Cruzando el Pacífico, en Santiago de Chile, Sebastián enciende su Notebook Hewlett-Packard, con conexión Wi-Fi e IRD para el envió simultaneo de fotografías entre su celular de última generación y su computador. Ingresa a la multinacional Falabella y se pone chequear aburrido los últimos laptop del mercado. Desea aquel que posee cámara integrada, para poder chatear y desvestirse ante el monitor, sin estar pendiente se su posición. Averigua que llegarán en un mes. Se levanta y se toma los anabólicos correspondientes, que le ayudan a mantener esos pectorales portentosos, que tanto le gusta pavonear en la “Superficial bunker”; sin embargo, su mandíbula también se proyecta caricaturescamente hacia el frente.
Wang Bin se levanta a las 5 de la mañana. Toma un sobrio desayuno compuesto de arroz blanco y un poco de sopa. Desde las 5:30 hasta las 6:30 le enseñan a ensamblar los nuevos laptop, que serán vendidos hacia occidente. El sueño lo vence hasta la extenuación y lucha sin remedio para mantener el trabajo y no ser despedido. Se acerca su único día de descanso al mes. Lo usará para pasear junto a Sun Jing para observar los escaparates por fuera. Sólo contemplan desde el frío, ya que sus ropas harapientas delatan su estatus y así están vedados de ingresar. El dinero no alcanza para aquellos lujos, no alcanza para muñecos, ni para fantasía idílicas.
Sebastián se prepara con sus Jean de marca, su T-shirt de marca, sus zapatos de marca, su cinturón de marca, sus calzoncillos de marca y su perfume de marca. Se acicala, cual gato en celo, se para sus cabellos electrizados, que poseen bellos reflejos dorados, que es lo que se lleva. Se afeita el ano y el pecho. Se mira al espejo y de soslayo atisba en la carne viva el palpitar tenue de Narciso. Queda contento. Ha comprado de antemano su futuro laptop, así que saca su coche deportivo desde el garaje y deja su casa minimalista rumbo a la “caja de carne”.
Pieza a pieza. En un engranaje finito se va armando lo que será el Laptop de Sebastián. Wang Bin se imagina, quien lo usará. Y piensa en un padre de familia millonario, que gana bastante dinero. Quizás un banquero, que viaja por el mundo y conoce todos aquellos paraísos que él ha visto en las revista. La hora de salida llega y por fin su día libre se hace realidad. Su esposa Sun Jing los espera con un colorete leve en las mejillas por el frío acérrimo que sacude la región de Heilongjiang. Wang Bin la abraza largo y distendido, mientras al mismo tiempo deposita un beso dulce sobre sus labios. Le sonríe y le dice que la ama más que nada en la tierra. Sun Jing llora y le dice que su hija jamás los llamará ni mamá ni papá, que al final no los recordará y que sus vidas terminaran extinguiéndose - en esa mezcla de comunismo de Mao Zedong y capitalismo de George Bush.
La Bunker abre sus puertas a las 12 de la noche, pero Sebastián llega después de la 1 de la mañana. No puede entrar antes. Su poder adquisitivo no se lo permite y debe obligadamente dar unas vueltas locas por las calles de providencia. En el parque Uruguay ve una pareja de gays teniendo sexo-oral. Lo invitan con sonrisas erógenas. Él obtiene su cuota de idolatría y prosigue dando vueltas hasta las 1:15 de la mañana. Después se dirige al estacionamiento del Bunker y deja su automóvil aparcado. Se baja “divina”. Con la punta de la nariz por sobre la frente e ingresa seguro al oscuro lecho de aquel cubo hueco lleno de hombres y mujeres en busca de divertimento.
Al atardecer Wang Bin y Sun Jing se refugian en un escondrijo entre matorrales. La nieve cubre la tierra y las manos de ambos se entrelazan para sentir un poco de calor humano. Wang Bin se saca su casaca y queda sólo con su único sweter. Deposita la chaqueta en el suelo e invita Sun Jing a recostarse. Ambos se abrasan. Wang Bin susurra en sus oídos: imagínate que estamos en una playa invernal. Trata Sun de escuchar las gaviotas y el reventar de las olas. ¿Las oyes? ¿quieres un pastel?. El de chocolate es el mejor. Wang Bin siente que su mujer tiembla por el frío, entonces la aprisiona para que sepa que están vivos y que deben luchar. Luego van a casa y se duermen acurrucados, tan juntos, que sus carnes parecen amalgamarse, se hacen uno por una noche. La próxima vez será en un mes más.
El show comienza. El paseo electrónico y pirotécnico se hace patente. Los vasos con Vodka fluorescente destellan en la oscura caja de carne y los ojos diabólicos de los comensales se entrecruzan en miradas de cateo carnal. Sebastián está al lado de un chascón, que parece gentuza intrusa. Lo mira con indiferencia. El muchacho de melena, se percata de su punzante mirada y sólo siente lástima por tal esperpento de humano. Sebastián sale a bailar, a mover sus lolas, sus tetas, sus pectorales testoterónicos sobre la tarima, para ser admirado, ser deseado y por supuesto ser follado. No mira a nadie, sólo al frente, en el límite donde las luces juegan con las revoluciones neuróticas de los homo-erotizados danzantes. Y sigue sin jamás pensar en nada, tampoco surgen interrogantes en aquella cabeza vacía, donde sólo existe la imagen fatua de un mozuelo príapo, que lo posee sin resentimiento.
Wang Bin mira como sus compañeros de trabajo mueven sus manos automatizadas. Uno le pregunta por su hija y el parsimoniosamente saca una fotografía de ella. Pequeña, aún un minúsculo suspiro de vida. De pronto se percata que aquello no está bien. Sale de la fábrica y busca Sun Jing le dice que mejor se van a buscar a su hija. Después de una semana llegan donde los padres de Wang Bin y su hija temerosa, desconociendo aquellos extraños se cobija bajo las faldas de la abuela. Poco a poco se ganan su confianza y finalmente una tarde Sun Jing escucha desde lejos un grito de dolor: ¡Maaama!. Y era que se había caído y una de sus rodillas sangraba.
Sebastián despertó a las una de la tarde. El ambiente está cargado de un aroma nauseabundo: mezcla de caca, alcohol y cigarros. Está desnudo y ve en las sábanas restos de semen y excremento. En su pieza hay 5 personas durmiendo. Sólo a uno lo conoce (era con el que había follado la semana pasada). Se levanta adolorido. Toca con sus dedos su ano y se siente húmedo. Los dedos manchados con sangre. Adolorido se dirige a su computador para chequear su E-mail y tiene sólo uno de Falabella: le comunican que no podrán entregarle su Laptop. El pedido de 3000 laptop fue reducido a 2999, y ese que faltaba era justo el suyo...
PD: dedicado a la globalización y a las vidas que hacen que este sistema efímero sobreviva...