- Loco de mierda ¿qué crees que hacías?. – Yo no capté las agravantes palabras que me lanzaba, quien se suponía mi salvador del capitalismo; ladrón de mi inocencia y mi niñez.
- Nada, sólo quiero que me lleven a “nunca jamás”, quiero jugar y saltar, volar y comer, y también follar, libremente como animal. – Pero en lugar de una sonrisa cómplice, recibí una bofetada directamente en mi ojo, que quedó hinchado y sin visión de una vez.
No creía en la represión, pero ahora tenía miedo, miedo de haber transgredido las normas socialmente aceptadas como: moral y buenas costumbres. Por lo visto yo estaba lejos de aquello, y me torturarían para entrar en razón, mas yo no iba a claudicar, con el propósito de llegar a aquel estado de paz interna, así que me atrincheré en los bagajes intelectuales de mi mente. Entré en un trance, para preparar a mi cuerpo ante los azotes juridiccionales que me darían los controladores del bien público.
De un momento a otro, los ángeles de mi guarda eran una horda bestial de sadomasoquistas que me harían aprender, que ya en el mundo la gente libre no existía. ¿Estaba preparado? - no lo suficiente-, pero al menos me alcanzaba para respirar profundo y despedirme de “nunca jamás”.
Las torturas por mi desnudez en la plaza de armas comenzaron en un día primaveral, en el patio interior de un recinto verdaderamente hermoso. En aquel lugar cientos de arcángeles disidentes del cielo me esperaban deseosos para empalarme. Primero me quitaron la frazada que me habían puesto en la plaza, para tapar mis partes pudendas, dejándome desnudo ante tales mercenarios, que sólo se disfrazaban de santos ante el pueblo. En el interior eran unas malogradas almas perdidas en siniestros y cloacales anhelos.
No dejé que me persuadieran, debía ser resistente. Así empezaron por manotearme de un lado para otro, sentía sus uñas filudas incrustarse en mi carne, y luego al mirar de reojo, los pillaba chupándose los dedos, para degustar mi sangre que manaba por mi espalda. Las lágrimas ya no las podía aguantar. No obstante mi regocijo en la fortaleza de convicción era más poderoso. Se aburrieron, así que determinaron aplicarme torturas de conversión. Sí, conversión de mi forma de ver la vida: de mi moral, ética y lealtad. Aquella fé tan errática para ellos (“has lo que quieras, sólo cuida que no hieras a nadie en el camino de ser tú”)….
El hastío jamás los hizo reventar. Finalmente decidieron crucificarme. Me tomaron en vilo y me pusieron al revés de Jesús, mirando hacia el madero, que me imaginé era de sándalo o raulí. Entonces no pude mirar a mis neoromanos. La primera estaca llegó de golpe en mi muñeca, la segunda en la otra y una tercera gigante en mis tobillos cruzados, quedando de espalda a toda es multitud de individuos que se exitaban con mi trasero…
Creo que me morí. En el acta de defunción dice que me tiré del paso bajo nivel de bandera (aunque no estoy seguro). En todo caso, después que me desangré no me dolió más. Igual me tiraron por ahí no más. De mi asesinato nunca se hablo, del loco ejecutivo que se empelotó nada se supo y ahora hasta me salta la duda si alguna vez existí. ¿Será que cuando uno se va al cielo se empieza a olvidar quien fue en la vida carnal? No importa, ya estoy feliz, tomaré un barco que viene por mi....
PD: Dedicado a todos los ejecutivos de cuello y corbata que viven sin parar ni mirar.