El día 30 de Enero de 2007 Maria Luisa cerró su puerta por últimas vez. Se encaminó hacia el edifico número 79 de la avenida Bulnes, sin presagiar ni sentir esa energía negativa, que es premonitoria a nuestra muerte. Su deceso se reportó a las 13:00 horas. Investigaciones se hizo presente a las 14:30 y su cuerpo fue levantado a las 3 de la tarde. Las hipótesis que se barajan, sobre las causas de su muerte, son dos: uno, asalto con homicidio “no premeditado” y dos, un tropiezo fatal y estúpido, que le costo la vida. Sin embargo, existe otra alternativa, otra posibilidad, que aunque escabrosa debe ser también tomada en cuenta. Estas son las letras muertas del más allá, que harán lo posible para relatar, lo que pudo haber ocurrido minutos antes de aquel último grito. El día 30 de Enero de 1979 en el piso 13 de este Edificio, Juan Godoy Álvarez fue ingresado en uno de los tantos centros de tortura del régimen militar. De su casa fue arrestado, ante las caras perplejas de su esposa e hijos. Jamás lo volvieron a ver y sus restos hasta el día de hoy siguen perdidos. En el piso trece de este mismo edificio lo esperaba la DINA para interrogarlo. Llegó esposado y con una venda que ya venía ensangrentada. El interrogatorio duró 6 horas, en donde un centenar de nombres rondaron su cabeza. Juan no conocía a ninguno de los imputados y sólo fue un error (de alcance de nombre), lo que lo llevó a vivir una noche en el infierno. En aquella habitación lo desnudaron, lo ataron en una parrilla eléctrica, y le introdujeron un electrodo en el ano. Cada vez que decía que no sabía nada, un golpe de corriente entraba en sus entrañas y dejaba un rastro estático de dolor, en su interior. Al ejecutante, Sargento Miguel Serrano Muñoz, le complacía su trabajo. Le excitaba y siempre figuraba, con su mente perversa, nuevas formas de torturar. A Juan lo desataron a las tres de la mañana. Le dieron café y un pedazo de queque. Pensó que lo soltarían; no obstante, después del refrigerio lo llevaron a un baño, donde un tambor lleno de inmundicias lo esperaba. Le sumergieron la cabeza hasta casi ahogarlo. Y él seguía diciendo que nada sabía. A las 8 de la mañana falleció por inmersión y los superiores al percatarse que habían cometido un error decidieron cremarlo en la caldera del edificio para no dejar rastros. Castigaron a los rangos inferiores, por traer al Juan equivocado. Éste ya estaba muerto y su cuerpo inerte aguardó tirado como un trapo sucio, hasta que el sargento llegó con una cierra, para cortarlo en pedazos, los cuales sirvieron de comida para los perros policiales de la unidad. Los huesos los cremó y de Juan nada quedó.
El 30 de Enero de 1984 Sonia Ortiz Retamales se mudó al departamento número 1306 del piso trece. La depresión la había dejado exhausta y luego de un largo tratamiento siquiátrico le habían dado el alta. Nunca se mejoró, sólo mintió en todas las sesiones. Jamás volvió a relatar como su marido la violaba cada noche. En cómo él se regocijaba llenándole su vagina de agua mineral, mientras ella colgada de los pies y sin poder aguantar, se orinaba chorreándose todo el cuerpo. Eso duro 25 años hasta que la muerte se llevó al verdugo de su vida. Las pesadillas jamás habían cesado, y por tal motivo había optado por morir. La cuchilla, que había comprado estaba nueva. La adquirió en una tienda del paseo Ahumada y antes de subir a su departamento se comió un pie de limón pensando que en pocos minutos estaría en ese limbo tan deseado, un descanso merecido después de vivir tanto horror. Al llegar a su domicilio un frío estático le caló sus huesos. Las paredes estaban blancas e inmaculadas, y ningún mueble estropeaba el paso. Se fue directo al baño con una catarsis en aumento, y allí en el espejo, mientras las lágrimas silenciosas y salobres comenzaron a brotar de sus ojos, creyó ver un tambor oxidado en el fondo del baño. Se volteó para revisar, pero nada, simplemente un montón de baldosas de hospital recién pulidas. Aún así no se percató de aquella presencia. Retornó a lo suyo. Acercó el filo virgen a sus venas, colocándolo en dirección vertical, no horizontal, ya que sabía que así corría el peligro de quedar viva. Y lo deslizó lentamente, aunque con fuerza. La sangre brotó en grandes chorros, con la presión que el corazón entrega antes de morir. El lavamanos comenzó a tornarse rojo y ella sólo miraba hipnotizada su reflejo en el espejo. Detrás de ella la sombra huidiza de alguien corrió.
El golpe la dejó tirada en el suelo, con sus manos rojas y la frente dolorida. De las paredes finos hilos de sangre comenzaron a caer. Se levantó asustada del baño tratando de llegar a la puerta. Gritos subterráneos le reventaban los oídos. Al salir del departamento iba de espalda hacia la escalera y tropezó. Primero cachó al piso 11, con una fractura expuesta de fémur y arrastrándose trató de golpear una puerta para pedir ayuda; sin embargo, unas manos la agarraron y la llevaron devuelta al piso 13. Ahí la mataron y después la violaron. Cuando la encontraron sus ropas estaban raídas, y dentro de su vagina había una botella de vidrio rota…
El 30 de Enero de 1997 Marco Arancibia, reparador eléctrico y gasfiter, fue llamado desde el departamento 1307 del piso trece, porque una familia había tenido que cambiar las ampolletas del departamento tres veces, ya que estas explotaban durante la noche, una a una. Marco llegó puntual ese día sábado para realizar su trabajo. La familia se había ido de vacaciones y sólo el recepcionista lo acompañó hasta el departamento. Cuando iban en el ascensor, de aquellos viejos de madera, Marco se percató que el conserje era manco. Le preguntó, que qué le había pasado, y rápidamente se arrepintió de haber formulado aquella pregunta. Éste le contestó que un día al tratar de sacar a un funcionario, que se había colgado en el ascensor, las piolas cedieron y perdió el brazo limpiamente. En eso la luz tenue del ascensor titubeó y casi se apaga. El corazón de Marco comenzó a latir fuerte, casi presintiendo el peligro que lo acechaba. Una vez que salio al pasillo, el portero lo dejó sólo y volvió a bajar. A pesar de ser las 2 de la tarde y que afuera un sol despiadado cocinaba las almas del gran Santiago, aquí estaba oscuro y helado, como en una morgue. Al llegar al departamento titubeó un segundo y no estaba seguro si entrar o devolverse y dejar todo tirado. Al final pensó que estaba siendo un maricón y abrió la puerta, sin meditar más el asunto. La casa era normal, con muebles de una familia joven, que recién inician el camino largo de criar. Como el miedo se le había pasado, comenzó a revisar todas las ampolletas, una a una mientras tarareaba una canción de moda. No obstante, a los 15 minutos de estar dentro de la casa su canción se vio interrumpida por unos gritos que provenían del departamento contiguo. Puso atención y escuchaba como un hombre le gritaba a alguien, interrogándolo sobre diferentes nombres. Luego venían los golpes furiosos. Marco se asustó y se calló de la silla que estaba usando. Al instante las voces comenzaron a sentirse más cerca, hasta que estuvieron ahí, en la cocina, precisamente donde él estaba. No entendía que pasaba y en un rincón, tapándose sus oídos, trató de creer que aquella situación no era posible. Trató de recordar algún rezo, mas ninguno se le vino a la mente.
Con los ojos cerrados lo agarró el primer golpe, directo en la nariz, la cual se rompió e inflamó rápidamente. El tiempo no le alcanzó para protegerse del segundo golpe, que cayó en el mismo lugar: su cara. Y uno tras otro los golpes se fueron sucediendo. Trato de adivinar de donde provenían, pero la sangre que cubría sus ojos no le permitió ver nada. Luego los golpes cesaron y Marco se levantó tambaleante hasta la puerta. Su rostro desfigurado, no le permitía saber hacía donde se dirigía. La escalera estaba enfrente, con esa pequeña baranda, que no logró encontrar. Sintió detrás la presencia de su agresor y prefirió lanzarse a la nada, y encontró donde apoyarse, mas el peso de su cuerpo lo dejó colgando por un momento breve, hasta que cayó al vació…
María Luisa también cometió el grave error de ir un 30 de Enero, de este año, al piso 13 y al departamento 1306. Los detalles de su muerte son los siguientes: una vez frente al departamento llamó tres veces. Al darse cuenta que nadie habría se dio media vuelta presta a marcharse a su domicilio. No obstante, la puerta se abrió, sin que nadie apareciera en su umbral. Maria Luisa se extrañó y antes de presionar el botón del ascensor, se devolvió y sin pensarlo dos veces ingresó al departamento.
Yo sólo quise prevenirla, no asustarla. Quedó colgando de la baranda del piso 13 gritando y pidiendo auxilio. Los residentes, de pisos más abajo, observaron horrorizados como esa señora estaba luchando para no soltarse. Yo traté de acercarme para pedirle que soportara un poco, pero escuché los pasos de Miguel Serrano, que salían del escondite, que lo ha albergado por 33 años. Miguel se acercó a ella, mientras yo me escondía, y ella rogó que le ayudara. Miguel le preguntó por José Márquez, un dirigente del partido comunista. Ella respondió que no conocía a nadie del partido comunista y Miguel le grito que mentía, que a él no lo hacían tonto. Entonces sacó un gran cuchillo desde sus ropas de Sargento antiguo y cortó ocho dedos de un golpe. María Luisa se golpeó con la baranda del piso 10, luego azotó su cabeza en la baranda del piso 7 y terminó con su cráneo roto en el piso 3. Su cuerpo agónico, tendido en el piso de mosaico, presentaba aún aquellas convulsiones típicas de los desdichados. Su masa encefálica se había esparcido dejando un halo oleoso a su alrededor y sus ojos miraban hacia arriba. Yo pensé que miraba mis ojos, luego comprendí que aquello no sería posible, y me dije: a ti Juan Godoy nadie te ve.
Las risotadas profundas poseyeron mi interior. Trate de escapar y esconderme en mi subconsciente. Pero mi pesadilla se repetía cada año en la misma fecha. Las manos duras y partidas de mi verdugo volvían a rememorar la sesión de masacre. Cuando antes de morir, “realmente”, mutiló mi lengua para cocinarla y dármela de comer. Sacó mis uñas y mis dientes uno a uno y cuando me desmayaba esperaba paciente a que la conciencia volviera. Su mente retorcida acabó conmigo tirándome desde el piso 13, y ahí no descansó, una vez muerto me violó hasta quedar feliz. Después me cortó en pedazos; en trozos pequeños, que dio de comer a los perros y las palomas. Y se marchó a su casa, donde su madre le cocinó aquella sopa de albóndigas que tanto le gustaba, con carne molida que él extrajo de mí…
Su madre falleció y desde entonces aguarda oculto en el edificio, en el departamento 1306 del piso 13 del edificio número 79 de la Avenida Bulnes, esperando con ansias, que alguien se encuentre sólo en ese departamento, reducto eterno de las torturas de la dictadura…