La última tipa es la Pía. A ésta la conocí en una fiesta. Al principio me vendió la poma de mina culta, que cuida su imagen y que tiene claro todos sus ideales en la vida. Creía en la fidelidad, en el amor eterno, en la virginidad, en la bondad del ser humano, en que ella jamás se acostaría a la primera, en que no se deberían dar condones en las playas, que había que matar a los asesinos y desechar a los malos elementos de la sociedad como a los maricones y los drogadictos. Me rejuró que jamás había probado droga alguna. Yo pensaba en silencio: “¡Qué onda! éste es un espécimen en extinción, o la mina es mitómana y no cacha en que onda anda”, ya que estábamos en una casa donde la marihuana volaba y el éxtasis también. Al final de la fiesta yo estaba sobrio y medio aburrido, la música era pésima, cuando de repente apareció la Pía toda cocoroca, como diosa afrodisiáca del monte de olimpo: ¡Y tú!. Le dije yo tratando de contener su risa hedionda a marihuana. Estaba sofocada, por eso creo que se saco delante de mí su polera mostrándome sus pechos, yo me cagué de la risa y le dije que las mujeres no me gustaban, se indignó a tal punto que se paró rápido y fue al baño a vomitar. Me preocupé demasiado y me paré a verla, entré al baño, y ahí estaba la Pía fóllale que fóllale con un tipo drogado, le dije que la soltara, pero ella despectivamente me dijo: ándate maricón culiao.
La Pía va a la iglesia todos los domingos, recibe la ostia de la mano del cura homosexual reprimido y se va arrodillar a pedir perdón por sus pecados de inconciencia.
La última vez que supe de ella fue el año pasado cuando por casualidad fui a ver a un amigo que tiene Sida, que estaba en el hospital San Borja, porque ya murió. Cuando de la cama contigua me llama una mujer que bordeaba los 30 años. Sí señorita dígame. – Le contesté. ¿Soy yo no me reconoces? – devolviéndome la pregunta. Era la Pía que se había agarrado el Sida por inyectarse no sé que droga. La familia la había echado de la casa por deshonrarla, y para más remate había quedado embarazada del güeeta que la contagió. Me dio caleta de pena, fui a sentarme a su lado, me pidió perdón por llamarme maricón esa noche, me mostró a su bello hijo, que había nacido sin sida, y que ahora estaba para adopción. Su familia no se haría cargo de él. Lástima, por que el guatón es re lindo.
Ese día salí triste del hospital Me fui a sentar a tomar un café cerca de mi casa en el barrio Brasil, cuando apareció un pendejo pidiendo plata, le dije que se sentara a comerse un dulce, me puse a llorar y el niñito me preguntó que me pasaba, le dije que había visto un animal en peligro de extinción, como no cacho tomó su dulce y se fue a jugar a los columpios
Estas tres personas: LaTiti, La Toto, y La Pía fueron seres engendrados por esta sociedad, fueron cercenadas de la capacidad de discernir y elegir. Fueron improntadas por las generaciones anteriores y no pudieron evolucionar. Gracias a sus formas de analizar y proyectarse se frustraron. Quizás yo me amargué al percatarme que no pude hacer nada por ellas. Están perdidas en el limbo de lo correcto.
Se quedaron estancadas esas bellas mujeres neuróticas, que no supieron encontrar su horizonte, y aunque la Titi y la Toto son profesionales autosuficientes, jamás he podido sentarme con ellas sin que critiquen mi forma de vida. Sino que seguimos distantes, parados en mundos diferentes y opuestos. Yo mirando como la infelicidad las alcanza a ellas. Ellas viendo en sus vidas el vacío más grande y hondo. Oscuridad hipertérrita que no las dejará. Ahogadas en el círculo humoso de miles de cigarros que fumarán. Preguntándose una y otra vez: ¿por qué nací?, ¿por qué soy así? ¿por qué soy fea?, ¿por qué soy pobre?. Espectadoras de la película más triste y patética de todas: Su propia existencia.
Dedicado a mis amigas Titi, Toto, y Pía.