La realidad virtual es el nuevo vicio del 2016. Julián tiene su propio programa. Uno ambientado en el año 2011. En aquel sueño se imagina junto a Jorge. Ambos comen sopaipillas y pasan horas hablando sobre las recetas que la madre de Jorge le dejó antes de morir. La vista panorámica desde el piso 60 del edificio costanera es desoladora. Es invierno y las montañas no tienen nieve. La temperatura es de 24 grados Celsius y el calentamiento global ha eliminado a buena parte de la biodiversidad. Ya no queda energía y Julián está a cargo de los vienes de ENAP, que son sólo un montón de toneladas de carbono no emitidas y vendidas en millones de dólares al nuevo imperio mundial. China...
La inteligencia artificial es elitista. Y mientras la mitad del mundo se muere de sed, un cuarto subsiste en los países eternamente en desarrollo, como el nuestro. Y el otro cuarto es rico, tan rico que poseen la misma cantidad de población en robots, que apalean la soledad masiva que se ha establecido en sus vidas. Jorge no sabe nada de aquello y sólo espera que aparezca nuevamente la sonrisa evasiva de aquel chico de rizos dorados. Sus amigos preguntan cuando se casará y dos chicas están perdidamente enamoradas del Jorge trabajador y luchador. Recoger la basura le sirve para atisbar entre los grandes portales de los ricos. Tiene esperanza que algún día en un jardín de plástico aparezca Julián. Cuando no lo encuentra, vuelve a su trabajo de sopaipillero y lanza la última sopaipilla al Mapocho, que está seco y que es el nuevo basurero de Santiago...
Una mañana gris Julian decide terminar con la historia. Las noticias en 3D anuncian que ha sido avistada una ballena moribunda en el contaminado Atlántico, quizás la última de su estirpe. Julian queda meditabundo. Una voz onírica le insta romper todo y lo hace. Toma un cuchillo de láser y elimina el Chip de ubicación inserto bajo la piel de su pecho. Una mancha roja tiñe su camisa y sale corriendo como loco en dirección al antiguo mercado central, que ahora no es más que una zona sin ley. Al llegar una vieja recita poesías de Mistral. Nadie la escucha y los versos se mezclan con el aire cálido del otrora gélido invierno. La señora le dice que se vaya, que ahí lo matarán. Y él pregunta donde venden sopaipillas. Ella ríe y dice que el último sopaipillero está en la ribera norte en independencia. Le dice, que Jorge se va a las 8 de la noche todos los días.
La luna se ha acercado al planeta. Marte ha sido colonizado y lo están reforestando. Han fundido los casquetes polares y ríos han emergido en el rojo e inhóspito planeta. Jorge ve en las montañas la punta de una luna menguante. Se acicala el cabello. Apaga la cocina y cierra su negocio como cualquier otro día. Agarra la última sopaipilla. Su brazo se alza tapando la luna y cuando está presto a lanzar por los aires la promesa de su amor. Una mano cálida lo detiene y le dice que aquella sopaipilla es de él.
La luna ilumina Santiago en su vastedad y bajo él único Jacarandá que va quedando están Jorge y Julian. Julian se come la sopaipilla mientras relata todo lo que aconteció antes que decidiera ir en su busca. Jorge lo mira lleno de felicidad. Sabe que ya no lo perderá. Su único sueño es una realidad. Toma su cara y la besa con pasión desbordante. La luna sonríe craterizada y una brisa fría los baña y los acerca para abrigarse mutuamente. El jacaranda florece súbitamente y sus pétalos caen sobre sus cabezas. El invierno los saludas y los deja rápido ante de que muera...
Y los años pasaron. La Tierra está deshabitada, seca y un extraño color Marrón la cubre. La humanidad guardó en bancos genéticos toda la biodiversidad. En pequeños Chips subatómico, insertos en esporas bacterianas, está contada toda nuestra historia. Jorge y Julian atraparon la atención de un Belugiano, que absorto leía el relato de estos dos hombres que esperaron años, para recién percatarse que se amaban locamente. El Belugiano extrañado llamó al comité científico para una reunión de urgencia. Al parecer una paradoja surgió en las mentes de estos seres emparentados lejanamente con los humanos. Cuando todos estuvieron reunidos el Belugiano, que había estudiado una de las esporas literarias, dijo: Al parecer estábamos equivocados. Los seres humanos tuvieron un atisbo de encontrar el camino hacia el desarrollo superior. ¿Cómo fue posible, que en criaturas tan primitivas el amor sin fines reproductivos existiese?. ¿Podría ser que muchos de ellos hayan descubierto que los dioses antropomorfos son falsos y que la divinidad como tal, sólo es aquella energía expansiva creadora de la vida, que en este caso dio lugar a un concepto abstracto superior llamado amor?. No lo sabremos nunca; sin embargo, si descubrimos que Jorge y Julian no descansaron hasta buscarse el uno al otro. Quizás compañeros deberíamos regenerar esta especie nuevamente en otro planeta, y determinar si son capaces ahora de virar en la dirección correcta. No es función de nosotros enseñarles respeto por la diversidad o hacerles comprender lo que es la energía. Sólo ellos podrán encontrar sus respuestas.
Y todos los Belugianos votaron en silencio para volver o no a la vida a esta fascinante especie, que logró guardar para la eternidad la biodiversidad de su planeta y su historia...
FIN
PD: volveré a los cuentos locos, esto es muy complejo...