Las mañanas son las mismas de siempre. Mis ojos pegados con las legañas ocres de mis lágrimas. El espejo trizado dibuja mi cara que desearía no tener. Y el futuro incierto de los desamparados es como la hiel amarga que emana de mis entrañas. Siempre sostengo entre las manos a “Marianela”, aquel libro sagrado de amor famélico para con los desdichados. Lo lanzo lejos y me pregunto mil veces: ¿porqué nací?. Y mil veces la respuesta es nula, simplemente un silencio lúgubre que brota de mis neuronas. Un caos generalizado entre odio y autocompasión.
Autocompasión al revisar atento la revista “Caras” o “caritas”, que me patea donde más me duele: en el ego destrozado por la belleza cegadora de aquellos afortunados. En esa magnífica y famélica belleza. Es entonces cuando me cuestiono por donde empezar, si todo, absolutamente todo corroe para los que somos fantasmas de mil óperas supremas.
Mis óperas serían un exceso, un grito apabullante ribeteado de dramatismo teatral. Así que es mejor, que acate la orden de las campanas a medio día e insertarme bajo el subsuelo, en las húmedas mazmorras de mis catedrales, y bajar confundido entre las bondadosas gárgolas, para disfrutar de las luces fantasiosas (cegadora) de los bellos. Por las tardes sólo leería, releería y rerreleería escabullido en la quietud, vestido de monje y en compañía del olvido y el rencor.
Rencor amasado con dulzura. Una receta venenosa que jamás me saldría, porque al segundo día volvería necesitado de las manos amigas, que acarician con rechazo esta amalgama de humano que soy. Esta tontería del azar que el mundo vio nacer. Este demonio en potencia, reciclado en un ser humano vuelto a nacer.
Nacer de nuevo. Volver a la inocencia primigenia, aquella donde todos “aparentemente” somos iguales. Volver al ronquido estertóreo, que precedía al sueño de la verdad. Donde las fisonomías se mezclan y cocinan con el mito. Por eso cuando era chico el espejo me dejaba ver mi belleza, tan única y rara.
Rara es mi imagen. Extraña y hasta mitológica diría yo. Pertenezco al mundo fantástico de “Tolkien”. Quizás sea pariente cercano de los centauros y los unicornios. Quizás el amor de mi vida sea un elfo encandilado por mi sabiduría asimétrica. Por mi elocuencia e inteligencia. Y yo feliz por tocar ese suave cuerpo, ese rostro perfecto. Mis manos temblorosas, y un clímax debutante.
Asimétrica es mi apariencia, discordante y llena de imperfecciones, como si a “Miguel Ángel” le hubiesen encargado un ser inexistente. O tal vez "Van Gogh" con sus ojos dichosos vio en mí colores inexistentes. Sin embargo, ninguno imaginó, que un día existiría su obra de arte en mi persona.
Mi persona frente a la realidad y no a golpes para con los sueños. Mi persona tras las letras sin sentido. Viviendo o sobreviviendo al latigazo sin compasión, que la vida me ha ofrecido. El karma estúpido de los hindúes. ¿Habré sido tan malo en mis vidas pasadas?. Ni siquiera nace en mí, la idea del castigo divino, y aún así cada día me pregunto, ¿dónde está mi lugar?.
El lugar que deseo es simple, en medio de la sociedad, junto a un ser amado, tocándome con dulzura y sonriendo de felicidad, al enterarse, que en sus brazos yace el hombre que más lo adora.
Y adorar no como a los dioses (tan irreales e imperfectos), sino como devoción perpetua, fraguado en la esencia de nuestra existencia (la mía y la del afortunado a quien yo ame).
Reacciono con un escalofrió intenso a las baldosas del baño y el espejo aún sigue trizado. Me aburro de esa realidad.
Aquel domingo compré un nuevo espejo. Uno de cuerpo entero. Me observé detenidamente. Las huellas de las malformaciones y siguen intactas, como papiros milenarios, escritos jeroglíficos ininteligibles o misterios propios de mi persona. La cuenca vacía del ojo que perdí queda adornada con el azul zafiro que adquirí y la mirada perdida en la luna. Mis labios finos o lo que quedaron de ellos se pelean con la barba rala tirada al achunte. Mi nariz radiante con aquella perfección de boxeador borracho. Y así prosigo con mi cuerpo, cada parte con su cuento.
He decidido salir y todos me miran y sé que ven en mí, un ser único, tal vez un sueño hecho realidad. Y lo sé porque escuché: mira papá los duendes existen, mira mamá los gnomos existen, mira mamá un ser mitológico. Ése soy yo, esa belleza única, que puede que jamás nunca se vuelva a repetir y que haye en mí la extinción.
PD: ¡en qué momento ese espermatozoide sicótico fecundo al malogrado óvulo!.