

Y sí, me gusta con aquellos espejos. Así me puedo ver siendo poseída y penetrada. Además el secuestrador te saca a pasear en el carro y te cuenta la vida sufrida de sus padres y la polla-loca que vuelve a tus “labios” – los menores por supuesto – lagüeteando el clítoris hasta hacerlo desaparecer.
El viaje es indispensable; no hay nada como un polvo en las campiñas, o las peleas en la bencinera cuando el dinero se vuelve el ordinario para seguir la pasión. Así que el coche o el auto (en Chile) sirve de pretexto para vararse en la ribera de la carretera y dormir entre millones de estrellas. Al fin de al cabo el secuestrador es más caliente y ardiente, y por eso mismo no me pierdo por nada el cachondeo noctámbulo en aquel paradisíaco paraje.
No quiero que me suelte, quiero seguir amarrada a las vigas de carnes. Además que los palmazos y los latigazos anales me vienen. O sino sería una hipócrita decrépita de la polla, el pico, el chuto y la diuca todos sinónimos del bello falo, el mismo órgano inútil del macho muerto que yace en el ataúd.
No obstante, me volví la asesina; he matado al secuestrador y mi amor anormal ya no es tal, soy la vil bruja poseída que culminó la cita con el cuchillo entre las vísceras.
La película de terror ya empezó y como buena zorruna que soy me hago la desentendida, una burda y ñurda güeona. No es que quisiera destripar al culiador-raptador, sino que me salió la sadomaso que soy.
Mejor me compro un consolador (un dildo para los modernos) al menos lo aniquilaré con mis labios sicóticos y androfílicos.
Creo que el secuestrador alquilado no ha despertado de su catalepsia. Lo mejor será esperar y dormir para que resucite.
Buenas noches mis mujeres vergonas (y no se ofendan mis hombres fidedignos).