Tres años de batalla no bastaron. Dentro de mí otro cuerpo, aquel incorpóreo pedía descansar. El miedo férreo de perder a los amados, hacían de mis días una lucha entre el agobio y el regocijo. Un día mis hijas fueron pequeñas, ahora las veía distintas. Ambas mujeres, damas con un futuro lleno de altos y bajos. Ya estaba de más darles más lecciones, aunque distintas las dos sabían que querían para la vida. Al viejo lo amaba más que al comienzo. Sentado en su silla. El perro fiel en sus pies, como comiéndose las preocupaciones. Mis ojos fijos en su ceño de hombre turbulento. Yo acostada y con ganas de levantarme y tomar un té con galletas de champagne. Sin embargo llegó al fin. Todo fue rápido. De mis últimas palabras no me acuerdo, pero sí del dolor. No de mi dolor, sino el de ellos. Afuera todo es distinto. Uno es como un pajarito: livianito y aunque me había imagino alas y aureola sólo tenía luz a mi alrededor. Al principio no quise partir. Deseaba abrazarlos y quedarme para velar por ellos. El tren casi me dejó. Paró a último minuto y me llevó. Antes de subirme besé a mis hijas y a mi esposo, ambos sonrieron al instante y es que les hice recordar un momento feliz antes de partir. Prometí volver. Por ahora iré a descansar y ver que pasa por allá...
“Just Liker Heaven” iba a todo dar y “The Cure” junto a mí a 180 Km/h. Las luces fugaces de las costanera y las grúas titilantes de los nuevos rascacielos capitalinos. El parque lleno de enamorados y el coma etílico ad portas de mi psiquis. La risa descontrolada y la cabellera al viento como un “caballero del zodiaco”. Soy energía (3 AM accidente carretero de agnóstico sideral).
El último pan. La última sopa de pollo. Helado de chocolate y el padre dándome la extremaunción. Los barrotes se abrieron y los guardias sombríos buscando mis manos para esposarlas. Sentado ante el público. Mis victimas y mis victimarios ambos esperando el espectáculo. La luz se fue, la capucha me sumergió en la oscuridad y sólo mis espiraciones aceleradas las sentía. Apnea, pulso rápido, taquicardia y nada más. Ni luz ni nada. Sólo yo en soledad. Perdido en la oscuridad. ¿Será este el infierno?...
Hambre, hambre, más hambre. En sus neuronas no existía otra palabra. Un monosílabo que perduraba en medio del desierto. Su hija pequeña en sus brazos muerta hace dos días. Los buitres al acecho esperando que ella se rindiera. Los huesos y la piel adheridos a la vida. La vida flotando en el África hambrienta y el espejismo del agua en medio de las guerras tribales de Uganda. Ni Dios ni nada. Ni virgen ni papa. Ni mierda tenía en los intestino. Sus ojos se cerraron lentamente. Dejo caer su cuerpo y el de su hija. Un sueño ligero invadió sus miembros y los buitres atentos se acercaron para engullirla. Dolor hasta en el último momento cuando el pico cortante ingresó en las entrañas aún tibias de la desdichada hambrienta...
PD: dedicado a los seres humanos que parten de este mundo.