En otro lugar de Santiago, yo me levanto silencioso para no despertar a mi novio. Miro su cara calma y leo entre sus arrugas sus anhelos y sueños hipertrofiados. Abro el refrigerador y me percato que somos pobres. Ayer me dijo que tenía doscientos pesos para el día. Me dio una penita cristalina y lo abracé para que sintiera, que en la vida estamos los dos con las mismas premuras.
En un pueblo andino de la segunda región llamado Caspana, un niño pequeño se levanta entumido. Afuera el aire es ligero y diáfano. No quiere bañarse con agua helada y parte “a pata” al colegio, que queda sobre el acantilado. Antes de llegar mira hacia atrás y su alma se regocija con la vista espectacular de su valle. En la escuela espera con ansias el tacho de leche caliente enriquecida con minerales más vitaminas y las galletas duras que le encanta raspar sobre la nata. Se la bebe lentamente y comienza su clase hermosa de “kunza”, su lengua materna...
En una roca agreste del fin del mundo, un faro se aferra imponente para señalar el camino por las aguas traicioneras de los mares del sur. Sus custodios, dos hombres solitarios y enamorados, cada día cumplen el mismo ritual: día por medio uno de ellos se levanta y prepara el desayuno a su cónyuge amorosamente. Se bañan juntos para ahorrar agua caliente y luego ambos suben a la punta del faro, para chequear que todo funcione a la perfección. Se quedan juntos tomando un rico mate con malicia y parlotean vagando en sueños imposibles y haciéndose promesas eternas, como que cuando haya guerra nunca se separarán. De Chile no saben nada, sólo que está al norte y que ahora hay una presidenta que quizás luchará por entregarles un espacio en este país.
En una casa patronal, casi colgando en las montañas, se encuentra un viejito sentado, con el poto con llagas y sintiendo dolor por todos lados. Está loco dicen todos y muchos rezan para que los fantasmas de su dictadura lo molesten todas las noches. Su mujer “sumisa” le lava todo los días, con una esponjita con colonia de guagua las “partes pudendas”, de las cuales ya no quedan nada, aunque en realidad nunca fueron muy grandiosas. Después le dan su desayuno y lo colocan frente al televisor de plasma para que vea películas de guerra, de los nazis y de Benito Mussolini. Así su señora queda libre y la nana lo cuida en las tardes. La nana es una ex-mirista infiltrada y le coloca corriente en el ano, lo mete en la ducha helada y le pega con una toalla mojada. Una hora antes de que su señora llegue de la peluquería, lo arregla y le dice que invocará a la Cladys Marín si se le ocurre abrir el hocico y acusarla. El viejito ya ni habla, lo acuestan a las 8 de la noche, no puede escribir (aunque nunca supo realmente escribir) ni leer. Se queda despierto hasta las 12 de la noche mirando el techo e imaginándose con su capa ploma y sus piochitas de autoridad. Para el rincón no mira. Allá están los fantasmas y entonces revienta en llanto. Grita y su mujer viene enjoyada a retarlo, le dice que se duerma, que ella tiene mucho trabajo (como gastarse los millones robados). Ella vuelve entonces a la sala de cedro rojo y se pone a chatear con un prostituto, que le dice que se lo metería despacito por el culo para que no le doliera. Ella se levanta la falda y se masturba con un consolador, que compró por Internet en Holanda. El consolador tiene puntas y es negro. El viejito escucha gritar a su mujer y se imagina que los comunistas están asaltando su casa. Llora de impotencia y al final se queda dormido. Sueña con su Chile lleno de Chilenitos Huevones, re-güeones, que trabajan para su fundo, pero que de repente se arman hasta los dientes y van por él para empalarlo y matarlo. Despierta gritando y el sol entra a raudales por los ventanales. Su señora diabólica lo levanta a tirones aburrida y le limpia el culo con la esponjita (pero ahora le coloca alcohol al 100%), le saca las costras, para que las llagas vuelvan a sangrar. Lo deja sentado en su silla eterna y se va a rezar el rosario pidiendo, que su calvario se acabe...
PD: chilenitos todos, miles de historias revoloteando en el confín del mundo. Somos seres atípicos “cagados” por la geografía y con una diadema de cuentos, algunos de ellos jamás nunca relatados.