miércoles, febrero 20, 2008
8:00 de la mañana y mi padre me despierta para salir a la vega. Yo con cuatro años me levanto a regañadientes y sólo deseo seguir envuelto en las sábanas soñadoras, que mi madre almidona con tanta paciencia. Camino a la vega, mi padre me dice que estoy chuñiento y acto seguido me pone el apodo de “Chuñito”, que quiere decir que soy un niño no muy amigo del agua y el jabón. Me agarra del cabello y me aprieta contra su pecho. Siento su barba y me duele y me declara que me quiere mucho. Yo feliz me bajo del Suzuki amarillo que se compró y que lo ha dejado en la bancarrota, gracias a un desajuste que nadie entiende en las bolsas mundiales. Lo acompaño por los recovecos de la feria más colorinche que he visto. De fondo se escucha un ritmo tropical y es bien difícil sacudirse esa sangre mestiza que nos caracteriza. Entremedio de mangos, guayabas y maracuyas me doy vueltas percibiendo los aromas del mercado. Los pescados abofetean por su olor característico y la casera de mi padre me abre la boca, y sin permiso vierte sobre mis papilas gustativas un ceviche recién picado. El limón hace fluir saliva a borbotones y mi papá con cara de risa exclama: ¿Rico no?. Yo medio embobado frunzo el ceño y con mi cara agria le respondo que para mí ese mariscal frió sabe a océano pacífico. Así tropezando y saltando me lleva de la mano con una bolsa, que a cada paso se llena más y más. Todo lo necesario para que mi madre fabrique su famoso pastel de choclo. 30 choclos calameños, lomo vetado de res, ajos, cebollas, aceitunas de Azapa amargas, pasas sultanas, mucha albahaca y de postre una gran sandia con harina tostada. Los gritos de los comensales me hacen reír y saltar de alegría. Escuchar aquellas artimañas, que te hacen comprar y regatear. Mi padre reclamando sobre el arbitraje del último partido de Cobreloa con Colo Colo, donde a 2000 msnm pierde sin vergüenza, el equipo de mi papá. Yo me obnubilo en el acaramelado color de un mote con huesillo frío, como la nieve de los andes.

9:00 de la mañana y a mis 5 años ya me dejan picar la carne con un inmenso cuchillo carnicero. Mi padre está con una cerveza en la mano y sintonizando la radio para el partido de Cobreloa con el Colo Colo. Siente dentro de sus entrañas que ahora si ganarán una copa del campeonato nacional. Mis hermanas rayan el choclo con parsimonia. La leche de los choclos cae suave y sedosa en bolo. Mi madre la usa luego para sancochar el choclo con albahaca. Entre los comerciales unas cumbias sandungonas hacen brincar a mi padre de felicidad y agarra a mi madre por la cintura. La da vuelta y se pone a danzar, no muy agraciado. El baile nunca ha sido lo suyo. Mi madre medio en broma se enoja y le dice que debe seguir cocinando, pero esas ancas de matrona latina vuelven loco a mi padre y le es imposible no cortejarla con piropos al oído. Nunca he sabido lo que le dice, aunque pienso que deben ser frases cochinas, porque mi madre acto seguido se voltea y le abofetea suave en su cara barbuda. Y el como buen macho latino le planta un beso jugoso en su boca, metiéndole la lengua casi a la fuerza. Mi madre lo tira hacia atrás y me mira con complicidad. Yo sé que están jugando a amarse. Sigo en mis menesteres con la carne. Que la pico chiquitita, hasta que mi mamá me la quita y la lanza a una sartén gigante con la cebolla, los ajos picados, más albaca, pasas y aceitunas. Se me olvidaban los aliños: orégano, pimienta, comino, sal gruesa, aceite de oliva, merkén, chimichurri y un largo etc. Me quedo al lado de ella. Subo a una silla para mirar como se cuece ese caldo maravilloso. Todo cambia de color: la cebolla queda transparente y la carne se torna oscura soltando un jugo suculento y envolvente. Me pica la nariz y mi madre viene con un pañuelo y me limpia los mocos. Mi padre me agarra de la cintura y me levanta por los aires y me lleva donde mi abuela que vive unas cuadras más abajo.

 
posted by Vicente Moran at 6:26 p. m.
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