Veo mi jet. Ya no me sirve, lo deben haber rastreado hace bastante tiempo. Saben que soy el último entre las metrópolis dirigibles y harán lo imposible por encontrarme y aniquilar mi tendencia arcaica para ellos. Tomo dos lanzadores de fibras de carbono para aferrarme a los rascacielos, en mi huida teatrera, pero en vez de ser Spider-man, yo soy Spider-trans
Se escuchan gritos a lo lejos. Un revuelo que se va acercando a pasos agigantados. La irrupción estrepitosa, con derribo de puerta y armas que se asoman fálicas y tímidas. Miro de soslayo y me dejo caer al vacío desde el piso 250. Lanzo la hebra de carbono que se afianza y quedo “suspendida” mirando como el crepúsculo se despide y la noche me da la bienvenida ayudándome en mi mimetismo transgénero.
Los policías se quedan parados con cara de odio, uno de ellos profiere maldiciones a los cuatro vientos, sin embargo, el otro lo consuela tomándole la mano y regalándole un beso largo y amoroso. Me imagino su dialogo desde lo lejos: No te preocupes amor, ya vamos a exterminar a esos degenerados que no saben descubrir que son.
La ciudad ha entrado en una neblina oceánica que me ayuda aún más en mi última noche farandulera. Me camuflo gracias a mi traje que cambia de color, a través de la información visual que recibe de las diferentes intensidades de luz y figuras que me rodean. Me torno en un camaleón negro aterciopelado, una estética reveladora de los anhelos prohibido de los neohominidos.
Esta es mi noche, en mi ciudad de aire y tengo un último deseo que debo llevar a cabo. Me oriento en dirección oeste, donde se encontraban las viejas purificadoras de Helio. Ahora sólo quedan restos de grandes Búnkers mudos por el tiempo y sólo ocupados una vez al mes para grandes fiestas.
Llego al lugar. La música ha cambiado, también las tendencias, todo es diferente. Me asalta de súbito un sentimiento de nostalgia y frivolidad. La orgía musical no ha parado en toda la noche, ni siquiera logro descubrir de qué trata la fiesta. Sólo veo a seres suspendidos en el aire con trajes celianos ceñidos al cuerpo y moviéndose frenéticos al ritmo de la música. Todos follan entrelazándose en una vampiresca escena dionisiaca, de oscuros pasajes fálicos, montes de Venus y pezones endurecidos bajo el sudor obturador de la respiración. Acciono mi traje para subir y me dirijo a la barra a beber un trago caliente. Justo en ese momento diviso entre el humo a los policías que me buscan vestidos de civiles. Se encuentran en un momento purísimo de felatio mutuo. No me han reconocido, el camuflaje casi me hace imperceptible.
Se escuchan gritos a lo lejos. Un revuelo que se va acercando a pasos agigantados. La irrupción estrepitosa, con derribo de puerta y armas que se asoman fálicas y tímidas. Miro de soslayo y me dejo caer al vacío desde el piso 250. Lanzo la hebra de carbono que se afianza y quedo “suspendida” mirando como el crepúsculo se despide y la noche me da la bienvenida ayudándome en mi mimetismo transgénero.
Los policías se quedan parados con cara de odio, uno de ellos profiere maldiciones a los cuatro vientos, sin embargo, el otro lo consuela tomándole la mano y regalándole un beso largo y amoroso. Me imagino su dialogo desde lo lejos: No te preocupes amor, ya vamos a exterminar a esos degenerados que no saben descubrir que son.
La ciudad ha entrado en una neblina oceánica que me ayuda aún más en mi última noche farandulera. Me camuflo gracias a mi traje que cambia de color, a través de la información visual que recibe de las diferentes intensidades de luz y figuras que me rodean. Me torno en un camaleón negro aterciopelado, una estética reveladora de los anhelos prohibido de los neohominidos.
Esta es mi noche, en mi ciudad de aire y tengo un último deseo que debo llevar a cabo. Me oriento en dirección oeste, donde se encontraban las viejas purificadoras de Helio. Ahora sólo quedan restos de grandes Búnkers mudos por el tiempo y sólo ocupados una vez al mes para grandes fiestas.
Llego al lugar. La música ha cambiado, también las tendencias, todo es diferente. Me asalta de súbito un sentimiento de nostalgia y frivolidad. La orgía musical no ha parado en toda la noche, ni siquiera logro descubrir de qué trata la fiesta. Sólo veo a seres suspendidos en el aire con trajes celianos ceñidos al cuerpo y moviéndose frenéticos al ritmo de la música. Todos follan entrelazándose en una vampiresca escena dionisiaca, de oscuros pasajes fálicos, montes de Venus y pezones endurecidos bajo el sudor obturador de la respiración. Acciono mi traje para subir y me dirijo a la barra a beber un trago caliente. Justo en ese momento diviso entre el humo a los policías que me buscan vestidos de civiles. Se encuentran en un momento purísimo de felatio mutuo. No me han reconocido, el camuflaje casi me hace imperceptible.
- Un café amaretto. Por favor, bien cargado. – Le pedí al barman mirando directo en sus ojos y tranquila, porque sabía que en mi última noche triunfaría.
Mas tarde me uní al frenesí cometiendo fechorías cachondas con cuanto galán se confundiera con esta seudo-damisela. Los manipulaba al destajo, les guiñaba el ojo sensual, y les carcomía a sabiendas el glande engañado.
Ahí estaba en lo mejor escuchando un clásico de hace 30 años, “Salvation”, con todo el mundo enloquecido de la ironía de la letra, cuando de un santiamén los dos chupa-vergas policías se presentaron ante mí, con sus armas apuntándome directo en mi corazón de virgen casta.
- Que comience el Show. – Grito el presentador. Y yo con el corazón en la boca pensé: “por fin, gracias a ti mi Diosa Madonna”.
Justo en ese momento, el animador de la fiesta hizo un alto y grito mi presentación en contra de la ley. Hubo un tumulto descabellado entre los asistentes del evento, aquello me ayudó y por obra de arte aparecí en el escenario, con el micrófono en mis manos. La fiesta tenía como regalo de rebeldía, precisamente, la performance del último travestí que quedaba en las ciudades flotantes. Éstos habían sido aniquilados democráticamente por un grupo fundamentalista: "la fuerza opus gay". Los eliminaban por considerarlos fuera de los cánones del comportamiento normal de los seres humanos y les reprochaban la demora, que se implantó en la conciencia de la sociedadm, para aceptar las relaciones del mismo sexo.
Muchos espectadores reventaron en llantos, en especial miles de heterosexuales que sólo habían escuchado en fábulas y cuentos que los travestis existían. Ahora se presentaba orgulloso, ante este público joven, el mítico ser del cual habían oído hablar a sus abuelas y abuelos de antaño, aquellos que solían ir a bailar a la Blondie, al Bunker, al Bokara hace 80 años atrás.
Mi traje comenzó a estallar en cololes, las fibras de seda de araña comenzaron a danzar junto al compás de la música que iba a interpretar: “Once in a life time” de Enigma. Una antiquísima canción que representaba con creces nuestra persecución. Todos danzaban por los aires, mientras sin poder hacer nada los dos policías miraban furiosos desde lo alto del techo.
La canción cautivó a todos los corazones, y por un momento fui aquella diva del siglo XXI, ya olvidada por todos. La diferencia era que con la tecnología de ahora nadie podía atisbar un rasgo de mi cariotipo o genotipo masculino, sólo veían en mi aquella mujer exuberante de belleza extrema.
CONTINUARÁ... (TERCERA PARTE Y FINAL).