Un día me atreví a conversar con él y quise tomarle una foto. Le expliqué que deseaba contar su historia. Crear un relato desde su punto de vista. Me contestó que no tenía ningún problema, con la condición, que tomara tesito con él. Al principio me dio un poco de miedo. Estar sólo con él no era de lo más agradable, ya que su fetidez se sentía a centímetros. No obstante, me arriesgué y quedamos de reunirnos a las 8 de la tarde del día siguiente.
Antes de partir fui a comprar unos pasteles donde la abuelita, que queda en la esquina de mi casa y proseguí con las preguntas precisas en mi mente. Al acercarme a su domicilio, su puerta estaba abierta. Llamé por cortesía y de su casita de madera salía un humo blanco. Las luces estaban prendidas y él salió radiante: bañado y con su pelo engominado, recién afeitado y con olor a flaño, esa colonia antigua que muchos hombres bolicheros usaban para conquistar a las jovenzuelas de cabaret. En un principio me sentí incómodo, por pensar, en como un hombre que aparentaba ser un mendigo, en realidad podía ser un hombre amable y lleno de atención con un personaje, que apenas ayer había conocido.
Su casa era acogedora. Estaba inmaculadamente limpia y adornada con accesorios varios, entre ellos muchas figurillas de loza nacarada, de aquellas que nuestras madres acumulaban en feas repisas. Me invitó a sentarme en el único sillón que tenía y me contó que había cocinado una trasnochada (torta chillaneja a base de hojarascas, manjar y mermelada de damasco, cubierta con cremas varias), yo le dije que para qué se había molestado y de pasó le entregué los empolvados, chilenitos y alfajores, que yo había comprado. La mesa estaba preparada con pan recién horneado, un puré palta y queso fresco. Me preguntó si deseaba café o té de hoja y yo le respondí, que me encantaba el té de verdad. Y comenzamos la charla, que fue más amena de lo que me figuré. Me contó que era oriundo de Dichato, un hermoso balneario de la octava región, y que cuando nació su padre se había marchado sin reconocerlo. Su madre tubo otros hijos, con otro hombre y lo había dejado de lado, hasta que un día a los 10 años de edad tubo que marcharse de su casa, ya que sentía que era una carga para su madre. En un comienzo trabajó en el campo, en las vendimias y en cualquier labor que se le pasara por delante. Hizo de vendedor de porotos en el mercado de Chillán. También trabajo lavando las tripas de cerdos usadas para hacer la famosa Longaniza de Chillán. Por un tiempo anduvo en el norte probando suerte y llegó hasta Antofagasta, ciudad en que tendría su primer y único encuentro del tercer tipo. En ese momento se emocionó y estaba como rojo de vergüenza. Yo, por mientras, me preparaba un pancito con mantequilla y palta, y noté en el gusto, que le había colocado cebollita finamente picada (¡qué rico!). Absorto seguí escuchando sus aventuras y en como trabajando en la caleta conoció al amor de su vida. Entremedio me dejó en claro, que en ese tiempo él era flaquito y que muchos decían que era lindo, especialmente las mujeres. Yo, en mi mente, me lo imaginé alto, con pelos por todos lados. Todo un oso pero hace 30 años atrás. En eso me interrumpió y me puso delante un trozo de la “trasnochada”, que estaba para chuparse los dedos. El amor de su vida había sido un pescador. Me dijo que era un ser tan delicado, que él jamás comprendió como podía trabajar en aquel ambiente tan hostil y viril. Sin embargo, al parecer las apariencias lo engañaron, ya que ese muchacho de piel canela y ojos color desierto era en lo absoluto débil. Un día lo invitó a pescar en su barcaza y él sin hacerse de rogar aceptó. Por dentro los nervios se lo comían, ya que no entendía o no lograba racionalizar ese deseo frenético, que le despertaba este joven de 18 años. Ya en altamar, los dos reían como si fuesen los únicos seres de este universo. Yo ya lo miraba como diciendo: me estay puro leseando, y al parecer se percató de mis pensamientos y me preguntó si le creía o no. Le dije, que igual encontraba, que todo era muy ideal, pero que no tenía derecho a poner en tela de juicio su historia, además estaba muy entretenida y los alfajores llenos de manjar me acompañaron en ello. Entonces me contó, que su hombre del mar lo había llevado hacía la Punta Angamos, donde se encuentra los únicos arrecifes de Chile, con aguas cristalinas y pescados de colores nadando en sus aguas. Y en ese lugar se desnudaron y nadaron. Yo estaba que reventaba de emoción, que situación más excitante de hacer en esa época. Entonces, mientras jugaban y jugaban a sumergirse, él no pudo contener su ímpetu masculino y se le paró. El muchacho al percatarse lo agarró de las bolas y le preguntó: ¿por qué se te para, si el agua está re-helada?. Él colorado hasta le infinito, no supo que responder, y fue entonces en que el muchacho se acercó tanto a su rostro, que sus narices se tocaron y le pidió que lo abrigara, ya que tenía frío. Y él muy tonto le dijo, que no podía porque estaban en el agua. No obstante, las aguas hervían a su alrededor y el chico osado y valiente le agarró a través de sus cabellos y le besó apasionadamente. Yo en ese momento grité, la mujer-real que llevo dentro no se contuvo, y solté un gritito maricón. Ambos nos reímos y fue como un “brake” antes de proseguir con la historia de amor más loca, que había escuchado.
Ese día ambos se amaron fogosamente en la cubierta y los ojos de mi nuevo amigo estaban brillantes, era como si todo le pasara por la cabeza como una película mil veces vista. Casi se me pone a llorar. Un silencio incómodo quedó suspendido en el aire, por varios segundos. Me sentí inquieto y no me contuve, así que le interrogue, si algo estaba mal. Me relató que su encuentro de amor había sido lo más lindo de la vida, que aquella noche habían dormido anclados cerca de la costa y mientras se encontraban desnudos, la nueva razón de su vida yacía dormido en su peludo pecho. Él le observaba entre las sombras tenues e imploraba para que Dios no le quitara nunca más de su lado, al hombre que desde ese día amaba. Me dijo, que nunca se cuestionó si era gay o no. De hecho en ese tiempo no existía la palabra.
Al día siguiente volvieron al muelle y quedaron en que se juntarían en el boliche “la flor del Barrio”, que estaba en Sotomayor con Rosas. Y fue que lo terrible ocurrió, ya que cada 100 años o más, en el desierto más seco del mundo caen las lluvias más torrenciales del mundo. Su muchacho estaba en la barcaza mar adentro y jamás volvió. Todos sus tripulantes habían desaparecido y por días se sentó en la orilla del mar, entre las rocas esperando paciente la llegada de su amado. A veces creía ver entre la espuma de las olas la figura de él, mas sólo era un espejismo iracundo de su ser astral
Desde ese momento decidió jamás vivir cerca del mar y quiso volver a su tierra natal. Chillán fue la mejor elección, ya que era verde y llena de gente tranquila. A su llegada se prometió jamás tener otra relación, hasta que le llegara la muerte y partiera al encuentro de su amado en los reinos de Zeus. En Chillán trabajó nuevamente en lo que pudo, se compró la casita en que estábamos y decidió salirse del sistema y vivir como ermitaño dentro de la misma ciudad. Aún cuando estaba rodeado de personas, me contó que no se acercaban a él. Además él como veía que la gente no tenía interés en él, había dejado de bañarse y aparentar un ser normal, ya que según su criterio él era un bicho raro, una persona que no volvería a ser amada y por ende para qué seguir con una farsa que no le convenía.
Ya eran como las diez de la noche, y yo había quedado anonadado con el relato. Ni siquiera podía pensar bien, estaba como electrizado, pero a la vez triste y un poco rabioso. Le dije que debía marcharme, ya que al día siguiente tenía que hacer mis cosas académicas. Me acompañó hasta la puerta, donde estrechamos las manos y me dio las gracias por haber aceptado su invitación, me confidenció, que desde hace 10 años, que no había compartido una conversación de más de 5 minutos. Y en ese momento, casi exploté de pena y rabia. Me despedí rápido y corrí a mi casa llorando de impotencia, con la lluvia en mi cara, mojando mi sensibilidad y pensando, que héroes de la vida real aún existen.
PD: quizás lo vaya a ver nuevamente, aunque prefiero que siga viviendo en su paraíso. A veces lo he visto y lo saludo desde la bicicleta. Puede que el próximo año lo visite nuevamente.
Dedicado a ti Ermitaño de Chillán.