra Julia una veterana lesbiana de 50 años. Julia ha pagado $20.000 pesos para succionar la vagina de Rocío. Se presentan fraternales. Rocío se abre de piernas y Julia comienza a meterle la lengua. Rocío siente el jadeo estertóreo de Julia, pero su entrepierna está muerta. Julia se enoja y le pide que coopere. Rocío le espeta que ella no está obligada a sentir placer y le dice: eres tú la que debe jadear y gritar. Julia sale enojada camino al colegio donde prepara la comida para los alumnos durante la noche.
Rocío termina su turno a las 10 de la noche y compra pan en la amasandería antes de irse a su casa. Allá la espera su hija de 10 años con la tetera puesta y en la mesa margarita y mermelada de ciruela. Al verla grita de felicidad y va a su encuentro. Le pregunta como le fue en el trabajo y Rocío le comenta que su jefe le hizo escribir muchos formularios y que viene muy cansada, y que mañana tendrá que quedarse toda la noche frente al computador para terminar el trabajo.
Antes de acostarse dicen oraciones y piden para que en el día del Juicio Final, Dios las tenga en consideración y no las olvide en la tierra. Ellas también quieren ser arrebatadas junto a los hermanos de la iglesia evangélica a la cual asisten.
Juan se levanta a las 5 de la mañana para llegar justo a las 8 al trabajo en Santiago Centro. Se acuerda de su encuentro sexual y le da una pena tremenda. Se percata de la soledad que invade la pieza que arrienda y se muere de envidia de los personajes de las telenovelas. En la micro se queda dormido y sólo lo despierta una mujer que se sienta a su lado. Roció no reconoce a Juan; sin embargo, el olor de su piel se le quedó pegado a Juan y sabe que aquella mujer es la misma de ayer. La saluda y Rocío no lo reconoce. Se van conversando todo el camino. Juan por primera vez se relaja y fue ameno y caballero. Rocío lo observa deteniéndose en cada imperfección. Juan se ruboriza por ser tan feo. Rocío piensa que dentro de aquel espantapájaros hay un buen hombre. Antes de bajarse en Huérfanos, Juan invita a Rocío un Café después del trabajo. Ella dice que no puede ese día. Quedan para el jueves y se despiden con un beso torpe en la mejilla.
Rocío se lavó exactamente 15 veces su vulva ese día. Estaba asustada porque uno de los condones se le rompió. Al salir del edificio se encuentra en la esquina con un grupo de prostitutas de la calle. Le piden fuego y un cigarro. Rocío les convida a todas y se va después de una lluvia de besos que estas comadronas, ya pasadas en años para trabajar en los burdeles de edificios, le propinan en toda la cara. Rocío llega a su casa y su hija duerme plácidamente.
El jueves fue distinto para Juan. El sol entró furioso por su ventana y le dio directo en la cara. El día estaba diáfano y transparente. Hasta creyó verse guapo ante el espejo. Se baño parsimoniosamente y no le preocupaba llegar tarde a su trabajo. Estaba aburrido de esa explotación desconsiderada que ejercía su jefe, que era empleado y subempleado de otros tantos jefes más. Ese día vería a Rocío y aquello importaba. El día transcurrió monótono llevando cartas y papeles entre las oficinas todo el día. A las 18:00 horas marcó su tarjeta. Tampoco se apresuró. En el baño se mojó el cabello y se colocó un poco de pino silvestre que su madre le había regalado. A sus 34 años aún era soltero y deseaba con todo el ímpetu de la vida ser padre.
Rocío estaba en la esquina de Huérfanos con Ahumada. Caminaron hacia el poniente hasta llegar a la Avenida Brasil y allí en un pequeño café comieron un trozo de torta de zanahoria con chocolate y un café con leche. Rocío no se comió todo su trozo y guardó un poco en una servilleta para su hija. Juan lo impidió y compró otro para aquella hija desconocida.
Después de aquel café ambos abordaron la micro y marcharon a sus respectivos aposentos. Rocío pensó que no sería justo enamorarse de este bello hombre. Nunca entendería que antes su trabajo era vender un poco de placer a los extraños. Al bajar ella se despidió con un gran beso en la mejilla derecha de Juan. La micro del transantiago partió y Juan se volteó para ver como se perdía la figura de la mujer más bella de la tierra. No la vio más durante mucho tiempo.
El 25 de Diciembre del 2007 Rocío se resfrió. Siguió trabajando bajo los efectos febriles de la enfermedad. Tubo orgasmos imaginando a Juan entre sus piernas y repetía su nombre orate y empapada de sudor. La dueña del departamento se percató que Rocío estaba mal y mandó a uno de los captadores de clientes a dejarla en la casa. Rocío se encontró tirada en la cama y sólo escuchó los besos lejanos que le daba su hija asustada. La vecina preocupada llamó a una ambulancia y partieron las tres al hospital. Rocío quedó internada 3 semanas. Miles de exámenes buscaron la causa de la neumonía tan poderosa que la aquejaba. Y el 31 de Diciembre el doctor le comunicó que era VIH positivo y que estaba cursando con SIDA. Quedó helada y sin respiración. Pensó: maldito condón que se rompió.
Las drogas levantaron su alicaído sistema inmunológico y el 2 de Enero del 2008 le dieron el alta para volver a su casa.
Una tarde a la salida del burdel donde siguió trabajando se cruzó con Juan. Este hizo caso omiso de la procedencia de Rocío y la invitó feliz a comerse un helado. El verano estaba en plenitud y los 28°C animaban a un barquillo del Emporio la Rosa. Juan sabía que ese lugar era caro, sin embargo, por una única vez no pasaría nada en su escuálido presupuesto. Rocío pidió un helado de chocolate con ají y frutos del bosque. Juan uno de naranja con jengibre y ciruela. Se sentaron en el parque forestal y Rocío le contó todo lo que había pasado en su vida. Juan fue reservado y no contó que él había sido uno de los clientes. Al contrario le pidió que no se alejara como antes y que le permitiera ayudarla en todo lo que quisiera. Ambos se abrazaron por largos minutos y desde entonces Rocío y Juan se iban juntos en la micro a sus casas. Pronto comenzaron a visitarse y a la hija de Rocío le agradó ese caballero callado y torpe. Luego todo fue más fraternal y se habituaron los unos a los otros.
El 23 de mayo de 2009 Rocío quedó embarazada de Juan. Lo habían planeado muchos meses y aunque los médicos decían que había muy pocas probabilidades que su hijo naciera con VIH era mejor evitar que curar. Ellos desobedecieron y engendraron un varón. Desde entonces Rocío dejó su trabajo y se quedó en casa. Horneaba repollitos rellenos con manjar, alfajores o calzones rotos, que servían para subsistir. El sueldo de Juan era escaso, no obstante, el se lo entregaba entero a Rocío. Así pasaron los 9 meses de embarazos. Rocío lucía bella y Juan no cabía en la felicidad, que le causaba saber que pronto sería padre. El 23 de Febrero Martín vino al mundo en una cesárea planificada. Nació sin rastro del virus y sano como un roble. Su madre quedó débil como una lechuga mustia bajo el sol. El virus aprovecho aquel espacio de inmunosupresión y la atacó con todas sus armas.
Rocío murió a las dos semanas de dar a luz. Juan quedó destrozado y junto a sus dos hijos enterró a su mujer en el cementerio general. Durante toda una semana no fue a trabajar. Su jefe le comunicó que lo despedirían y que debía recoger su finiquito. Con ese dinero compró tres pasajes de ida a la Isla Juan Fernández y partió con la hija de Rocío y su hijo Martín para nunca más volver.
Juan cada mañana se levanta para ir a trabajar como un pescador más. Allá lejos en medio del océano pacífico vive feliz con el recuerdo de la única mujer que lo amó de verdad. Su hijo Martín se parece a su madre y da gracias a Dios por aquello. Siempre lo ve cuando vuelve de las excursiones que lleva a cabo hacia los atractivos de la isla. Su hija prepara exquisitos platos típicos para los turistas que visitan una de los archipiélagos más hermosos del planeta. Ella es igual a su madre y está que se casa con un pescador de apellido Recabarren.
Cada fin de semana Juan sube los cerros y desde lo alto observa el horizonte. Sabe que ya está más viejo y que sus 44 años no han pasado en vano. Cree que ha sido feliz y que haber dejado esa ciudad infernal fue lo mejor. Se queda entre los acantilados por largas horas y cuando el sol está a punto de ponerse en el horizonte decide volver a su casa con paso lento y meditabundo.
Mientras en el mundo todo sigue de mal en peor. Las especies se extinguen macabramente. Dos religiones se enfrascaron en una lucha sin límites y un asteroide gigante amenaza con hacer desaparecer toda la vida de la faz de la tierra.