Pasa el tiempo. Y yo sigo durmiendo sola”.
Fragmento del poema “Soledad a Medianoche”
De la Famosa Poetisa “Safo, Sappho o Psapphos”
Durante la duermevela el viento suave de verano la despertó sobresaltada. En la pesadilla ella estaba contemplando como vil voyerista la golpiza despiadada de su vecina. El recuerdo del llanto en la mesa del comedor diario. Aquel relato pausado y condimentado con el aroma de la olla a presión, provocó la explosión de amor, que venía cultivando desde hace meses. Ambas cómplices de los maltratos que habían acarreado por 10 años. Los entretelones eran los mismos de siempre: las borracheras, el aliento pútrido, los celos injustificados de maridos inservibles y esas relaciones interpersonales cromañónicas.
Esa mañana, con un mate remojado, las historias se hilvanaron en una sincronía precisa, para dar con el punto necesario; un consejo pasajero, y el apoyo incondicional que despertaban la una en la otra. Entre lágrimas moqueadas, las risas pícaras se inmiscuían, cuando maliciosas recordaban que a sus maridos ya no se les paraba con el alcohol. Se preguntaban sobre su último orgasmo y una de ella respondió, que no sabía lo que era eso. Siempre yacer con su cónyuge era sinónimo de ultraje y dolor. Quizás fue esa la frase, que despertó la intriga. Hasta es posible, que la pesadilla haya sido sólo la llave del nuevo mundo. Ese sueño mal avenido no quiso, sino, remecer las necesidades de afecto, que ambas necesitaban. Un latido acompasado dio paso a una trifulca desorganizada de taquicardia. El corazón ya se había entregado y ella ingenua en su cama no lo entendía del todo aún. Su marido dormido se había olvidado de su belleza, y de cuando en vez la cambiaba por las carnes más robustas y firmes de bolicheras mancebas.
Se levantó temerosa y sus pequeños pies estaban mojados, el sudor premonitorio del placer la había preparado para el estreno con su nueva pubertad o despertar. Los niños acurrucados y envueltos en las pesadas frazadas suspiraban con la tranquilidad de la infancia. Sin embargo, el mayor de 17 años despertó preguntando a su madre, para donde iba. Y ella sin mentir respondió: voy para que me amen.
Al abrir la puerta, el encantamiento se hizo aún más poderoso. Desde la lejanía de los milenios la voz dulce de Safo recitaba su métrica Sáfica. El murmullo de aquellos versos, que rozaban sus pensamientos, poseyéndola de antemano, la condujeron directo a la puerta de su sufrida vecina. El golpe fue suave para despertar sólo al instinto y como éste es astuto y rápido como cupido, al instante la puerta se abrió. En el umbral estaba la vecina impávida y bella, con las mismas ansias, con las mismas pesadillas y el alma en un hilo rogando cada noche para que su amada vecina la salvara, o se salvaran mutuamente.
Se quedaron mirando sus cuerpos. Cada cicatriz de los años y esa pesadez propia de la quinta década de vida. Sus senos que cedieron a la gravedad y las manos partidas por el detergente fueron la primera piel en aproximarse. Al tocarse un calo frío recorrió la espina dorsal de sus cuerpos febriles. Esa nueva forma de animarse, hasta ese momento, era completamente desconocida para ambas. Las yemas de los dedos recorrieron los contornos arrugados de los párpados, pasando por las mejillas y la quijada femenina, que enmarcaba el bajorrelieve de sus rostros. Sus pupilas dilatadas ante la sorpresa y esa sonrisa maliciosa pero solícita, que tanto las alentaba a dar el siguiente paso.
El firmamento salpicado por una vorágine de estrellas contempló paciente y feliz el acto de amor de aquellas dos hembras faltas de cariño. Madres paridas, que ya en la antesala de la vejez aprendieron amar a lo suyo como lo propio. Y cual adolescentes se revolcaron en la tierra, como ninfas perladas de la periferia de la ciudad. Pobres de bienes y ahora ricas en el alma. Prometiéndose compañía incondicional y oculta, en una lengua sólo hablada por las hijas de gea.
Manos entrelazadas, lenguas sueltas y prestas para la acción en los recovecos, que por años no supieron más que de dolor e insatisfacción. Terminaron abrazadas como dos rollizas odaliscas de Botero. Esperaron el primer rayo de luz antes de volver a sus quehaceres de dueña de casa. Acurrucadas y desnudas dormitando su felicidad.
Las vecinas se despidieron prestas a preparar el desayuno a sus hijos. Las dos con una felicidad infinita. Los niños estuvieron listos con sus uniformes impecables y los maridos aburridos y abusadores se marcharon, sin siquiera el beso de despedida. En el antejardín se encontraron contemplando sus crisantemos y sus dalias que estaban a punto de brotar. Sus rostros mostraban complacencia y un guiño de complicidad. Y mientras despedían a sus hijos alzando sus manos rollizas, una de ella pregunta como todos los días:
- Vecina venga a tomarse un mate conmigo, a ver que tiene que contarme hoy….
… Y desde entonces se relatan historias y planean escapar juntas y yacen desnudas y matan a sus maridos de miles de maneras irrisorias y son felices como novias recién casadas, y son mujeres nuevas del afamado clan de las “Sofistas” y así bienvenidas ellas…