sábado, octubre 28, 2006
Han pasado exactamente 10 años desde que por primera vez hice el amor. Quizás esa oportunidad no fue mi primera vez, ya que uno siempre pierde la virginidad de manera gradual. Puede que al nacer perdamos algo de esa virginidad al tocar las manos humanas que te sacan de la matriz de tu madre. Sin embargo, la primera vez que recuerdo haber conocido parte de la pasión y amor fue con mi primo. Es bien recurrente la historia con los primos y a veces es hasta el patrón iniciador de una homosexualidad incipiente.

Fue en aquellos veranos antofagastinos, cuando en el parque japonés mi primo, mayor por 4 años, me invitó a jugar a los conejitos. Yo en ese entonces con 8 años de edad idolatraba a mi primo. Éste tenía un labio levemente levantado, era el izquierdo, y aquello me erotizaba al límite. Me gustaba y él lo sabía. El juego del conejito, era bien simple. Él era el conejo y yo la coneja. Tenía que bajarme los pantalones y él con su pichulita en miniatura me copulaba simbólicamente. Luego nos reíamos y salíamos a tirarnos por el pasto donde rodábamos juntos. Luego era en la playa, bajo un sol incandescente jugábamos a los pececitos, la lógica era la misma; no obstante, la situación era más caliente, ya que nos bajábamos los traje de baños y quedábamos piluchos sobajeándonos.

Recuerdo una vez que estábamos durmiendo en la casa de mi abuela y le dije maliciosamente, que por qué no jugábamos a los maridos. Por supuesto, yo era la señora, así que me cambiaba de cama y dormíamos abrazados como dos tórtolos. Nunca fui violado ni nada, a mi me gustaba la cosa, y creo que a temprana edad ya había perdido algo de mi virginidad, por lo menos la mental. Años después me encontré con mi primo. Ahora era un brillante padre de familia, robusto y buen mozo. Yo por otra parte era el gay de la familia. Nos miramos y me dijo: te voy a dejar a la casa. Yo le dije bueno, y mientras íbamos en el camino sentía que aún habían ganas de jugar. Yo fui el que se opuso. Sentía que ya no podía jugar a los conejitos. Menos con mi primo, su mujer casada no me lo perdonaría. Así que le di un besito antes de bajar y lo dejé con el aura encendida, con la imaginación hirviendo y la pija paradita…

Luego de aquel amor de niños, a los 12 años ocurrió mi segunda pérdida de virginidad. Fue en aquella fecha cuando un aluvión casi enterró por completo Antofagasta. Mi madre, mujer bondadosa y caritativa, se ofreció para recibir a un niño de escasos recursos para que viviera en nuestra casa por un tiempo. Cuando en el colegio llegaron los niños, el que le tocó a mi mamá tenía 14 años, era alto y se parecía a Chayanne. A mí las hormonas se me revolucionaron. El Cristian era mi nuevo ídolo y lo único que quería era estar abrazadito por él. Él se maravilló con mi familia y yo siempre lo miraba. Me impresionaban sus historias de supervivencia y sabía que debajo de esa ropa andrajosa se escondía un cuerpo de adonis de los mil demonios. A mi madre se le ocurrió la genial idea de que durmiera conmigo, ya que no teníamos más camas - yo me dije: el Cristian soñará a mi lado- y era la única solución. Cuando era de noche no podía pegar un ojo. Sentía ese cuerpo de hombre con pendejos y el pene grande a mi lado y mis fantasías se echaban a volar. Yo aún no me desarrollaba, pero si me pajeaba hace rato. En las mañanas el me abrazaba y yo me quedaba tranquilito, mientras sentía como un monstruo, que se situaba cerca de mi ano, crecía y crecía.
Así pasó un año completo. Ya se había arreglado todo en Antofagasta, él volvió a su casa y nos prometió que volvería en las vacaciones de invierno – yo rogaba para que viniera abrigarme en las frías noches del desierto – y así fue como en Julio nos vino a visitar.

Yo ya estaba más grandecito y más atrevido. Una noche le dije: Cristian porque no nos pajeamos. Y me respondió dejándome sorprendido: mejor tú mastúrbame y yo te lo haré a ti. Y desde entonces nos revolcábamos entre jadeos y sudores. Desnudos, yo siempre arriba de él y teniendo esa media cosa entre mis piernas, ya que jamás me penetró. Siempre pensaba que debía llegar virgen y pura a mi primera vez. Cuando realmente me tocó la primera vez fue algo sin igual. Lo dejaré para contarlo en el próximo capítulo de mi virginidad…
 
posted by Vicente Moran at 8:38 p. m.
6 Comments:


At octubre 29, 2006 1:20 a. m., Blogger Unknown

me abriste la ventana a un mal recuerdo que tenía bien guardado, una (mala)experiencia con cierta prima algunos años mayor, ahora casada, madre y católica ejemplar... como no tengo tu madurez, no hago retrospectiva con un dejo de melancolía y carencia de rollos emocionoles, pero sí, al leerte, siento que debo darme una oportunidad que me permita despojar de gravedades a esos hechos y mirarlos sin los prejuicios que tenía antes, todo con el fin de crecer un poco

besos te dejo, Vicente
tus post siempre se quedan un poquito conmigo

 

At octubre 29, 2006 10:14 a. m., Blogger C.-

Pucha cortaste la historia tal cuál lo hacia Moya Grau
No hay derecho pues ¡¡ ja ja
saludos

 

At octubre 29, 2006 9:18 p. m., Blogger jose

pasaba por aqui, y me quede leyendote, escribes muy bien y pff, se ve que tienes mil historias jaja, supongo q te seguire leyendo.
bye

 

At octubre 30, 2006 3:24 p. m., Blogger C.-

volví,con pudor porque puse uno de mis primeros cuentos...pero volví
besos

 

At octubre 30, 2006 5:04 p. m., Blogger Patto

weón me gritaste la vida, ja ja ja como es la weá, las historias se repiten en todas partes casi de la misma forma, es como un calco de lo que he vivido, ja ja ja con mi primo del campo, (a ños menor que yo)tambien jugabamos alos conejitos, con la diferencia que la zanahoria la comiamos los dos ja ja ja, saludosssss

 

At octubre 30, 2006 6:59 p. m., Blogger El Castor

Muy interesante, Vicente. Era la etapa de descubrimiento del sexo por eso aquellos juegos resultaban tan satisfactorios y los recordamos de forma agradable. Un saludo.