Un ruido sordo se escuchó frente a los tribunales de Concepción. Corrí rápido hasta el auto y dentro estaba esta joven madre apretujada entre el asiento y el manubrio. Le tomé su mano y le pregunté por su nombre. Me dijo que se llamaba macarena y que tenía miedo, que no sentía las piernas y que estaba embarazada. Me preguntó si iba morir. No me olvidaré de su cara de espanto. Le dije que ya venía una ambulancia y que todo saldría bien; sin embargo, debajo de mis piernas, lo que comenzó como un hilo de sangre, se convirtió en un manto rojo. Sus ojos no se separaron de los míos y me dijo que había chocado por que andaba pensando en puros problemas existencialistas. Me dio risa la palabra tan rebuscada y de nuevo me preguntó si se moriría. Esta vez me quede en silencio y no le respondí, entonces ella me sonrió y apretó mi mano con fuerza.
La ambulancia demoró demasiado. No podía soltarla, mis compañeros de la universidad vinieron corriendo por la Diagonal, pero ya era demasiado tarde. Yo no entendía como habían demorado tanto, si el hospital está a solo 5 cuadras.
En aquella esquina una futura madre había dejado de existir. Sus pensamientos habían bloqueado sus sentidos y la luz roja jamás había existido entre ella y ese embrollo de conjeturas.
Problemas, miles de problemas saltando de una neurona a otra, ahogando la gracia de la libertad y la paz. Quizás ahora si lo esté. Me queda la ilusión amarga, de que su espíritu, ahora libre haya encontrado una luz de plena comprensión de las vicisitudes de la vida. Tal vez la clave es el olfato...
Yo solté su mano que cayó sin vida. Los bomberos comenzaron a cortar la puerta y ella cayó a la acera inerte. Me quedé parado con frío en la esquina y comenzó a llover fuerte. La sangre se mezcló con el agua y lo limpió todo. Me quedé estático por dos horas pensando en miles de cosas y nada me pasó, a mí nada me pasó. Las luces del centro brillaron y yo empapado tomé la micro para irme a Chillán. Pensando, quedando en blanco, meditando y maldiciendo, renegando y durmiendo, y lamentablemente nada me pasó. Yo esperaba que el bus se diera vuelta, que muriera apretado entre los hierros o ahogado en el río Itata contaminado. No obstante, llegué a casa, tomé once y llamé a mi novio y le dije que lo amaba, que hoy había muerto una mujer y que en mundo habían muerto otras tantas por hambre, violación, cáncer y un largo etc, que al parecer no tenía fin...