Cuando ya no se sabe si los párpados se encuentran cerrados o abiertos, la única salida es evocar a la eternidad. Cuando nadas en tu propio excremento desearías tener pegadas, en tu abdomen, las bombas que no explotaron por error. Y cuando escuchas a tus hermanos sufrir en el nombre de Alá, la sangre te hierve de rabia, hacia los malditos herejes de Bush.
Dentro en el calabozo le pregunté a Alá ¿cuánto debía orar para morir?, ¿en qué momento terminaría esta guerra, y si debía dejarme morir sin pelear en su nombre?.
Las noches para mí eran días luminosos. La única luz que refulgía en mi morada era aquella que se colaba por la rendija de alimentación. Mi propio excremento sirvió para transcribir una y otra vez, sobre los mismos versos, las bellas palabras que Mahoma susurraba a mis oídos: ten paciencia hijo, tan sólo ama a quien te hace sufrir.
El día número 22 los desalmados soldados del demonio (Bush) me sacaron del calabozo. Fue como quedar ciego en la plenitud de la luz. No era una ceguera negra, sino blanca y diáfana. Tan irreal, que pensé: ¡por fin estoy en vuestros dominios Alá!. Sin embargo, poco a poco las figuras se fueron contorneando. Los seglares endemoniados de occidente me lanzaron a una montaña de carne hermana. Casi todos muertos. Proferían palabrotas de odio en su estado puro. En el fondo del tumulto se encontraba mi mujer. Su rostro mostraba paz. Sabía que ya nada le haría daño. Ella ya estaba a salvo en el paraíso que me esperaba.
Comenzaron con golpes en mis costillas. Deseaban que les rogara. Estúpidos norteamericanos, tan básicos que piensan que todas las culturas son como ellos. Ricos obesos, que chupan hasta los últimos céntimos a los pobres más pobres del tercer mundo.
En aquella golpiza retrocedí hasta mis días de universidad, cuando enseñaba la belleza del Corán a una comunidad Norteamérica. En aquella oportunidad supuse que aún podían salvarse de sus vicios viscerales. No obstante, lo único que lograron fue nuestro rechazo.
Jamás dejaremos nuestros principios. Mi mente volvió a quedar en blanco. La música, la letanía parsimoniosa que vendría a llevarme y la obligación de aquellos energúmenos occidentales. Gritaban: ¡fóllatelo, métele tu verga en el culo, sí métesela a tu hermano! Y grita ¡Alá, Alá me gustan los hombres!. Mi querido hermano estaba muerto. Su rostro estaba exhausto. Un hilo de sangre atravesaba su espina dorsal. Ellos, los innombrables, levantaron su trasero y me hicieron juntarlo con mi pelvis. Mientras aquello ocurría yo tan sólo oraba y oraba:
Al la hummagash shiní bi rahmatica wa
barakátika wa 'afwuika.
Lick his ass! Gritaron. Fue entonces en que hablé por primera vez inglés. Please, don´t be that evil and cruel. I´m an american like you, the only different is that I love Alá, and I will pray for you all. I wish he will forgive you all. Todos aquellos soldados quedaron petrificados. Tomé el arma de uno de ellos y la puse en mi cien. Shut it now! Grite con rabia. El muy maricón no lo hizo, así que agarré su arma y tan rápido como pude disparé en mi boca. La bala atravesó mi traquea y la carótida. La sangre manaba y su contenido ferroso me supo al elixir de mi propia vida. Lentamente el frío intenso de Alá me cobijó. Lejos allá en el paraíso me esperaba mi esposa.
Alá ayuda a liberar mi espíritu. Moriría antes de hablar y soportaré los días sin luz. Encerrado en esta celda aprenderé quien eres de verdad.
Al la hummagash shiní bi rahmatica wa
barakátika wa 'afwuika.
El día de mi apresamiento me encontraba pastoreando mis ovejas. Ellas deben estar solas en las montañas. Quizás han muerto algunas en las nevazones de las montañas Elburz. Fue hace trece años que dejé New York por estos parajes. Y yo que fui uno de ellos, uno de aquellos monstruos del capitalismo y el consumismo.
Al la hummagash shiní bi rahmatica wa
barakátika wa 'afwuika.