jueves, junio 29, 2006
Una brisa fresca y pícara entró cuando la puerta se abrió. El mensaje no fue claro. No le prestó atención y levantó el índice para llamar a la señorita. Ella, una mozuela de unos 18 años, blanca, pelo negro, ojos pardos. Una gata callejera en busca – pensó picaronamente – de un viejo de pichula experimentada.
Le ordenó un café irlandés. El otoño ya se plantaba de sopetón en el gran Santiago. Los árboles de la plaza Brasil parecían languidecer. Sus hojas doradas a punto de desfallecer. Todo era bello. Y más aún las nalgas rubicundas de la muchacha, que ya venía cadenciosa a dejar el pedido. Los ojos de ambos se cruzaron. Una sonrisa tímida, aunque caliente se escapó del rostro de la cría, que con ademán procuró rozar las manos del viejito picarón.
El primer trago fue profundo y rudo. Dejo la taza en el plato, tomó una revista de socialité con los rostros demacrados de las esqueléticas modelos. Todo lo anterior, con el fin de husmear a la chiquilla en el fondo del pasillo, sentada en un piso de madera obscura. Ella fumando un cigarrillo lentamente, que formaba un vaho nocturno y rojo a su alrededor. La pinga se le paró, la sentía dura, cabezona, turgente, a punto de explotar. Se la imaginaba lamiéndosela. Una lengüita rosadita, pequeña, y jugosa, que contorneaba su glande ya tan acabado.
Tomó su taza y desde lejos le inclinó la cabeza saludándola, pero también invitándola a la cama. El sorbo de nuevo fue largo, y cuando volvió a dirigir la mirada, ella lo observaba fijamente. Tenía las manos en su vagina de muñeca, las piernas cruzadas formando un triángulo equilátero perfecto, y sus labios húmedos de deseo. De nuevo soltó la sonrisa tímida. Sin embargo, el guepardo se cruzó por la puerta. Cerró los ojos, creyó ver un guepardo de vuelta corriendo a toda velocidad.
Aún quedaba café en la gran taza. Tragó el tercer sorbo. ¿Qué habría sido aquella figura felina en las afueras del café? - Pensaba intrigado- Los guepardos viven en África, y no en Santiago de Chile. Dejó flotar la visión y buscó con la mirada a la chiquilla. Estaba más lejos sentada en el mismo piso. El pasillo se había iluminado por la llegada de la bienvenida noche y los noctámbulos arribaron como cosacos del inframundo. Todos pálidos, ojeras gruesas y labios malditamente rojo; todos hombres y mujeres, en un androgenismo marcado.
Levantó la cabeza y en el fondo la muchacha todavía mantenía la mirada en su blanca cabeza. La invitó a venir. Ella le señalo si quería otro café. No, no quería otro café, sino hablarle e invitarla a un motel de mala clase, para meter por su culo puntiagudo su pichula llena de afrentas antiguas.
Ella llegó con el café irlandés. Ahora con más crema. La gente le empujó y un poco de la crema quedó como adornó en uno de sus pezones erectos por el aire frío que se colaba por la puerta cada vez que alguien entraba.
Le dio las gracias, entregándole una nota a escondida de todos. Temblaba como adolescente, empapando la espalda con su sudor ardiente. La mirada se clavó en su trasero y creyó ver una serpiente salir por debajo de su cortísima falda. No sabía lo que le pasaba. Tomó un poco más de café para despejarse, quizás se estaba quedando dormido. Ya no estaba acostumbrado a la conquista. Y las poluciones nocturnas lo habían abandonado hace muchos años. Las pajas eran agotadoras y tenía miedo de meter la pichula en putas que resultaban ser putos con tetas. Sin embargo, hoy era distinto. Aquella hembra púber le despertó aquel león dormido por casi dos décadas.
La muchacha en el fondo desdobló la nota y la leyó. Su pelo había cambiado. Era azul eléctrico. Se percató que los demás comensales eran ilustres muertos y otros seres irreales que sólo existían en las historias fantásticas que a veces leía. Se agitó en demasía. Llamó a la muchacha pidiendo la cuenta y se tomó el ultimo sorbo del segundo café irlandés.
La señorita comenzó el desfile desde la entrada. Parecía jamás llegar. Sus ojos clavados en los de él. Ella apretujada entre sanguijuelas que restregaban sus miembros pobretones en sus inmaculadas nalgas.
No pudo llegar hasta él, así que se levantó y fue a su encuentro. Pasó por aquella masa de carne en movimiento, que le tocó el trasero. Le metieron los dedos en su anciano y virgen ano. Se encolerizó, pero en medio de aquella orgía no sabía quien era quien. Le agarraron el paquete lacio por el enojo. Al final, en la puerta de salida, estaba ella con su abrigo. Por lo visto había aceptado la invitación y después de todo era el día del triunfo. El sexo más esperado antes de su muerte.
Al salir todo había cambiado. El cielo estaba estático. Había un televisor en el espacio sin sintonía, sin transmitir nada. Luego frases completas comenzaron a ser escritas en la pantalla. Era Dios: no lo hagas, no vayas, no lo intentes, no se te parará.
Los edificios se difumaron y estaba sólo con ella, en medio de montañas de sal. Sombras de hombres formando un circulo. Todos sin rostro, ninguna identidad. Eran palafitos humanos parados en un mar de arena. Juzgadores y voyeristas.
Los monstruos surgieron de la nada. Los rostros se metamorfoseaban sin cesar. En un momento eran mandriles de dientes horrendos y en otras un vampiro gélido. Agarró fuerte el brazo de la muchacha, casi estrangulándoselo. Ella lo llevó a un callejón sin salida.
Todo estaba en las penumbras. Sólo sentía las manos heladas de ella. No lo estaba acariciando, como en un principio pensó. Lo estaba registrando. No podía gritar. Comenzó a quedar inmóvil. Los pies se le aflojaron. El brazo izquierdo mandó la señal y su rostro se transfiguró en uno doloroso, con ganas de agarrar aquella puta maldita.
Ella sacó la billetera. Se la mostró, burlándose de su debilidad. Sacó las fotos de cada uno de sus hijos y las quemó. La de su esposa la usó para limpiarse el culo y se la hizo comer.
Levantó el taco del zapato y lo lanzó directo en el pecho.
Lo meó y lo escupió. Dejándolo tirado como ropa roída y desechada. El corazón no pudo más y se detuvo en ese momento. Expiró y dejó caer la taza en el plato. El ruido seco y agudo del cristal rompiéndose. Todos angustiados fueron en ayuda del viejito, que súbitamente había dejado de existir en aquel tranquilo café de la Plaza Brasil.
La muchacha que lo había atendido llegó de las primeras. Le sostuvo la mano. Él la observó fijamente, escrutando la maldad en su interior. Entonces agarró con fuerza la mano de la mesera, acercó su cara lo más cerca al oído de la muchacha y dijo: ¡MUERE PUTA!

FIN.
PD: no sé si ya puse esto...
 
posted by Vicente Moran at 11:39 a. m. 4 comments
jueves, junio 22, 2006
Con las bolas hedionda y el entreceño corrugado de tantas horas frente al frenético tráfico de Santiago de Chile, se auto-auxilia con la cumbianchera música que unos artistas callejeros le entonan a los pasajeros. Es la última vuelta por el bosque antes de ir a su cálida casa, donde lo esperan con un rico charquicán. En la esquina la chillarra suena y él para incrédulo para que bajen los pasajeros, pero en vez de bajar suben tres y con escopeta en mano le piden el dinero que está en la cajita llena de monedas. Asustados los pelotudos asaltantes, a uno se le arranca un tiro y sin darse cuenta le da una señora embarazada sentada en el primer asiento, y todo se escandaliza. Las balas se sueltan como ametralladora y matan a todos en la micro. Los ladrones arrancan y la micro queda pintada en el fondo smogiano del Santiago surrealista, enmarcada en un inmenso charco de sangre oscura, petrolera y con un brillo tornasolado.
 
posted by Vicente Moran at 12:50 p. m. 8 comments
jueves, junio 15, 2006
En Valparaíso el puerto despierta brumoso y el rocío fresco moja la cara desnuda de “Juan”, que duerme apacible en un recodo del viejo robre de la plaza. A sus diez años sabe que debe ir a trabajar temprano, y parte a la vega corriendo para cargar los sacos monumentales de cebollas. Entre medio se come un pan con mortadela y se ríe con sus amigos los feriantes. Le pide a la señora Carmen que guarde sus cuadernos y parte a las 14:15 a la escuela, donde su profesor de historia les pasa una presentación, de la modernidad de Santiago, y él embelesado se imagina todo, como en las películas de ciencia ficción. “Juan” no tiene padres y sólo en ocasiones extremas, cuando el hambre es lo que rige su cerebro, ha aspirado neoprén, para apaciguar no sólo la falta de nutrientes sino también la carencia de cariño (un alimento cada día más escaso)..
Un millón de desempleados levantándose cada mañana con los ojos pegados de legañas. No compran el diario, ya que es un gasto estratosférico, mientras por ahí perdido en los tugurios del lenguaje, está el feo del Larraín. Se despierta despotricando contra todo lo que se trata de hacer en nuestro país. Cuando él duerme plácido con su cuerpo fláccido, al otro lado de Santiago cientos de seres humanos se re-cagan de frío en las distintas "tomas". Su moralidad cristiana por el culo y la mesa diestra llena de manjares feudales. Los terratenientes de antaño vociferan sobre como se deben hacer las cosas, mientras sentados en sus tronos senatoriales sobre las bolas caldeadas, siguen sonámbulos la discusión de una ley, que a ellos no les favorecerá. Intereses más e intereses menos son todos una manga de egoístas desnutridos. Famélicos de bondad y sin una opinión clara sobre lo que es construir un país más equitativo.

En otro lugar de Santiago, yo me levanto silencioso para no despertar a mi novio. Miro su cara calma y leo entre sus arrugas sus anhelos y sueños hipertrofiados. Abro el refrigerador y me percato que somos pobres. Ayer me dijo que tenía doscientos pesos para el día. Me dio una penita cristalina y lo abracé para que sintiera, que en la vida estamos los dos con las mismas premuras.

En un pueblo andino de la segunda región llamado Caspana, un niño pequeño se levanta entumido. Afuera el aire es ligero y diáfano. No quiere bañarse con agua helada y parte “a pata” al colegio, que queda sobre el acantilado. Antes de llegar mira hacia atrás y su alma se regocija con la vista espectacular de su valle. En la escuela espera con ansias el tacho de leche caliente enriquecida con minerales más vitaminas y las galletas duras que le encanta raspar sobre la nata. Se la bebe lentamente y comienza su clase hermosa de “kunza”, su lengua materna...

En una roca agreste del fin del mundo, un faro se aferra imponente para señalar el camino por las aguas traicioneras de los mares del sur. Sus custodios, dos hombres solitarios y enamorados, cada día cumplen el mismo ritual: día por medio uno de ellos se levanta y prepara el desayuno a su cónyuge amorosamente. Se bañan juntos para ahorrar agua caliente y luego ambos suben a la punta del faro, para chequear que todo funcione a la perfección. Se quedan juntos tomando un rico mate con malicia y parlotean vagando en sueños imposibles y haciéndose promesas eternas, como que cuando haya guerra nunca se separarán. De Chile no saben nada, sólo que está al norte y que ahora hay una presidenta que quizás luchará por entregarles un espacio en este país.

En una casa patronal, casi colgando en las montañas, se encuentra un viejito sentado, con el poto con llagas y sintiendo dolor por todos lados. Está loco dicen todos y muchos rezan para que los fantasmas de su dictadura lo molesten todas las noches. Su mujer “sumisa” le lava todo los días, con una esponjita con colonia de guagua las “partes pudendas”, de las cuales ya no quedan nada, aunque en realidad nunca fueron muy grandiosas. Después le dan su desayuno y lo colocan frente al televisor de plasma para que vea películas de guerra, de los nazis y de Benito Mussolini. Así su señora queda libre y la nana lo cuida en las tardes. La nana es una ex-mirista infiltrada y le coloca corriente en el ano, lo mete en la ducha helada y le pega con una toalla mojada. Una hora antes de que su señora llegue de la peluquería, lo arregla y le dice que invocará a la Cladys Marín si se le ocurre abrir el hocico y acusarla. El viejito ya ni habla, lo acuestan a las 8 de la noche, no puede escribir (aunque nunca supo realmente escribir) ni leer. Se queda despierto hasta las 12 de la noche mirando el techo e imaginándose con su capa ploma y sus piochitas de autoridad. Para el rincón no mira. Allá están los fantasmas y entonces revienta en llanto. Grita y su mujer viene enjoyada a retarlo, le dice que se duerma, que ella tiene mucho trabajo (como gastarse los millones robados). Ella vuelve entonces a la sala de cedro rojo y se pone a chatear con un prostituto, que le dice que se lo metería despacito por el culo para que no le doliera. Ella se levanta la falda y se masturba con un consolador, que compró por Internet en Holanda. El consolador tiene puntas y es negro. El viejito escucha gritar a su mujer y se imagina que los comunistas están asaltando su casa. Llora de impotencia y al final se queda dormido. Sueña con su Chile lleno de Chilenitos Huevones, re-güeones, que trabajan para su fundo, pero que de repente se arman hasta los dientes y van por él para empalarlo y matarlo. Despierta gritando y el sol entra a raudales por los ventanales. Su señora diabólica lo levanta a tirones aburrida y le limpia el culo con la esponjita (pero ahora le coloca alcohol al 100%), le saca las costras, para que las llagas vuelvan a sangrar. Lo deja sentado en su silla eterna y se va a rezar el rosario pidiendo, que su calvario se acabe...

PD: chilenitos todos, miles de historias revoloteando en el confín del mundo. Somos seres atípicos “cagados” por la geografía y con una diadema de cuentos, algunos de ellos jamás nunca relatados.
 
posted by Vicente Moran at 10:32 a. m. 9 comments
martes, junio 06, 2006
Pasado mañana doy mi anteproyecto de Tesis doctoral. Me he preparado harto e invocaré el poder de la madre tierra para que me vaya bien. Para lo cual dibujaré en mi vientre un útero fecundo que me entregue conocimiento y desplante, para así poder explayarme ante la audiencia marcada por falos un tanto viejitos.
A su vez mañana tengo una presentación sobre unos mutantes re simpáticos. De hecho ayer ocurrió una situación surrealista: imagínenme caminando por el parque de mi universidad (y recuerden que concepción tiene bellos jardines) con un Moccachino en la mano y en la otra un paper (el de los mutantes), además iba vestida de mongómery color beige, debajo una polerita con lentejuelas y una bufanda enarbolada en mi cuello de diosa griega. Una boina para afrancesarme y mi reproductor MP3 tocando "Sorry" de Madonna. En eso iba cuando, veo sobre mi cabeza pasar una mansa piedra. Me detuve ipso facto, y me percaté que estaba en medio de los encapuchados y los pacos. Ellos caballeros me dijieron: señorita protéjase que le puede llegar un peñasco. Yo, como doncella aterrorizada, grité alaraca y salí corriendo en medio de una lluvia de meteoritos. Desde el campanario famoso de mi universidad (el reloj) unos hombres fuertes bajaron para auxiliarme. Al menos salí ilesa, con mi cuerpo temblando y nerviosa, casi al extremo de romper en llanto. Menos mal que mis amigas las bioquímicas me ayudaron a superar el mal rato. Después me fui a comer un pastelito, antes que comenzara una de las clases más apasionantes en las que he estado, en donde estudiamos la pirulín pirulasa de los microorganismo, para desentrañar sus secretos y derrotarlos en su afán por enfermarnos.
Ya amigas del blog, mujeres convexas, diosas bloggeanas, hembras castas, afroditas cibernéticas, recen por mí y hagan un aquelarre, para que siga metida en el mundo de la ciencia y pueda crear una vacuna, que vuelva gay a todos los hombres (pichulones) de la tierra.
Besos a las vaginas utópicas y también a las reales de carne y pelo.
PD: los quiero a todos.
 
posted by Vicente Moran at 11:35 a. m. 10 comments
jueves, junio 01, 2006
Siempre lo veía cuando llegaba de su trabajo, con una carreta llena de porquerías, que quizás vende en algún lugar. Es un gordito maloliente y sucio, que vive como misántropo en una pequeña casa de madera. En su puerta siempre cuelga el letrero eterno: arriendo pieza y doy pensión, “sólo a muchachos jóvenes”. Y en las noches, a eso de las 10, se para en el portal de su vivienda, esperando quizás que cupido fleche a un mozuelo que se arriesgue con su persona. Cuando uno pasa por su lado te mira profundo y deja entrever esas ganas reprimidas o un deseo imaginario, que quizás en antaño gozó.
Un día me atreví a conversar con él y quise tomarle una foto. Le expliqué que deseaba contar su historia. Crear un relato desde su punto de vista. Me contestó que no tenía ningún problema, con la condición, que tomara tesito con él. Al principio me dio un poco de miedo. Estar sólo con él no era de lo más agradable, ya que su fetidez se sentía a centímetros. No obstante, me arriesgué y quedamos de reunirnos a las 8 de la tarde del día siguiente.
Antes de partir fui a comprar unos pasteles donde la abuelita, que queda en la esquina de mi casa y proseguí con las preguntas precisas en mi mente. Al acercarme a su domicilio, su puerta estaba abierta. Llamé por cortesía y de su casita de madera salía un humo blanco. Las luces estaban prendidas y él salió radiante: bañado y con su pelo engominado, recién afeitado y con olor a flaño, esa colonia antigua que muchos hombres bolicheros usaban para conquistar a las jovenzuelas de cabaret. En un principio me sentí incómodo, por pensar, en como un hombre que aparentaba ser un mendigo, en realidad podía ser un hombre amable y lleno de atención con un personaje, que apenas ayer había conocido.
Su casa era acogedora. Estaba inmaculadamente limpia y adornada con accesorios varios, entre ellos muchas figurillas de loza nacarada, de aquellas que nuestras madres acumulaban en feas repisas. Me invitó a sentarme en el único sillón que tenía y me contó que había cocinado una trasnochada (torta chillaneja a base de hojarascas, manjar y mermelada de damasco, cubierta con cremas varias), yo le dije que para qué se había molestado y de pasó le entregué los empolvados, chilenitos y alfajores, que yo había comprado. La mesa estaba preparada con pan recién horneado, un puré palta y queso fresco. Me preguntó si deseaba café o té de hoja y yo le respondí, que me encantaba el té de verdad. Y comenzamos la charla, que fue más amena de lo que me figuré. Me contó que era oriundo de Dichato, un hermoso balneario de la octava región, y que cuando nació su padre se había marchado sin reconocerlo. Su madre tubo otros hijos, con otro hombre y lo había dejado de lado, hasta que un día a los 10 años de edad tubo que marcharse de su casa, ya que sentía que era una carga para su madre. En un comienzo trabajó en el campo, en las vendimias y en cualquier labor que se le pasara por delante. Hizo de vendedor de porotos en el mercado de Chillán. También trabajo lavando las tripas de cerdos usadas para hacer la famosa Longaniza de Chillán. Por un tiempo anduvo en el norte probando suerte y llegó hasta Antofagasta, ciudad en que tendría su primer y único encuentro del tercer tipo. En ese momento se emocionó y estaba como rojo de vergüenza. Yo, por mientras, me preparaba un pancito con mantequilla y palta, y noté en el gusto, que le había colocado cebollita finamente picada (¡qué rico!). Absorto seguí escuchando sus aventuras y en como trabajando en la caleta conoció al amor de su vida. Entremedio me dejó en claro, que en ese tiempo él era flaquito y que muchos decían que era lindo, especialmente las mujeres. Yo, en mi mente, me lo imaginé alto, con pelos por todos lados. Todo un oso pero hace 30 años atrás. En eso me interrumpió y me puso delante un trozo de la “trasnochada”, que estaba para chuparse los dedos. El amor de su vida había sido un pescador. Me dijo que era un ser tan delicado, que él jamás comprendió como podía trabajar en aquel ambiente tan hostil y viril. Sin embargo, al parecer las apariencias lo engañaron, ya que ese muchacho de piel canela y ojos color desierto era en lo absoluto débil. Un día lo invitó a pescar en su barcaza y él sin hacerse de rogar aceptó. Por dentro los nervios se lo comían, ya que no entendía o no lograba racionalizar ese deseo frenético, que le despertaba este joven de 18 años. Ya en altamar, los dos reían como si fuesen los únicos seres de este universo. Yo ya lo miraba como diciendo: me estay puro leseando, y al parecer se percató de mis pensamientos y me preguntó si le creía o no. Le dije, que igual encontraba, que todo era muy ideal, pero que no tenía derecho a poner en tela de juicio su historia, además estaba muy entretenida y los alfajores llenos de manjar me acompañaron en ello. Entonces me contó, que su hombre del mar lo había llevado hacía la Punta Angamos, donde se encuentra los únicos arrecifes de Chile, con aguas cristalinas y pescados de colores nadando en sus aguas. Y en ese lugar se desnudaron y nadaron. Yo estaba que reventaba de emoción, que situación más excitante de hacer en esa época. Entonces, mientras jugaban y jugaban a sumergirse, él no pudo contener su ímpetu masculino y se le paró. El muchacho al percatarse lo agarró de las bolas y le preguntó: ¿por qué se te para, si el agua está re-helada?. Él colorado hasta le infinito, no supo que responder, y fue entonces en que el muchacho se acercó tanto a su rostro, que sus narices se tocaron y le pidió que lo abrigara, ya que tenía frío. Y él muy tonto le dijo, que no podía porque estaban en el agua. No obstante, las aguas hervían a su alrededor y el chico osado y valiente le agarró a través de sus cabellos y le besó apasionadamente. Yo en ese momento grité, la mujer-real que llevo dentro no se contuvo, y solté un gritito maricón. Ambos nos reímos y fue como un “brake” antes de proseguir con la historia de amor más loca, que había escuchado.
Ese día ambos se amaron fogosamente en la cubierta y los ojos de mi nuevo amigo estaban brillantes, era como si todo le pasara por la cabeza como una película mil veces vista. Casi se me pone a llorar. Un silencio incómodo quedó suspendido en el aire, por varios segundos. Me sentí inquieto y no me contuve, así que le interrogue, si algo estaba mal. Me relató que su encuentro de amor había sido lo más lindo de la vida, que aquella noche habían dormido anclados cerca de la costa y mientras se encontraban desnudos, la nueva razón de su vida yacía dormido en su peludo pecho. Él le observaba entre las sombras tenues e imploraba para que Dios no le quitara nunca más de su lado, al hombre que desde ese día amaba. Me dijo, que nunca se cuestionó si era gay o no. De hecho en ese tiempo no existía la palabra.
Al día siguiente volvieron al muelle y quedaron en que se juntarían en el boliche “la flor del Barrio”, que estaba en Sotomayor con Rosas. Y fue que lo terrible ocurrió, ya que cada 100 años o más, en el desierto más seco del mundo caen las lluvias más torrenciales del mundo. Su muchacho estaba en la barcaza mar adentro y jamás volvió. Todos sus tripulantes habían desaparecido y por días se sentó en la orilla del mar, entre las rocas esperando paciente la llegada de su amado. A veces creía ver entre la espuma de las olas la figura de él, mas sólo era un espejismo iracundo de su ser astral
Desde ese momento decidió jamás vivir cerca del mar y quiso volver a su tierra natal. Chillán fue la mejor elección, ya que era verde y llena de gente tranquila. A su llegada se prometió jamás tener otra relación, hasta que le llegara la muerte y partiera al encuentro de su amado en los reinos de Zeus. En Chillán trabajó nuevamente en lo que pudo, se compró la casita en que estábamos y decidió salirse del sistema y vivir como ermitaño dentro de la misma ciudad. Aún cuando estaba rodeado de personas, me contó que no se acercaban a él. Además él como veía que la gente no tenía interés en él, había dejado de bañarse y aparentar un ser normal, ya que según su criterio él era un bicho raro, una persona que no volvería a ser amada y por ende para qué seguir con una farsa que no le convenía.
Ya eran como las diez de la noche, y yo había quedado anonadado con el relato. Ni siquiera podía pensar bien, estaba como electrizado, pero a la vez triste y un poco rabioso. Le dije que debía marcharme, ya que al día siguiente tenía que hacer mis cosas académicas. Me acompañó hasta la puerta, donde estrechamos las manos y me dio las gracias por haber aceptado su invitación, me confidenció, que desde hace 10 años, que no había compartido una conversación de más de 5 minutos. Y en ese momento, casi exploté de pena y rabia. Me despedí rápido y corrí a mi casa llorando de impotencia, con la lluvia en mi cara, mojando mi sensibilidad y pensando, que héroes de la vida real aún existen.

PD: quizás lo vaya a ver nuevamente, aunque prefiero que siga viviendo en su paraíso. A veces lo he visto y lo saludo desde la bicicleta. Puede que el próximo año lo visite nuevamente.

Dedicado a ti Ermitaño de Chillán.
 
posted by Vicente Moran at 1:22 p. m. 6 comments