Las luces amarillentas alumbraban la bruma que la envolvía. La mano petrificada pidiendo dinero; un dos tres momia y un largo: ¡mamacita ayúdeme por el amor de Dios!. Las monedas cayeron en el recoveco de su palma y esquelética se guardó debajo del chal. Se paró quejumbrosa y retorcida. La alameda estaba vacía y en un recodo debajo de los neones eléctricos, se sentó a contar su sueldo diario, que acostumbrada, rondaba los 50 mil diarios. Sin embargo hoy recaudó sólo 40 mil pesos. Refunfuñó malhumorada, ya que antes la limosna era mejor y maldijo al cielo y al Dios tan poco dadivoso. Piensa en que tendrá que cambiarse de hotel y dejar de comer en aquellos restoranes tan lindos de providencia. En la alcoba la espera un baño tibio lleno de especies aromáticas. Y después una noche fantástica, acompañada de sus pieles y joyas de antaño. Al llegar a la habitación se prepara un buen Wisky a las rocas y se sienta en la terraza del hotel con vista al parque forestal. Saca un Ken 3 mentolado y se lo aspira parsimoniosa, lenta y extasiadamente, meditando sobre la nueva esquina que deberá conquistar con su personaje malogrado. Desde la silla, el disfraz muerto la contempla silencioso y sin dar consejos. El cigarrillo no esparce más cenizas. Entonces se para de su mecedora, toma el “Black code de Armani” y se rocía un poco entre las dos tetas secas. Se coloca su pijama de broderí y encajes suculentos y se acuesta escuchando un tango de Gardel. Es tarde. Afuera la noche recién despierta...
PD: quedé con un gusto a noche...