Mi ciudad se sostiene sobre Vectran. Hace unas décadas nos vimos en la obligación de salir a vivir por los aires. Ese maravilloso material (Vectran) nos permitió detener la destrucción inminente de nuestro planeta. Ahora deambulamos por los aires: un día sobre la India, otro sobre la selva amazónica y de vez en cuando sobre el Cabo de Hornos. Antes de ayer, el noticiero informó de dos ciudades que colisionaron en el estrecho de Gibraltar. Hubo cientos de muertos. El helio se incendió y cayeron los trozos de la ciudad al mar Mediterraneo perdiéndose como una Atlantida surrealista. Quedé un poco sorprendido, pero aquellas cosas suelen suceder.
Mi pullover indica que mi presión sanguínea se ha elevado, al igual que el latido cardiaco y mi frecuencia respiratoria. La agitación a la que mi cuerpo se ve invadido me deja entrever un sentimiento premonitorio. Tomo en serio mi presentimiento; he aprendido hace bastante tiempo, que obedecer a mis instintos me puede salvar la vida.
Me dirijo a la ventana y ahí está aquella tormenta, que mi ciudad no pudo esquivar, arrasando con tal inclemencia que la única solución para la urbe flotante fue subir sobre los 8000 metros de altitud.
Me preparo para estar listo. Sé que la policía no me buscará, hasta que hayamos descendido unos cuantos metros más. Sin embargo la negligencia que cometí, ya me ha delatado. Sé que sólo harán falta unos minutos para que salgan en sus jets a buscarme por los rascacielos. Impetuosamente una alarma suena a la lejanía. La tormenta ya ha amainado y los vehículos dirigibles salen aprisa por entre los edificios. Así también lo harán los policías en busca de mí. Me apresuro para fugarme. Me observo en el espejo, para ver como han quedado las prendas: el electrohilado ajustado a mi cuerpo, cubriendo aquellas zonas que poseen el vello masculino y otorgándome esa tersedad de piel de porcelana, de ninfa boreal. Inflo los sostenes para proporcionarme esa beldad protuberante y ninfómana que tanto me gusta. Acciono el corsé confeccionado con tela absorbente de vibraciones (para ser tan silencioso como una pantera), la cual está recubierta por los aminoácidos de la seda de arañas (cinco veces más resistente que el acero), que me protegerá de cualquier ataque despiadado. ¡Mierda! me retuerce la cintura esta prenda; no obstante, me deja como una avispa seductora, con ancas voluptuosas, y por que no decirlo, dignas de una meretriz experta en el arte sexual. Todo el traje guarda – celosamente - hasta el último vestigio de macho que poseo. El pene se disuelve en una vulva turgente y las piernas se afinan dejando mis viriles músculos ocultos bajo mi Biosteel. Retoco el empolvado níveo, remarco mis bellos ojos azules (falsos eso si) con delineador rojo pasión, para darme un semblante sombrío y trágico. Los labios brillan con un nuevo cosmético que se auto-renueva al contacto con la saliva. Finalmente los tacones de Nexio, una alianza extraordinaria entre Tecnotelas y biofibras, que me avisan cuando el peligro se acerca...
CONTINUARÁ....