Querido amigo.
Creo que la lentitud ha ido ganando espacio dentro de este cuerpo atribulado. Una especie de taco o mejor dicho atasco, en medio de un frenesí humano y que adolece de sensaciones y es frutoso en vicios. Quizás ese es el motivo por el cual un freno, antes desconocido para mi animalidad, ha surgido a modo de medicina – que bella palabra para con los necesitados de mejorías – dentro de esta vida fugaz, que apenas logro gozar.
Estas detenciones obligadas dejan marcas. Algo así como llagas dulces, heridas gozosas, de las cuales nos deleitamos recordando la secuencia exacta de un movimiento único. ¿Has observado alguna vez la belleza de los movimientos? Tal vez te imaginas esos movimientos perfectos de un deportista de elite o de bailarines a punto de dar su mejor brinco en el escenario, como si fuese lo más fácil que un ser humano pudiese hacer. Yo me refiero a esos movimientos únicos, tan mágicos que sientes que tus ojos te engañan. Me atreveré a entregar un pequeño y humilde ejemplo: yo en el laboratorio realizando inmunofluorescencia y que por casualidad – dicho al margen adrede – dejo incubando por una hora; media hora más de lo permitido, unas muestras bajo estudio. Entonces, sin preámbulos y para no aburrirte, observo el portaobjeto en un microscopio y ahí como luces espaciales, unas bacterias del género Clostridium se mueven como supernovas de un color verde iridiscente. Y no es que haya sido la primera vez que contemplase estos ínfimos seres que viven en una realidad de micras, sino que súbitamente comencé a disfrutar de esa danza suave en medio del buffer que las suspendía. Un movimiento ondulante, rítmico y a la vez nunca antes visto. Una traslación nueva, una realidad virtual aumentando 1000 veces el poder del órgano sensorial de la vista. De facto me atrevería a decir que correspondería a una partitura, pues posee ritmo, cadencia y armonía. Tan sólo faltaba tocar esos pequeños seres para que comenzaran su repertorio. Su desplazamiento fanfarrón y orgulloso denotaba un aire de hazaña, con un dejo de proeza. Brillantes ellos, adornados de sus trajes “eclipse de fluoresceína”, un carnaval alegórico de cilios frondosos, movimientos coquetos, malignos, como quien con desdén advierte de su poder tóxico y virulento.
Durante quince minutos estuve en otra realidad. Otorgándome ellos, los microbios, la oportunidad de introducirme en su noche de gala. Desplegando ante mí, nuevos desplazamientos jamás antes apreciados. Su maliciosa invisibilidad, la cual no pierden, al ser descubiertos ante estas complejas técnicas, pues para ellos no es condición sine qua non la clandestinidad, mas salen orgullosos y hasta pretenciosos a mostrar sus armas mortífera, tan eficaces, tan ingeniosamente evolucionadas.
Yo, egocéntrico paupérrimo, tratando de camuflar mis ojos vivarachos y cholos, cantándoles una aria de sacrificium: “quel buon pastor son lo” para embaucarlas y convencerlas de enseñarme su danza. Anhelando en mi interior la intención egoísta de robarles el secreto de su naturaleza, su enigmático léxico; no obstante, en estos momentos, ya aceptando su belleza y en base a ésta, convencerlas de que sean mis aliadas, que hagan el amor con nuestro sistema inmunológico, para luego todos terminar en el clímax de una nueva simbiosis.
Cada día estoy más sólo. Mis divagaciones requieren de belleza. Y quisiera avocar mi vida a su entendimiento, con las escasas herramientas que poseo. La belleza, la filosofía de su esencia y las ínfimas ocasiones en que nos encontramos ante ella, o mejor dicho que nos percatamos que estamos ante ella. ¿dónde está? ¿en qué lugares se esconde? Y mi vida dedicada a gozar de sus escasas apariciones.