Tomando unas cervezas, las palabras arrugadas y sin digestión mental invaden las fauces de cualquier energúmeno. Aquello había pasado con mi amigo, que está pronto a viajar a la civilizada y fría Alemania. Ahí estaba este ente destrozado por años de sufrimiento. Un llanto supremo e inaudible para los mortales felices, que no podían comprender – al menos yo no – que sus ansias exitistas yacían en su capacidad de entender lo que para él era ser feliz.
Mientras yo me situaba desde mi podio de mierda, que me da cierto estatus intelectual sin más, mi camarada escuchaba la conversación absorbido por un odio leve pero en crecimiento. Al final explotó y comenzó a increpar todos mis defectos: siempre se hace lo que yo digo, mi personalidad es fuerte y por ende juzgo sin saber a mis congéneres, que pudiendo defenderse callan como idiotas sin neuronas.
Claro, escuché sin inmutar con perplejidad. Mi cara de paciencia que debió aborrecerle, mientras esperaba que botara toda su codicia y todo su ímpetu torpemente gastado.
El problema es complejo, más para un individuo que se zambulle en amoríos homosexuales y de vez en cuando (muy a lo lejos) en relaciones heterosexuales impuestas por este sistema de oferta y demanda.
Su felicidad está enmarcada en el triunfo laboral. En poder gastar sin miramientos un dineral en aquel restaurante (aún cuando sepan precisamente lo que es ser pobres) de moda, o en desembolsar miles de pesos en una noche fatua del Bunker.
Entonces vienen a mi mente tantas interrogantes. Luego de lograr aquellos paradigmas del capitalismo: una vida llena de pelotudas maravillas, ¿qué vendrá?. Quizás la búsqueda de la mujer ideal, aquella que sea bella y materialista. Una que no le interese que su hombre tenga otro hombre. Ella a su vez también tendrá su contraparte.
Sin querer mi estimado amigo abrió su boquita para ser un elocuente cacofónico, un versátil de la mierda, un narciso prehistórico, un jugador arriesgado de la montaña rusa neoliberal, que conduce al agujero negro de la perdición emocional.
Aquella tertulia fue necesaria para entender que quizás yo soy el deslenguado, que no escatima en decir: ¡qué guea más rara eres tú!, ¿qué mierda estás haciendo con tu vida?, ¿Para qué andas sacándole dinero a los desposeídos para tu bienestar?, ¿En qué momento la prostitución dejó de ser sólo por supervivencia, y se transformó en un gusto loable de tu vida?. ¡En que estabas, que vendiste la dignidad por hambre: guerrero miedoso, MARICÓN DE VERDAD, cobarde siniestro!.
Tal vez yo aún no entienda que la fórmula es vender y comprar, comprar y vender y nada más. Lisa y llanamente no hay nada que filosofar. Y si Yeltsin me viera con mi cara de sudaca, me invitaría a tomar un corto de vodka en su fría Siberia, sólo para abofetearme sin miramientos de por medio, con su mano grandotota, colorada y fría. Para luego gritarme junto a Bolaño: La magia mariquita, la magia maricona, la magia fleto. Es la magia lo que le falta a la fórmula.
A mí me quedaría en la psiquis, que es la magia de los sentimientos lo que le falta a la maldita fórmula; sin embargo, luego de un tiempo se me esfumaría de la mente y sería un compatriota del nuevo mundo, que mi amigo ayuda a construir.
Por lo tanto y a modo de conclusión, una solución sería vivir en la misantropía que a veces me caracteriza. Alejarme dentro del caos, pasar por el loco anarquista y vivir “feliz” en las cloacas lumpen de mi globalizada ciudad.
Dedicado a mi Amigo. Tú sabes bien que entiendo, que no seas tú en todo momento, por razones laborales, etc. Creo que comprenderé cuando no me invites a tu matrimonio, ni siquiera yo tendría las agallas suficientes para verte sufrir tanto. También respeto en como logras tus metas y como ves a los que te rodean.
Cuídate y te quiero mucho, Vicente.